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Un fantasma recorre Europa… el «agropopulismo»

Desde inicio de mes asistimos a una creciente movilización en torno al sector agrario europeo, ante la cual se han pretendido buscar explicaciones mediante términos como el de «agropopulismo»

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Quizás resulte desmesurado resucitar tan icónica frase, pero algún gancho había que poner. Un fantasma no, pero por Europa ya hacía tiempo que se venían sucediendo fenómenos que nos podían apuntar hacia el escenario ante el cual estos días nos encontramos. En Holanda el Movimiento Campesino-Ciudadano ya venía anunciando un cierto malestar rural, aunque este no consiguió un calado de peso más allá del municipalismo. En Francia también existe una tradición de movilización rural en clave combativa. Esa misma Francia que en los mismos cimientos de la Unión Europea se establece que ella misma será la favorecida en la producción primaria, mientras la potencia industrial sería cosa de los germanos. Pero ni el niño mimado por el Estado francés se librará de una dinámica que es internacional, como a continuación expondremos.

Y es que en el caso francés se puede encontrar el paradigma del plan que trazó Europa para su agricultura. Ante el auge de producción mundial tras la conocida como «Revolución verde», Europa decide aplicar el proteccionismo a su agricultura. Pero «hecha la ley, hecha la trampa», ya que esas subvenciones que te mantienen con vida, también te hacen dependiente. De esta forma Europa tenía el mecanismo clave que le permitía adueñarse de forma uniforme de todo el sector primario, pudiendo monopolizarlo, tanto política como económicamente.

Ante este escenario debemos ser analíticos y objetivos, y no dejarnos llevar por conspiraciones. Tras la Segunda Guerra Mundial Europa hace un pacto con el tío Sam, y se consagra a su nuevo amo y señor: el capital financiero. Y este capital financiero no va a ser ajeno al jugoso rural, al cual no mirará desde un punto de vista de la soberanía alimentaria –y si me lo permiten, identitaria–, sino de simple y llana rentabilidad, el dinero llama al dinero, y solo ante él rinde pleitesía.

Asistimos así –aun a riesgo de ponerme pedante– a la exacerbación de la división internacional del trabajo, de la producción, que se encuentra en el tuétano mismo de ese capital financiero que ya reina en Europa. La agricultura, al igual que la natividad, dejan de verse como algo rentable, y los números –esclavizados por las leyes de hierro que mueven el capitalismo– son mucho más sustanciosos si se pasa a deslocalizar estas dos actividades, por otro lado, esenciales para la existencia nacional de cualquier Estado que se precie, ya que son su esencia, su base. De esta forma, paralelo al proteccionismo vía subvenciones, aparece una nueva forma de concebir el medio rural y natural. Los nuevos amos de Europa concebirán la naturaleza como lo inhabitado, como lo carente de trabajo y transformación –y es que el trabajo es algo impensable para un rentista o un especulador–. En estos mismos años comienza a surgir toda la legislación proteccionista de ordenación del territorio, surgen las primeras reservas naturales, algo inaudito en Europa, donde el hombre habría colonizado hasta el último palmo de tierra, viviendo en simbiosis y armonía con la misma.

Por todo esto debemos entender que la Agenda 2030 solo es la punta del iceberg de esta sumisión al capital financiero europeo, que necesita de la alianza con el conglomerado militar-industrial yankee. Y hubo mentes lúcidas que fueron capaces de ver y analizar la esencia de todo este proceso, como lo hizo Michel Clouscard. Él nos relató, en los albores de la imposición del cosmopolitismo globalista, como la burguesía destruye las ciudades y luego sus hijos bastardos, los hippies, se van a vivir al campo, pero con sus modos de vida urbanitas. Esto genera una contradicción intrínseca, ya que se vacía el campo de sus pobladores naturales, para llenarse de gente ajena al trabajo y a la producción, que tienen una concepción de la naturaleza como lo abandonado, lo alternativo, lo marginal.

A esto se le suma el factor de que si en las ciudades se vacían de una clase obrera autóctona –sustituida étnicamente por mano de obra barata y procedente de contextos infradesarrollados–, forjada en la sindicación, en la cultura y el trabajo tecnificado. Si el campo se puebla de actores pasivos, se perderá así una generación que está en contacto directo con el germen de la materia por la cual obtenemos nuestras energías diarias. Se creará una generación entera de consumidores que desconocerán el genuino origen de la producción, cumpliendo así la fantasía húmeda de la posmodernidad, que las masas crean que la realidad se cambia a través de la elección individual del consumo, no mediante el cambio del gran engranaje que es la producción. En mi pueblo siempre nos reíamos diciendo que seguramente la gente de la ciudad piensa que las vacas son violetas –como las de los anuncios de una famosa marca de dulces– y segregan chocolate por sus ubres. Pero si no cambia la deriva actual, al final va a ser cierto que en el futuro esta va a ser la imagen que los europeos tengan de la generación de los productos lácteos y derivados.

Aunque el título ya parte de la prostitución de una grandiosa expresión, tampoco me extenderé en lo referente al concepto del agropopulismo. La principal idea que se asocia al mismo es la creencia de que si el campo estalla es porque hay una agenda oculta que los lleva a hacerlo, y por lo tanto son instrumentalizados como marionetas de feria. Podemos ver el caso de Orbán –que no goza precisamente de mis simpatías–, que se fue a saludar a los manifestantes en Bruselas en lugar de cenar con sus correligionarios. Este señor no es un revolucionario, su condición de nacionalista pesa más que la de patriota, pero es una persona que defiende unos mínimos para su país, entre los cuales pasa mantener un sector primario nacional. Y no negaremos que existen contradicciones, ya que Orbán en cuanto defensor del capitalismo solo estaría reivindicando el estadio previo a que el capital financiero –el pez grande– se comiese al capitalismo productivo –el pez pequeño–, y es de la resolución de estas contradicciones de la que depende el devenir europeo. Volviendo al agropopulismo, es mediante estos términos que se pretende dar a entender que el campo, la esencia por antonomasia de una nación, no puede tener una agenda propia, que no puede preocuparse por su país, y en consecuencia tener un proyecto para ese mismo país, como si los «paletos de campo» solo se preocupasen por su terruño y nada más. Y esa es la clave, que esa gente posee un terruño, con el que, combinado con su trabajo, aporta algo al resto de sus compatriotas, y por lo tanto quiere que estos estén en condiciones de poder disfrutar y colaborar en ese mismo laborioso trabajo.

Y no, señores, esto no va de si una derecha que hace demagogia contra el ecologismo, o una supuesta izquierda –en España totalmente ausente– contraria al neoliberalismo y al libre cambio. Pero tal como indicamos, en España el ridículo de la izquierda –cuando una ya creía que no podía aumentar su decálogo– está siendo de categoría. Seres anclados en categorías más que pretéritas, legitimando así unos puestos suculentos a cambio de caer en el ostracismo social más absoluto. Por otro lado, la derecha, tal como vimos en Ferraz, sigue pensando que la mera protesta no formal es algo solo de bolcheviques, y no es capaz de recoger la ausencia de su –más supuesto que real– adversario.

Por todo esto, desde esta humilde tribuna –desde la cual es más que un honor escribir, por los camaradas que no solo cubren las tractoradas sino que se implican hasta el tuétano en ellas– muestro todo mi apoyo al campo español, y animo a que todos los trabajadores de este país nos movilicemos en solidaridad con nuestros compatriotas. Lo dice alguien que no tiene «nin fincas, nin vacas», como se dice en mi tierra, pero que de las mayores lecciones que ha aprendido no ha sido en escritorios o aulas universitarias, sino recorriendo inhóspitos montes apagando incendios con gente que sí las tenía, y de trabajarlas tenía tantos callos en las manos como rozaduras en las rodillas de Antonio Maestre.

1 COMENTARIO

  1. Muy buen análisis, fundamental el concepto de la división del trabajo aplicado a la globalización capitalista, como una de las causas fundamentales del problema del sector primario. Añadiría que la acumulación global de capital en sectores como el industrial ha sido más fácil por la creación de grandes corporaciones y la absorción del capital productivo nacional en favor del financiero global; pero en el campo europeo la estructura de minifundios asociados a las culturas y tradiciones nacionales, obligan a la destrucción cultural y a la deslocalización productiva y laboral (el vaciado), que es el fondo del proceso que estamos padeciendo ahora mismo.

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