Macron y su Ejecutivo han aprobado un ajuste sin precedentes con la excusa del aumento de la deuda pública, que ya supera el 114 % del PIB. La hoja de ruta presentada por el primer ministro François Bayrou prevé un recorte de 43.800 millones de euros hasta 2027. Entre las medidas se incluyen la supresión de dos días festivos, la congelación de salarios públicos, pensiones y ayudas sociales, y una drástica reducción del empleo público.
El Gobierno justifica este viraje hacia la austeridad como un mal necesario para evitar la “quiebra” del Estado y calmar a los mercados. Se agita el fantasma del colapso financiero para imponer sacrificios bajo el disfraz de la <<responsabilidad fiscal>>. <<No queremos acabar como Grecia>>, declaró Bayrou, apelando al miedo colectivo a una crisis descontrolada. Pero esa comparación es engañosa: Francia, a diferencia de Grecia, tiene mayor peso económico, capacidad de negociación y el respaldo implícito del Banco Central Europeo. Y, sobre todo, las políticas de austeridad impuestas a Grecia fueron un desastre social: hundieron su economía, dispararon el desempleo, colapsaron los servicios públicos y empobrecieron a millones.
Los mercados y las instituciones europeas aplauden el plan. En Francia, sin embargo, la respuesta ha sido inmediata: protestas sociales, rechazo de los sindicatos y oposición desde casi todo el espectro político. El Gobierno ha anunciado un impuesto puntual a las grandes fortunas y medidas contra el fraude fiscal, pero el grueso del ajuste sigue recayendo sobre la clase trabajadora.
El mensaje de las élites es claro: Francia está al borde del abismo. Pero lo que no se debate es una posible reestructuración de la deuda ni el papel que debería desempeñar el Estado como garante del bienestar. Se recortan derechos, se debilita lo público y se consolida un modelo que responde más a los intereses financieros que a las necesidades de la ciudadanía.
Y cuidado, porque lo que ocurre en Francia puede ser solo el anticipo de lo que viene para otros países del sur. Si a una de las economías más grandes y estables de Europa se le impone el camino del recorte, ¿qué puede esperar España, más frágil y dependiente? Como dice el refrán: cuando las barbas de tu vecino veas quemar, pon las tuyas a remojar.