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El Europarlamento cede ante las presiones de las grandes cadenas de comida rápida en el nuevo Reglamento sobre envases de plástico y cartón.

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La agenda verde de la Comisión Europea tiene una línea roja que no se puede cruzar y esta se encuentra en los intereses de las grandes empresas multinacionales, como se ha visto en la votación que tuvo lugar el 22 de noviembre en el pleno del Parlamento Europeo de Estrasburgo. El futuro Reglamento, pendiente de la negociación a tres bandas con Consejo y Comisión, será vinculante, obligando a reducir los residuos provocados por envases y embalajes en un 15% para 2040, siendo el objetivo de reducción de un 20% para el plástico.

El texto original presentado por la Comisión ha sido ampliamente modificado mediante enmiendas en el Parlamento, dejando pasar la oportunidad de conseguir una gran reducción de residuos. La razón, la presión ejercida sobre los europarlamentarios por los lobbies de las grandes empresas. Los sectores del plástico, el cartón y el papel han conseguido que se levanten las restricciones contra los embalajes del comercio electrónico, en los cuales no se debía superar el 40% de espacio vacío. También se han caído las prohibiciones de envases de plástico para frutas y verduras de menos de 1 kilogramo, los envases desechables para comedores de interior y los condimentos en monodosis, como los que se pueden encontrar en las cadenas de comida rápida más conocidas.

Uno de estos grupos de presión es la organización 360º Foodservice, vinculada a multinacionales como McDonald’s y Starbucks, que antes de la votación sembró de folletos las puertas de los despachos de los europarlamentarios para recordarles lo que debían votar. Desde que se comenzó a tramitar el Reglamento en septiembre de 2022, los diputados europeos han registrado más de 400 reuniones para discutir los contenidos con empresas como McDonald’s, la petrolera TotalEnergies o Nestlé, además de fabricantes de plástico, cartón, empaquetadoras y envasadoras.

Pese a que el Parlamento Europeo es la única institución comunitaria elegida directamente por los ciudadanos europeos, eso no significa que sus decisiones vayan encaminadas a mejorar la calidad de vida de estos. Los europarlamentarios sólo responden ante el jefe de su partido, al que le deben lealtad por el cargo, y ante las empresas que los financian. De ahí se puede entender la razón por la que, pese a la grave crisis climática y medioambiental en la que dicen que nos encontramos, a la hora de la verdad se pliegan ante los intereses económicos de las grandes multinacionales, aunque estos vayan en contra de la salud de los seres vivos, entre ellos los humanos. Últimamente, desde la opinión pública que crean los políticos y los grandes medios de comunicación, además de la Responsabilidad Social Corporativa de las empresas, se echa la culpa de los males medioambientales a los «malos hábitos» de consumo de los individuos occidentales, cuando la realidad es que estos se limitan a acoger lo que les ofrece el mercado. Crean necesidades a través de la publicidad, ya sea a través de precios competitivos, creación de modas o sensación de exclusividad. Los principales interesados en mantener la espiral del consumo son ellos, aunque destruya el cuerpo y la mente de los que se ven absorbidos por ella.

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