martes, mayo 14, 2024

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Los ocho apellidos de la hipocresía

Tras una cortina de presunta «humanidad» y trama romántica, nos encontramos con un lavado de cara del Islam y de las generalidades de Marruecos, haciendo una clara defensa de la inmigración irregular, escondida tras una máscara de sub-drama de los que nublan el sentido común.

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Si hay una película que viene trayendo polémica dentro de las horas bajas que arrastra el cine español actual, sin duda es «Ocho apellidos marroquís». Esta producción actualmente tan popular y en boga ha sido vendida como la nueva entrega de la saga iniciada por el director Emilio Martínez-Lázaro y el guionista Diego San José, pero quizá habría que escarbar en los antecedentes de esta supuesta tercera parte. No se trata solo de profundizar en el discurso demagógico que desarrolla esta historia, en el que se entreteje un gran tufo a propaganda, sino también en la apropiación del formato que da título al film. No es casualidad que esta película no cuente ni con los personajes originales, ni con el director de las dos anteriores, ni que el guionista original de la saga haya decidido bajarse del proyecto, exigiendo no aparecer como firmante del guión. La respuesta es bien sencilla: esta película no era la continuación de la saga «Ocho apellidos»; todo responde a una maniobra comercial por parte de Mediaset que, en mi humilde opinión, es una tomadura de pelo al espectador.

En junio de 2022 se anunciaba el comienzo del rodaje de «Casi familia», la que se describía como una comedia de choque étnico y cultural, en principio firmada por Diego San José (guionista de los «Ocho apellidos» originales) y Borja Echevarría. Más tarde, San José aclararía en X (antiguo Twitter) que «Casi familia» es un argumento previo, y que el libreto «es un guión firmado por Dani Castro». Con el rodaje ya empezado, el guión comienza a mutar cuando la productora contrata a Castro para reescribir el trabajo anterior, y San José y Echevarría se desentienden al no parecerse en nada a lo que ellos habían escrito previamente. Sí, ni estaban los actores originales (Dani Rovira, Carmen Machi, Karra Elejalde…) ni el director de las anteriores, y el guionista directo de «Ocho apellidos» se había rebelado contra el proyecto, pero a Mediaset no le importó mucho.

Ante los escasos rasgos comunes de esta producción con las otras, añadiendo la mutación que sufrió sobre la marcha, «Casi familia» evolucionó a un descarado pastiche al meter con calzador la marca «Ocho apellidos». La realidad tras estos cambios tan drásticos, cuyo resultado final poco tiene que ver con lo que se estaba rodando en principio, es la torpe artimaña que Mediaset ideó en un intento de competir con Atresmedia. La idea era tomarle la delantera en la pugna que ambas empresas tienen en la producción de comedias. Recuperar la marca a toda costa es un ejemplo de la indiferencia que se muestra por los espectadores, creyendo que estos acudirán al cine como si fuesen ganado, dando la taquilla por sentada y presupuesta. Es la historia de siempre, el dinero habla y los productores no sienten escrúpulo alguno en convertir su película en un «todo por la pasta».

Aclaradas las controversias legales que rodean a esta producción (que ya sería motivo suficiente para que nadie se moleste en pagar por verla), profundicemos en el producto que se nos vende. Publicitada como «humor contra los prejuicios» y como una llamada a la armonía, «Ocho apellidos marroquís» abusa de todos los estereotipos (muy manidos) posibles sacados de la manga como herramienta de menoscabo a España. La sátira y la parodia, por norma, no suelen entender de medias tintas ni de tener reparos con nadie, pero en este caso el humor gira en un único sentido. Siguiendo las directrices progres de moda en nuestros días, tenemos un festival de burlas y desprecios dirigidas hacia todo lo que signifique ser español. El nauseabundo trasfondo político que hay en la historia desmiente que no es una simple crítica a la estrechez de ideas.

Tras una cortina de presunta «humanidad» y trama romántica, nos encontramos con un lavado de cara del Islam y de las generalidades de Marruecos, haciendo una clara defensa de la inmigración irregular, escondida tras una máscara de sub-drama de los que nublan el sentido común. Mientras que los españoles son ridiculizados a cada segundo, el guión parece tener un extremo cuidado en no hacer humor a costa del lado marroquí, más bien todo lo contrario. El hedor del buenismo que no pasa desapercibido. En todo momento hay un discurso de que España, o ser español, es algo intrínsecamente negativo y de lo que sentirse avergonzado. La historia está llena de tópicos empezando por los personajes, que son presentados como los típicos «señoritos cayetanos» de la pulsera con la bandera y los náuticos, lo que hace que sea imposible conectar con ellos. Este es uno de los grandes errores del guión; el espectador medio será incapaz de sentirse identificado con sus protagonistas, que son presentados como elementos de alta cuna de barrio rico, dando por supuesto que esta clase de gente es la representación del español común.

La trama nos traslada a las últimas voluntades de José María, difunto dueño de una empresa de conservas, en las que pide a su viuda y a su hija Begoña que recuperen el primer barco que tuvo su flota, ubicado en la costa de Marruecos. Acompañadas por Guillermo en un intento de recuperar su relación con Begoña, viajan desde Cantabria a Essaouira en busca del barco, pero su hallazgo también culmina en el gran secreto que José María escondía: su hija Hamida, de la que nadie sabía de su existencia… A partir de aquí entramos de lleno en el choque cultural de sus protagonistas, que puede resumirse en: españoles = racistas, ignorantes e intolerantes , y marroquís = amables, sociables y tolerantes. La sociedad marroquí se retrata como pacífica y habitada por poco menos que seres de luz incomprendidos (poco que ver con la dictadura sanguinaria de la vida real), mientras que el metraje que transcurre en suelo español nos presenta una sociedad rancia, gris, ultra religiosa y prejuiciosa, como si continuase en la época franquista. Este aspecto se exagera (arquetipos católicos incluidos) hasta el punto de dar una imagen completamente irreal de España. Quien viva aquí y vea la película, comprobará la falsedad de la imagen creada de nosotros como país.

El humor es predecible y abusa de chistes fáciles, utilizando la estupidez de sus protagonistas como conductor. La gracia gira exclusivamente en torno a los prejuicios xenófobos y al estereotipo del «cuñado». El mensaje es cristalino: ser español es sinónimo de ser reaccionario y de derechas porque sí, no hay debate posible, representándonos como poco menos que paletos de baja burguesía de ciudad pequeña. Si la cosa tratase de reírse de los prejuicios, se peca mucho exactamente de lo contrario, de prejuicios de «cuñadismo progre» que busca solazar sus complejos (de hecho, no hay más que darse un paseo por internet para ver qué medios y qué críticos son los que más aplauden la película, resaltando siempre los aspectos más políticos y tachando de «racista» cualquier crítica en oposición).

Si le despojamos de la apariencia de comedia romántica, lo que tenemos ante nosotros es una película previsible, muy frívola y de escasa gracia, con una base terriblemente «panfletaria». Si muchas producciones de Hollywood son una plataforma de propaganda para la cultura Woke yanki, aquí podríamos tener un ejemplo de su homólogo a la española. Por un lado, nos inyecta una enorme dosis de endofobia y de desprecio por «lo propio», y por el otro abraza un discurso de fronteras abiertas y pro-regulación de los inmigrantes ilegales. Aunque el guión trate de fingir sarcasmo y humor ácido, no puede disimular la pestilencia políticamente correcta que arrastra, sobre todo en la amable imagen tan forzada de Marruecos y del Islam, y en la obsesión por englobar el sentirse español dentro del espectro de la derecha… Eso sí, ¿cuándo veremos una película sobre la criminalidad engendrada por la inmigración ilegal en nuestro país, y del drama de los trabajadores que conviven con esta problemática? Suponemos que las preocupaciones de la vida real ni divierten ni rentan en taquilla, solamente estos retratos buenistas y deformados de la realidad.

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