El juego de la política parlamentaria en España ha acostumbrado a sus principales víctimas, los españoles, a unas dinámicas comunicativas y, por lo tanto, emocionales, muy propias de nuestro tiempo. Lo inmediato, la memoria selectiva y el show mediático marcan las agendas políticas de las fuerzas políticas clásicas o emergentes, las cuales juegan con el miedo, la esperanza o la rabia de la población con el fin de sobrevivir a sus «socios» y alcanzar el poder.
Que los políticos mienten no es una novedad para nadie. Y esto no es solo cosa de la izquierda, ni mucho menos, aunque Sánchez haya protagonizado una de las huidas hacia adelante más evidentes en este sentido de toda la democracia, poniéndose al nivel de uno de sus «padres», Felipe González, el cual de entrada sigue siendo difícil de igualar. Las elecciones del 23 de julio y la polémica que ha acompañado todo el proceso de investidura han sido verdaderos espectáculos de cinismo e hipocresía manifiestos.
La hemeroteca ha sido un verdadero hándicap para una izquierda desgastada que ha tenido que combatir, no los argumentos de la oposición, sino los argumentos que ellos mismos daban en contra de las posiciones que mantienen hoy; una tarea que, sobre todo, ha recaído en los mass media de esa izquierda institucional, verdaderos profesionales dedicados a lavar la imagen del Gobierno, a toda costa. Pero, de nuevo, que los medios de comunicación mienten no es una novedad para nadie. Tampoco lo es que cada gran medio de comunicación sigue una agenda partidista marcada, que delimita lo que es cierto y lo que no.
Hoy, sin embargo, no quiero hablar de los políticos ni sus siervos, sino de los electores, o mejor dicho, los espectadores de este show diario, los «clientes» de los partidos políticos y sus gabinetes de comunicación. El 23J, en plenas vacaciones y con temperaturas sorprendentemente altas, hubo una participación del 70,40% en las urnas, 4,17 puntos más que en 2019. El anuncio de la Ley de Amnistía que, finalmente, ha presentado el PSOE en solitario, ha revuelto más o menos el gallinero, pero una gran parte de la izquierda sigue dispuesta a tragar por lo mismo que acudieron a las urnas el 23J: el lobo de la derecha.
Y, de igual modo que esta derecha ha movilizado su voto difundiendo un miedo incontrolable en torno a la cuestión de la unidad de España, la izquierda sigue pregonando la llegada de la «reacción» o la ultraderecha como ese estado de necesidad que todo lo justifica. Y, claro, de esta urgencia «irrebatible» surge la caza de brujas: si protestas contra el Gobierno, si criticas sus mentiras o los defectos de sus políticas, o si te planteas siquiera no votar a esa «izquierda», eres un aliado de la reacción, alguien a quien combatir.
Para mí, aquí hay un problema de lógica política que no es baladí, porque al ciudadano se le plantea un dilema que, sin embargo, es todo lo contrario a la lucha por la «democracia» que tanto dicen defender: si quieres evitar que esos terribles derechistas neoliberales puedan llevar a cabo sus políticas, debes estar dispuesto a que el Gobierno te mienta y te pisotee, a cualquier cosa. Porque es el Gobierno del cambio, ¿lo recuerdas? Mi pregunta ante esto es ¿dónde queda la dignidad del pueblo, del votante? ¿No deberíamos educar políticamente a la gente en un sentido crítico? ¿No debería saber el PSOE de la OTAN y las privatizaciones, el PSOE contra el que se levantó el 15M, que no todo vale?
Aquí, como es obvio, no podemos despachar otras cuestiones de fondo que afectan directamente al problema. Esta polarización social, falsa e impostada, entre la izquierda y la derecha, permite que otros problemas sigan igual y que los paguen los de siempre, aunque de eso hablaremos otro día. La cuestión es que en nuestro país ha habido una tradición de lucha, de oposición a la injusticia y a la corrupción, que, sin embargo, hoy parece que nunca ha existido. Si seguimos con el mantra de que «con la derecha todo iría peor» como paso previo para justificar cualquier decisión que emerja del Gobierno «progresista», solo estamos cavando nuestra propia tumba.
La política no se reduce a los escaños, los debates televisivos o un hashtag en Twitter. Debemos exigir que la política rebase sus despachos, que hable de los problemas de la gente y que, sobre todo, no pierda de vista la dignidad y los principios. Porque si todo se reduce a alianzas electorales y campañas, cualquier cosa valdrá, y no todo vale.
About The Author
Pau Botella
Pau Botella (Valencia, 1996). Es abogado laboralista. Actualmente cuenta con más de 10 años de trayectoria militante, entre los cuales destaca su larga experiencia en procesos relacionados con el derecho a la vivienda. Se encarga de temas comunicativos y es parte de la sección de opinión de El Enclave. Destaca por su buena oratoria y participa asiduamente en mítines y actos políticos. Además, divulga sobre política, historia y actualidad en la plataforma de YouTube. Es miembro de la Junta Nacional del Frente Obrero.