A finales del mes pasado los medios se llevaba las manos a la cabeza. El desembarco de Sicilia y Normandía, los bombardeos de Hamburgo, la repartición de Alemania, el plan Marshall, el cerco al PCI en Italia, los abrazos y besitos de Eisenhower y Franco, miles de bases militares esparcidas en nuestro continente… iba a ser verdad. Los Estados Unidos no eran de esos amigos que cuando te quedas sin trabajo te invitan a la ronda con una sonrisa. Se consumó la traición, bajo las siguientes condiciones: un arancel genérico del 15%, con uno especial del 50% al acero y al aluminio, la obligación de adquirir gas estadounidense- (con valor de 700.000 millones de dólares), una inversión de 500.000 millones en EEUU por parte del empresariado europeo, una inversión en la industria de defensa yankee. Como contraparte, el sector aeroespacial, algunos medicamentos, semiconductores y productos agrícolas serían exentos de cargas arancelarias. A la sazón se debe recordar que cuando llegó Trump a la presidencia se aplicaba un arancel de 4’8%.
Pero a pesar del mazazo inicial e inesperado, los medios se repusieron . Resulta que estos medios descubrieron que había una cosa peor que la sumisión económica y geopolítica: una guerra arancelaria. Si la Unión hubiese tomado represalias todo se encarecería y se complicaría. Por lo tanto se impuso el relato del menor de los males. Estados Unidos nos había echado una reprimenda, pero fue nuestra culpa por no portarnos bien. Ahora tocaba agachar la cabeza.
Y el continente donde se alumbraron innovaciones técnicas sin precedentes, la ciencia volcada en abaratar costes y mejorar la vida de las personas, ante una bravuconada arancelaria no fue capaz de defenderse. Y si se ha pronunciado algún sinónimo ha sido solamente para pedir más armas; en eso Von der Leyen si se ha lucido: cañones, tanques, armas… O incluso para una industria militar europea potente, lo que es una quimera a todas luces, se necesitan otra seria de ramos industriales subsidiarios y complementarios. Y no me refiero a la industria de las bicicletas o del hidrógeno verde -de los mayores timos que ha alumbrado este país desde el Pablo Iglesias primigenio hasta la caricatura posterior-.
Y es que Europa sigue a la sopa boba, comandada por unos halcones deseosos de una guerra que de mucho mucho dinerito, mientras cada vez se produce menos aquí. Y es que es innegable que cambiar de rumbo y apostar por la autosuficiencia sería un shock y acarrearía un periodo de tiempo con dificultades, pero no hacerlo nos sume aún más en la sumisión, la decadencia y la irrelevancia. Y es que como se suele decir, si Roma bien vale una misa, la soberanía de Europa bien valdría perderse unas cuantas vacaciones en la playa, ¿no es así?