España ha sido expulsada de una de las rutas marítimas estratégicas más importantes del comercio internacional. La decisión, tomada por Estados Unidos y efectiva desde junio, supone la retirada del puerto de Algeciras de la conexión de contenedores que enlaza Asia y la India con las costas este y oeste de Norteamérica.
El golpe logístico es mayúsculo: se estima que el movimiento perdido ronda los 750 000 contenedores anuales, aproximadamente el 4 % del tráfico portuario español. La mayoría de esas escalas se desviarán al puerto marroquí de Tánger-Med, que se consolida como rival directo gracias a esta maniobra.
Las causas no son solo comerciales. La exclusión llega tras las tensiones provocadas por el veto del Gobierno español a buques sospechosos de transportar armas hacia Israel, lo que derivó en una investigación de la Comisión Marítima Federal de EE. UU. A esto se suman otros roces diplomáticos, como la negativa a adquirir los cazas F-35 y las fricciones en torno a acuerdos tecnológicos con Huawei.
El resultado: España pierde un papel clave en la cadena logística global mientras Marruecos gana terreno como socio preferente de Washington en la región. El silencio del Ejecutivo ante un golpe económico y geopolítico de esta magnitud contrasta con la urgencia con la que debería afrontarse una crisis que erosiona la competitividad y la influencia estratégica del país.