Se suele decir que Ā«Los caminos del seƱor son inescrutablesĀ», y podrĆa aplicarse esa misma mĆ”xima a los derroteros que estĆ” tomando en nuestros dĆas el Ć”mbito cultural y social. En este caso nos centraremos en el director britĆ”nico Ridley Scott y su polĆ©mica Ćŗltima pelĆcula, NapoleĆ³n.
Y vuelvo a repetir que es bien cierto que uno no sabe dĆ³nde lo situarĆ” la vida. Nunca me imaginĆ© escribir un artĆculo en 2023 defendiendo la figura histĆ³rica de NapoleĆ³n. Pero no me malinterpreten, a continuaciĆ³n no pretendo ponerme quisquilloso con mi graduado en Historia en la mano, llorando porque Ā«la pestaƱa izquierda del emperador era en realidad 3 centĆmetros mĆ”s larga que lo que sale en la peliĀ». Esta visiĆ³n de la historia empequeƱecida, reducida a fetichismos, a pequeƱos detalles sin importancia, redunda en el problema que destila gran parte de la producciĆ³n cultural en nuestros dĆas, sobre todo la mĆ”s masiva, paralela al agobiante mensaje woke, que le sirve como complemento.
Aceptemos por lo tanto que una obra cinematogrĆ”fica no tiene por quĆ© ser un calco histĆ³rico del pasado, sino que tiene un margen reservado a la ficciĆ³n y la fantasĆa. Pero es precisamente en ese margen donde Scott nos deja a relucir la decadencia de valores que sufre Europa, y cĆ³mo esto se alienta desde todos los Ć”mbitos. Y esto es una cuestiĆ³n que va mĆ”s allĆ” de la figura concreta de NapoleĆ³n, nos habla de valores como el liderazgo, la ambiciĆ³n, la pugna, la luchaā¦ NapoleĆ³n representa el final de un hito como la RevoluciĆ³n Francesa; tambiĆ©n su institucionalizaciĆ³n, es cierto. Representa la pugna por la expansiĆ³n de los valores ilustrados y progresivos en la Ć©poca frente a otros regĆmenes que querĆan seguir anclados en el pasado. Si bien es una genuina representaciĆ³n del imperialismo, tambiĆ©n lo es del despertar nacional de muchas naciones que se le opusieron (como la nuestra, sin ir mĆ”s lejos). El corso muestra la voluntad de la imposiciĆ³n sobre Europa entera, aunque fuese bajo el yugo galo. Lo que vengo a decir es que el pasado no se puede ver con el prisma de Ā«buenosĀ» y Ā«malosĀ» de manera simplista. Sin un NapoleĆ³n no habrĆa Comuna de ParĆs, y todo lo que luego le sucediĆ³.
Pero si hay algo que simboliza la RevoluciĆ³n Francesa es el primer emerger en la historia de las masas, aunque fuese siguiendo intereses ajenos y de forma timorata. Y NapoleĆ³n lo que simboliza es la genialidad tĆ”ctica para el manejo de esas masas, principalmente en el campo militar. Ya no estamos hablando de ejĆ©rcitos nobiliares y reales con espaditas, estamos hablando de reclutamientos masivos, de toda una naciĆ³n puesta en movimiento para defender sus conquistas arrebatadas a los Borbones. Sin esto no se explica la dinĆ”mica que acaba llevando a la Gran Guerra, desencadenando tanto en la votaciĆ³n a favor de los socialdemĆ³cratas de los crĆ©ditos de guerra, como otros irguiĆ©ndose en pie afirmando que no dispararĆan a otros obreros y se negarĆan a defender los intereses de sus explotadores. Y en todo esto tiene su papel NapoleĆ³n, con sus luces y sus sombras.
Sobre todo lo que no cuadra en la pelĆcula es la simplificaciĆ³n al mĆ”ximo que se hace de las motivaciones que llevarĆan al Emperador a tomar sus decisiones (y aquĆ es donde Scott evidencia que su caricatura del personaje bebe principalmente de la propaganda inglesa de la Ć©poca). SegĆŗn lo que se nos muestra en el film, la ambiciĆ³n de NapoleĆ³n es Ćŗnicamente motivaciĆ³n de su intenciĆ³n de Ā«impresionarĀ» a Josefina. Y es que resulta sorprendente la sobredimensiĆ³n que el aspecto sexual cobra en la pelĆcula. Si fuĆ©semos desconfiados llegarĆamos a afirmar que todo esto bebe de una interpretaciĆ³n de la historia en clave freudiana, asegurando que la motivaciĆ³n de la existencia de los hombres se debe Ćŗnicamente a Ā«pulsionesĀ» sexuales y a Ā«instintosĀ» reprimidos. Resulta entonces que todas las grandes gestas de la humanidad ātanto las Ā«buenasĀ» como las Ā«malasĀ»ā responden Ćŗnicamente al instinto de Ā«machos alfaĀ» de sus dictatoriales protagonistas, que paralelamente en sus vidas conyugales serĆan seres sumisos y carentes de seguridad. Como ya hemos dicho, NapoleĆ³n y sus gestas se deben ver en su marco histĆ³rico, una convulsa Ć©poca en la que una nueva y poderosa clase social pugnaba con uƱas y dientes por arrebatarle a la decadente, pero no moribunda, aristocracia su lugar predominante en Europa.
Otro hecho curioso que se representa en la pelĆcula es la de que la mayorĆa de escenas de diĆ”logos ābastante escasos a lo largo del filmā se dan durante las horas del almuerzo o la cena, remitiĆ©ndonos a la que ājunto a la reproductivaā serĆa la segunda funciĆ³n vital bĆ”sica para la supervivencia humana. Vamos, que Scott desplegĆ³ la mayorĆa de su ingenio y recursos en batallas de escasa fiabilidad histĆ³rica, reduciendo el resto del film a la cotidianidad mĆ”s manida, incluso un tanto vulgar.
Para continuar, aunque merecerĆa la escritura de un artĆculo a parte, citaremos el ultrajante hecho de que no exista ni una sola menciĆ³n a la Guerra de la Independencia ni a EspaƱa, cuando el propio NapoleĆ³n admitiĆ³ que subestimĆ³ la capacidad de resistencia de los espaƱoles, y este fue uno de sus errores garrafales, asĆ como su intervenciĆ³n en Rusia. Pero bueno, viniendo de un Ā«granĀ» conocedor de la historia como el britĆ”nico Ridley Scott, que cree que la historia se resume a un gatillazo con tu pareja, comer todos los dĆas, y guardar un minuto de silencio al dĆa por todos los muertos que ha habido a lo largo de la historiaā¦ mucho mĆ”s no se le podĆa pedir, y en el fondo resulta comprensible porque los espaƱoles acabamos emergiendo en la historia cuando menos se nos espera, y no precisamente cuando estarĆa preestablecido.
Aunque ya ha quedado bastante esbozado esta forma posmoderna de ver la historia, como si todo en el pasado fuese obra de hombres maquiavĆ©licos y tirĆ”nicos, cabrĆa apuntar otra cuestiĆ³n. En cierta parte de la pelĆcula, que precede al acuerdo con Rusia para bloquear navalmente a Inglaterra, se nos presenta a un NapoleĆ³n preocupado de manera inusual porā¦ la Ā«pazĀ». Y aunque se podrĆa perdonar y entenderse como un sinĆ³nimo de Ā«statu quoĀ», lo cierto es que sorprende la ingenuidad de los creadores de la pelĆcula planteando este tipo de cuestiones. La vida a comienzos del siglo XIX planteaba que la mayorĆa de la poblaciĆ³n no tuviese muy claro lo que significaba eso de Ā«pazĀ». La existencia cotidiana era una pugna constante con el medio, y en el plano social la violencia estaba a la orden del dĆa, sin hablar ya de los numerosos conflictos bĆ©licos que parecĆan no tener fin. Y es que, aunque a Scott le cueste entenderlo, la historia no es un banquete amable entre Ā«compaƱeresĀ» en el que se impone el que expone sus argumentos de forma mĆ”s convincente. La historia es la forja de sangre y acero en la pugna por la supervivencia, la colisiĆ³n entre grupos sociales con intereses contrapuestos y que no estĆ”n dispuestos a ceder ni un milĆmetro de terreno sin pelearlo, y en la que los muertos no son cifras sin mĆ”s (tal como se expone en la parte final de la pelĆcula, faltando solo la comparaciĆ³n con Hitler y Stalin) sino que son la muestra real del sacrificio que cada uno estĆ” dispuesto a asumir.
Lo que se puede concluir del visionado de la pelĆcula de NapoleĆ³n, al margen de su rigor histĆ³rico, es el intento de denostar como Ā«un dictador como tantos otrosĀ» al genial estratega corso. Nos gustarĆa saber quĆ© opiniĆ³n le merece a Ridley Scott figuras como Oliver Cromwellā¦ Y al margen de esto, volvemos a repetir que las grandes figuras de la historia son mĆ”s el reflejo de su Ć©poca que personajes diabĆ³licos surgidos de la nada, con ansias de poder nacidas de sus desatinos en su lecho conyugalā¦ Incluso la figura tirĆ”nica por excelencia, Adolf Hitler, no era solamente un esquizofrĆ©nico que consumĆa una alta dosis de drogas de diferentes tipos āque tambiĆ©nā, sino que simboliza el intento desesperado del capitalismo alemĆ”n por salvarse e imponerse en media Europa y medio mundo, o morir en el intento.
En resumen, NapoleĆ³n es una pelĆcula que, pretendiendo hacer una caricatura de su protagonista, acaba cayendo en el patetismo y la comedia. Por mucho que la proyecciĆ³n mainstream la reinterprete, la historia siempre prevalece, con sus luces y sus sombras, con sus gestas y sus ruindades. Por todo esto, sugerimos a Scott que en lugar de citar al final de la proyecciĆ³n las Ćŗltimas palabras escritas por Bonaparte āFrancia, ejĆ©rcito, Josefinaā, se podrĆa resumir su film al limitado mundo mental del creador (y de la sociedad que nos pretenden imponer): Sexo, comida y paz.