Acudir a los cines y ver una película realizada en Hollywood se ha convertido en una actividad tediosa. Dejemos a un lado la mentalidad de criticucho especializado, preocupado en valorar si la película es más arriesgada, controvertida, o si peca de suficientes delirios de grandeza para colgarla la etiqueta de «arte», y seamos simplemente espectadores, que son los verdaderos fans de base del cine.
La función más legítima de una película es la de entretener, contar una buena historia apoyada en interpretaciones de calidad, y que hagan que el espectador salga satisfecho del cine. Ese es el cometido básico de una película y, por ende, para que funcione en taquilla. Cada cual buscará en una película lo que más le preste, pero en definitiva queremos pasar un buen rato; no nos interesan los tecnicismos ni los artificios, y aún menos la inserción de moralina barata o la corrección política, lo que normalmente solo sirve para adulterar y trastocar la historia.
Sin embargo, hemos llegado a tal grado de estupidez y susceptibilidad que una película ya no puede valorarse por su calidad, por contar con un buen guión o por sus interpretaciones, sino por lo inclusiva y buenista que sea. Esto se ha visto reflejado, más que en ningún otro lugar, en la Academia de artes y ciencias cinematográficas (AMPAS), desde que en 2020 se dictase la implantación de cupos inclusivos a partir de 2024, si uno quiere que su creación opte a los Oscar. No importa el esfuerzo o el talento que manifieste la película; si esta no acata las directrices de inclusividad forzada y no tiene un argumento «correcto», olvídate de ganar aunque lo merezcas –y esto compete hasta las producciones más grandes o incluso a las fichas técnicas y artísticas de cada film.
Muchas personas desconocen esta normativa de obligado cumplimiento –aunque este año alguna película ha logrado rebasarlas por valía propia, como veremos más adelante–, por eso Hollywood es quizá el mayor abastecedor de los dogmas posmodernos en pantalla. Comentemos brevemente las normas que una película debe cumplir si quiere competir en los Oscar.
1: Representación en pantalla.
- Uno de los papeles protagonistas debe ser interpretado por una minoría étnica o racial –la normativa de la academia refiere a afroamericanos, hispanos, asiáticos, nativos americanos, norteafricanos, nativos del pacífico o cualquier otro grupo subrepresentado.
- El 30% –mínimo– de los protagonistas secundarios deben pertenecer a una minoría étnica o racial, al colectivo LGBT, ser mujeres –«racializadas», a ser posible– o personas que padezcan una disfunción cognitiva.
- La historia de la película debe girar alrededor de alguno de los grupos mencionados.
2: Equipo creativo.
- Al menos dos de los puestos de dirección creativa (dirección, guión, fotografía…) deben ser para grupos poco representados (minoría racial, LGBT, etc).
- De estos, al menos seis deben ser jefes en posiciones inferiores del equipo técnico (iluminadores, ayudante de dirección, supervisor del guión, etc).
- Un 30% (mínimo) del equipo técnico debe pertenecer a estos grupos.
3: Igualdad de oportunidades.
- Las plazas de becarios, aprendices y equipo en prácticas deben ser para grupos racializados o LGBT.
- La productora tiene la obligación de ofrecer oportunidades de formación o trabajo no cualificado a los susodichos.
- El estudio debe tener en sus departamentos de marketing y publicidad a personas de estos grupos en puestos ejecutivos.
A pesar de que estas medidas de implantación entrarán en vigor a partir de esta próxima gala de 2024, muchas producciones han ido amoldándose a las imposiciones de la industria hollywoodiense desde hace ya varios años. Uno se pregunta qué sentido tienen estas medidas ¿Realmente esto sirve para algo? ¿En qué va a mejorar nuestra realidad la inclusión forzada de minorías raciales o de género? ¿Por qué esta obsesiva fijación con la raza y la orientación sexual o de género en el equipo técnico y artístico, y también en los personajes que vemos en pantalla?
Esta discriminación positiva, en lugar de generar un marco de igualdad y respeto, ha creado un efecto contrario al imponer estos cánones al espectador, que se repiten en cada producción, haciendo que se esté hartando y sienta cada vez más rechazo por este tipo de modelo cinematográfico. Algunas grandes empresas, como Marvel, Disney o su subsidiaria Pixar, han sufrido grandes disminuciones en sus ventas en los últimos años al abrazar este tipo de preceptos, pero no parecen muy dispuestos a aprender de los errores ni de la respuesta de los espectadores.
Este año hemos sido testigos de la consolidación del revisionismo racial en taquilla, es decir, la reinterpretación de personajes blancos por actores negros, principalmente. Uno de los más grandes impulsores ha sido la Disney, empeñándose en sacar versiones racializadas de sus clásicos como «Blancanieves», «Peter Pan & Wendy» o «La sirenita», que despertaron las quejas y el rechazo por parte de los más fieles defensores de las originales animadas, a lo que Disney trató de tachar de «ola de odio» en un intento de atajar las críticas –aunque los fracasos en taquilla como «Elemental», «Krakens vs Sirenas», «Lightyear» el año anterior, o las expectativas no cumplidas por «La sirenita», demuestran que la excusa del odio y la intolerancia no cuela.
Sin salirnos del cine infantil de 2023, tuvimos excepciones notables como la adaptación animada de «Super Mario Bros», que se reveló como un éxito en taquilla y se convirtió en la referencial «película familiar» del año pasado. Esta adaptación del entrañable videojuego no se libró igualmente de verse envuelto en polémicas, que sufrió una intensa de campaña de repulsa por parte del sector más progre del público, siendo criticada por su falta de inclusividad ¿Qué agenda Woke esperaban encontrar en esta película, tratándose de un homenaje lo más leal posible de los videojuegos? Está ideada expresamente para los fans más fieles y nostálgicos del universo de Mario, es obvio que no habría cabida para los aleccionamientos de turno. Sus detractores llegaron al punto deplorable de calificarla de incitación al acoso machista, señalando la canción de amor que Bowser interpreta sobre la princesa Peach, rizando el rizo del escrutinio más absurdo y sin sentido. A pesar de las pataletas, «Super Mario Bros» fue uno de los mayores taquillazos de este año, quedando nº2 en la lista de recaudaciones, superando holgadamente a la inclusiva «La sirenita».
Otro de los grandes éxitos de este año pasado, y que tampoco se ha ido sin cierto azotamiento público, ha sido el Biopic «Oppenheimer», protagonizada por el camaleónico Cillian Murphy como el padre de la bomba atómica. También es criticada por su falta de diversidad –solo aparecen dos personajes negros, según algunas fuentes– aunque esta vez los análisis ridículos van todavía más lejos, como por ejemplo que ninguna mujer hable durante los 20 primeros minutos (y que, al poco de hacerlo, hay una escena de sexo), o que no haya representación de mujeres científicas.
Estamos hablando de una película de género histórico. ¿Habría sido necesario cambiar datos de rigor verídico, o el color de piel del propio Oppenheimer, para no ofender los sentimientos de algunas personas? Por otro lado, en el mes de julio se desató la controversia sobre si se quedaría sin opción de ganar en los Oscar, al no ser inclusiva y no cumplir con los parámetros de la academia. Algunos medios tacharon de bulo esta afirmación, no obstante, la academia no se pronunció al respecto. Por ahora «Oppenheimer» es una de las favoritas del gran público, y algunos hablan de ella como la mejor película de 2023.
Otro éxito fue la adaptación de «Barbie», que en un intento de reinventar la imagen de rubia tonta de la muñeca, nos encontramos con un producto de proselitismo feminista que sirvió de lavado de cara a la empresa Mattel, muy criticada por los estereotipos representados en sus productos. Verborrea sobre un falso techo de cristal, el Mansplaining, imagen sesgada de los hombres presentados –sin excepción– como inútiles y descerebrados, y el obligatorio alegato de empoderamiento ante un patriarcado que no existe. Ni siquiera esta película, por muy doctrinaria que fuese, se libró de las críticas del sector feminista más putrefacto y radical: muchos argumentaban que el feminismo que se mostraba era de naturaleza liberal, de mujer blanca occidental y privilegiada, binaria e hiperfeminizada, y que no tocaba cuestiones como la raza o la orientación sexual (a pesar de que la presidenta del mundo de Barbie sea afroamericana, una persona trans interpreta a la Barbie doctora, y tengamos un Ken negro y otro asiático). Ni la comunidad Woke parece ponerse de acuerdo en las creaciones dirigidas a su consumo.
Como fan del cine de terror, en concreto del subgénero slasher (y escapando ya de la sombra de los Oscar), debo mencionar la vergonzosa última entrega de «Scream», la secuela más decepcionante de la saga para muchos fans. La fórmula de los slashers es harto sencilla: un asesino serial que mata a adolescentes de pocas luces, fin. Los slashers son el paradigma de diversión sin mayores pretensiones (sexo, sangre, sustos), y «Scream» es uno de sus representantes más visibles. Sin embargo, esta sexta parte está atiborrada de un montón de propaganda metida con calzador, totalmente antagónica al estilo de la franquicia: parejas heteros interraciales, parejas lésbicas interraciales, blancos cis-hetero borrachos y violadores potenciales, reparto exageradamente multicultural cuyos personajes denigran constantemente al elenco blanco, dogmatismo cosmopolita en los diálogos, las protagonistas femeninas se alían en un intento de sororidad y de empoderamiento –al estilo de «Aves de presa»– cargándose la figura de la «Scream queen». El «guaperas musculoso» se mantiene al margen de la acción como buen sororo y se revela como un ser emocional y sensible durante el final, y al descubrir a los asesinos nos encontramos con una descarada crítica a la familia tradicional. Hay momentos en que no sabemos si estamos viendo una película de terror adolescente, o un melodrama sobre las relaciones «interraciales». Aquellos que somos fans de la saga desde aquellos lejanos finales de los 90, aún no nos creemos este insulto a la esencia de la saga.
Una opción mucho más respetable es «Posesión infernal: el despertar», donde su protagonista femenina encaja de forma natural sin ningún sermoneo feminista. Nuestra heroína no necesita ser salvada, se enfrenta al mal y supera la adversidad sin necesidad de hacer adoctrinamiento a cada minuto. Cualquiera que conozca la saga «Evil dead», caracterizada por ser explícitamente gore, cargada de humor negro y ser bastante incorrecta, sabe que no encontrará esa clase de memeces y que la corrección política brilla por su ausencia, y esta nueva secuela, tan salvaje como frenética, no se seomete a las imposiciones de la industria.
Sin salirnos de la línea terrorífica, no fue el caso de la nueva continuación de «El exorcista: Creyente», que también cae en la inclusividad forzada (y si alguien creía que una niña afroamericana poseída sería una vuelta de tuerca al argumento, se equivocaba). Todo acompañado con una aburrida homilía sobre la confraternidad de razas y creencias desde la inevitable perspectiva Woke, cuya unidad contra el mal es rota por el impulsivo y egoísta bando blanco –que a su vez recibe el castigo por su infracción, en el que hay una lectura sobre que su escarmiento está ligado al color de piel, siendo redimidos todos los demás aliados racializados.
Esta es una breve mirada a unos pocos films del panorama cinematográfico de este pasado 2023, partiendo de lo que Hollywood nos deparará de ahora en adelante; hay muchos más ejemplos de controversia en esta reciente cartelera, pero el debate se haría eterno. Regresando a las primeras palabras del artículo, hoy en día es difícil ver una película que no esté adulterada de propaganda, y las pocas que no lo están, son sometidas a detracción y escarnio por no incluirla. La inclusión forzada y el adoctrinamiento sistémico en el cine no tienen influencia en los problemas sociales, no cambian la realidad, solo engendra polémicas innecesarias, enfrenta la opinión del público, genera una gran confusión en muchas personas, y crea mucho rechazo entre los espectadores…
Tampoco puede negarse que el dinero juega un papel muy importante, aquí hay mucho provecho de la cochambre impuesta. Las campañas de publicidad agresiva, el bombardeo constante, y los lobbies de presión no pueden mantenerlo por la fuerza como tendencia eternamente; el público empieza a abrir los ojos, y los éxitos y descalabros en taquilla de los últimos años es el reflejo de lo que queremos ver y lo que no.
Espectacular. Un fuerte aplauso. Me encantan tus críticas
Genial artículo Fernando, en tu línea habitual!