La temporada de Clásicas ha terminado y las Grandes Vueltas salen a la palestra. Con el permiso de Lombardía, emplazada en el mes de octubre, los especialistas en las carreras de un día guardan descanso. Es el momento de mayo y el inicio del primer plato de las competiciones de tres semanas, el Giro de Italia.
El último en levantar los brazos ha sido Tadej Pogacar, quien con un ataque a más de cuarenta kilómetros definió la Lieja. El esloveno consiguió un hito histórico y fue evitar que la carrera se definiese en los últimos metros del Muro de Huy, donde sus rampas del 20% definen al ganador. Además de su victoria en Lieja, el esloveno obtuvo la victoria en la Strade Bianche. Una de las denominadas clásicas modernas.
El siguiente objetivo para el corredor del Emirates es sumar su primera victoria en el Giro de Italia, donde no estará Vingegaard. Un Vingegaard, que ha comenzado su rehabilitación tras su fractura de clavícula en la vuelta al País Vasco. El danés, siempre que la clavícula lo permita, sueña con poder revalidar su título en el Tour de Francia y desempatar con Pogacar.
La bestia holandesa
El otro gran animador de la época primaveral ha sido Mathieu Van der Poel. El holandés, quien finaliza su pico de forma, ha conseguido llevarse el Tour de Flandes y la Paris Roubaix. Además, en la Milán San Remo, donde ninguno de los dos corredores fue capaz de alzarse con la victoria, el holandés lanzó a su compañero de equipo, Jasper Philipsen, quien se llevó el triunfo. Un inicio de temporada excepcional para el holandés.
Con el final del mes de abril, el papel de Van der Poel pasa a un segundo plano. Mathieu, que compite desde diciembre –la temporada de ruta arranca en febrero–, cierra su ciclo victorioso. Con el pico de forma en reposo y las Grandes Vueltas en liza, el holandés queda a disposición de las llegadas masivas para lanzar a su compañero Jasper Philipsen hacia la línea de meta. Y es que las clásicas han terminado.