Era una nueva Selección Española de Fútbol. La Selección del multiculturalismo, la inclusión y las puertas abiertas. Era la Selección de las Selecciones: la mejor de la historia. La más woke. La Selección de Nico Williams y de Lamine Yamal. La Selección que demuestra -con la fuerza del ejemplo deportivo- que España puede acoger a los que llegan y que funciona nuestro modelo migratorio. Este conjunto de jóvenes deportistas que, asumiendo íntegramente los valores del triunfal oficialismo, habían sabido llevar a lo más alto el prestigio deportivo de nuestra nación de naciones con cupo. Con eso y con mucho más se nos bombardeó el mes pasado. Tanto y tan bien se nos hablaba de ello que lo primero que hice fue comprarme una corbata de la Selección inglesa y lo segundo -sin ningún pudor- proclamar mi adhesión futbolera a la Pérfida Albión.
La Selección estaba tan politizada por nuestras instituciones gubernamentales que -de una forma u otra- había terminado por empalagarnos muy pesadamente. La pseudoizquierda y su afán desmedido de politizarlo absolutamente todo: de esa manera meliflua y cursi que tan sólo ellos son capaces de utilizar. Y es que no hay nada que le guste más a la PSOE que tomar entre sus manos cualquier churro y pringarlo después dentro del chocolate espeso de su afectada logorrea. Les da igual un acuerdo político con los golpistas catalanes que la apertura de una fosa de 1936, que una sesión de control parlamentario, que una rueda de prensa de Sánchez. Todo -absolutamente todo- pasa por el tamiz untuoso de su modo de ver la vida. Y lo malo no es la extensión de esta grasienta capa de estupidez ilimitada: lo malo es que te la intentan imponer como única visión posible de cualquier cosa.
Y he aquí que la Selección nacional ganó la dichosa Eurocopa. Y he aquí que comenzamos todos a reírnos. Porque bastaron tres horas de celebración machirula para tirar por tierra toda la propaganda oficial sobre la Selección de los moritos buenos. Yo soy español-español-español, que viva España, Gibraltar Español, que viva el Rey y demás acostumbrada retahíla. Malas caras y desprecios a Pedro Sánchez en la recepción oficial: y toda la progresía quejándose de la falta de respeto institucional de algunos jugadores como si este presidente fuera, realmente, el presidente de todos nosotros. El padre de Lamine Yamal gritando un Arriba España con el mismo entusiasmo de un rifeño de la Trece División de Mizzian, la de la mano negra. Buenísimas caras y abrazos con los reyes en contraste con la tensión de La Moncloa. Todo vuelto del revés en este particularísimo universo paralelo progre. Y así, se han acabado las tonterías de la multiculturalidad y de este nuevo espíritu de la Selección. Se han apresurado a enterrar el asunto con esa misma rapidez que utilizan constantemente para tomarnos por idiotas. Porque al final ha resultado que la Selección Nacional de Fútbol es la de siempre, con los usos y modales de siempre y con las expansiones ibéricas de celebración de siempre. Nada nuevo bajo el agobiante sol de verano español.
Leo que algunos jugadores han sido sancionados por entonar Gibraltar Español en la fiesta de la Eurocopa. Vivir para ver: que se pueda multar a un compatriota por lanzar ese grito ancestral. Desde luego, la sanción ha merecido la pena sólo por ver la cara que se les ha quedado a todos estos. Porque -creo que lo sabéis- a los de la amnistía y a los de las fronteras abiertas y a los de la máquina del fango lo de Gibraltar Español les viene muy grande. Casi tanto como grande les viene el sentido del Estado y como también grande encuentran la solución de las necesidades de la clase trabajadora española.