Drogas y juventud
En una sociedad en que lo lúdico, festivo y, lamentablemente —porque no tendría que ser así—, alienante es la prioridad número uno en las motivaciones de la gente, con la juventud el drama es todavía mayor. Alcohol, drogas, redes sociales, porno, compras compulsivas… Se podría confeccionar una lista bastante extensa de adicciones que no aportan nada bueno al conjunto de la sociedad, y en especial a los jóvenes.
Esto que os cuento viene por una anécdota personal de un chaval con el que hablé hace poco que me recordó por su historia a otros ambientes que frecuenté en el pasado, tanto por trabajo —pues estuve muchos años trabajando en la noche— como por el espectro político en el que me moví.
Alcohol y drogas es lo menos que consumían; gente recién llegada a la mayoría de edad o ni eso, condenando su futuro por una supuesta gratificación momentánea que va en contra de todos sus sueños y expectativas, contra su familia, relaciones personales y sentimentales. Esta sociedad crea monstruos, gente inestable y dependiente a la que es más fácil controlar.
He tenido varios casos cercanos de gente que ha acabado mal, pero muy mal, y no me refiero solo a las drogas. Son personas rotas por dentro, que necesitan ayuda, pero que no son ni conscientes en la mayor parte de los casos y tampoco tienen los recursos económicos necesarios para poder tratarse.
Si alguien cree que, en lo público —totalmente dilapidado por políticos corruptos, vagos y despreocupados—, se tienen los recursos para ayudar al sector de la población afectado por este tipo de cuestiones, es que está muy perdido en la vida, o tiene una situación privilegiada que no convive con estos problemas.
Aunque los ricos, con sus vidas degeneradas —a pesar de que no sea así en todos los casos—, también saben lo que es, la diferencia está en que ellos sí tienen dinero para tratarse. Se lo pueden preguntar a Paris Hilton, Charlie Sheen o Lindsay Lohan.
La búsqueda de aceptación, de gustar y ser popular en una sociedad líquida y degenerada como la nuestra es una auténtica picadora de carne humana, destruye vidas y los condena a la infelicidad crónica, entre otros muchos problemas, además, fomentando que se culpe a todo menos a ellos mismos.
En otro artículo, quiero hablar de los coach emocionales y los vividores “mentores” que se aprovechan de la gente más vapuleada de la sociedad para enriquecerse, estando lejos de sus motivaciones ayudar realmente. Pero eso será otra historia, aunque esté relacionado con esta.
Para cerrar este artículo, es necesario relacionar todo lo mencionado con la pérdida de valores —tanto individuales como de sociedad—, la eliminación de la pertenencia a lo colectivo, es decir, el ataque y la eliminación de la identidad, convirtiéndonos en un conjunto de individualidades aisladas, débiles, enfermas y dependientes. La conciencia nacional, de clase e incluso la noción de familia, que tanto han sido capaces de movilizar a la gente en defensa de lo colectivo, están en horas bajas. Ahora es preferible para los que nos gobiernan que estés nueve horas al día pegado al móvil, bebiendo o metiéndote cocaína.
Muchos hablan del progreso, pero en este momento creo con firmeza que como sociedad no caminamos hacia el futuro, sino que nos hemos caído a un pozo, hemos sufrido un revés, un retroceso histórico y ya toca concienciarnos de ello, salir del pozo y dar marcha atrás en los errores que estamos cometiendo. En caso contrario, solo nos queda ahogarnos, entregar las llaves justo antes y aceptar nuestra desaparición.
No sé vosotros, pero yo no estoy dispuesto. Ya estoy escalando la escarpada pared del pozo; el que se quiera quedar dentro que lo haga, pero no voy a permitir que nos obliguen a quedarnos a los demás con ellos.
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