Una de las críticas más repetidas al CIS en los últimos años tiene que ver con la representatividad de la muestra. Es un concepto técnico, pero clave para entender por qué una encuesta puede ofrecer resultados cuestionables aunque esté bien construida desde el punto de vista formal.
Cuando se dice que una muestra es representativa, significa que el grupo de personas entrevistadas refleja, o se aproxima lo máximo posible, a la población que se pretende describir. En el caso del CIS, esa población es el conjunto de personas mayores de 18 años residentes en España.
Para que una muestra sea representativa, es necesario que las personas entrevistadas reproduzcan la distribución real del país en variables como la edad, el sexo, el nivel educativo o la comunidad autónoma. En las encuestas políticas, además, existe un factor esencial: que la muestra refleje de forma razonablemente fiel el comportamiento electoral previo.
El CIS realiza habitualmente en torno a 4.000 entrevistas por barómetro. Con este tamaño muestral, la teoría estadística justifica que se puedan obtener resultados fiables a nivel nacional. El diseño muestral del CIS es estratificado y por cuotas: primero se divide el país en distintos estratos —por ejemplo, comunidades autónomas y tamaño de municipio— y, dentro de cada uno, se fijan cuotas de edad y género. Con ello se busca evitar, por ejemplo, una sobrerrepresentación de jóvenes o de mujeres. Tras el trabajo de campo, los datos se ponderan estadísticamente para corregir posibles desviaciones.
Las críticas al CIS surgen cuando analistas independientes y expertos en demoscopia examinan los microdatos que el propio organismo publica. En varios barómetros se han detectado desequilibrios políticos significativos en la muestra. Es decir, cada vez con mayor frecuencia, la muestra se aleja del universo que pretende representar.
En concreto, se ha observado que el recuerdo de voto —a quién dicen haber votado los encuestados en las últimas elecciones— no coincide con los resultados reales de esas elecciones. En algunos barómetros, el porcentaje de personas que declaran haber votado al PSOE es muy superior al porcentaje real obtenido en las urnas. Esto implica que, ya en el punto de partida, la muestra incluye una proporción excesiva de votantes socialistas. Lo contrario ocurre con el votante del PP, que aparece claramente infrarrepresentado.
Estas diferencias no son puntuales, sino que se repiten en distintos estudios, lo que ha llevado a algunos expertos a hablar de una sobrerrepresentación sistemática de votantes de izquierda en la muestra.
El recuerdo de voto es una de las piezas centrales en la estimación de la intención de voto. Sirve tanto para comprobar si la muestra se parece a la realidad electoral como para ajustar las proyecciones futuras en función de comportamientos pasados. Además, permite detectar posibles sesgos de selección o de respuesta.
En condiciones normales, se espera que el recuerdo de voto se aproxime bastante a los resultados reales, con desviaciones pequeñas. Cuando la desviación es grande y persistente, se convierte en una señal de alerta metodológica.
Si en el punto de partida hay demasiados votantes de un partido y pocos de otro, cualquier estimación parte ya de una base distorsionada. Cuanto mayor es el desequilibrio inicial, más agresivas deben ser las correcciones estadísticas y, por tanto, mayor es el peso de las decisiones metodológicas del estadístico que las aplica, decisiones que no siempre son transparentes para el público. De ahí nace una de las principales críticas a algunas estimaciones del CIS: que reflejan menos la intención real de voto y más el efecto combinado de una muestra sesgada y un modelo de corrección subjetivo.
A estas cuestiones se suman otros problemas habituales en encuestas de gran tamaño muestral, como el sesgo de no respuesta, ya que determinados perfiles sociales tienden a contestar menos a las encuestas telefónicas y acaban infrarepresentados.
También influyen factores sociológicos. El llamado sesgo de deseabilidad social explica la tendencia de algunos encuestados a declarar opciones políticas que consideran socialmente más aceptables. En contextos de fuerte polarización, esto puede traducirse en una declaración de voto que no coincide con la intención real.
No existe, sin embargo, ninguna sentencia que demuestre una manipulación deliberada de las muestras del CIS. Lo que sí existe es una crítica técnica sostenida que cuestiona si las muestras reflejan fielmente la realidad política del país.
Se trata, por tanto, de una discusión metodológica, no judicial. Pero en un organismo público como el CIS, esa discusión tiene consecuencias importantes.