Desde los Budas de Bamiyán dinamitados por los talibanes en 2001 hasta la demolición de Palmira por el Estado Islámico, el yihadismo libra una guerra por una homogenización cultural islámica desde Asia Central al occidente africano. Organizaciones internacionales como Daesh, Boko Haram o AlQaeda han destruido monumentos, saqueado yacimientos y masacrado comunidades, buscando erradicar cualquier rastro que contradiga los preceptos islámicos.
ISIS redujo a escombros Palmira, ciudad grecorromana Patrimonio de la Humanidad en Siria. En 2015, dinamitaron el Templo de Bel y el Arco del Triunfo, arrasaron la necrópolis y ejecutaron públicamente a Jaled al-Asaad, arqueólogo que trataba de proteger la ciudad.
En Irak ha ocurrido algo parecido. Hatra, ciudad del Imperio parto con influencia griega, fue arrasada. Nínive y Nimrud, ciudades asirias, tuvieron el mismo destino, destruidas con excavadoras por contener elementos religiosos “paganos” o “idólatras”.
Esta vorágine de destrucción cultural llega también a África. En Mali, grupos yihadistas han destruido varios cientos de mausoleos en Tombuctú. En este mismo país, estos grupos filiales de AlQaeda ponen en peligro la existencia de etnias. Es el caso del pueblo Dogón, de cultura y tradiciones animistas, que sufre presiones y masacres por parte de grupos de yihadistas para convertirse al Islam.
Boko Haram, organización yihadista en Nigeria y países vecinos, libra una guerra brutal contra los cristianos, con ataques sistemáticos a iglesias y aldeas y ejecutando a miles creyentes cristianos para erradicar el cristianismo del país. La violencia terrorista sigue intensificándose, obligando a comunidades enteras a huir o convertirse forzosamente.
La destrucción va más allá de lo mero material, sino que tiene el objetivo de reescribir la historia. Eliminar referentes como los budas de Bamiyán, estatuas del siglo V dinamitadas en Afganistán, o los relieves asirios de Nimrud, los yihadistas pretenden imponer un relato único mediante la eliminación de la identidad de pueblos.
Este borrado no se hace en secreto, sino que se graba y se publica como forma de difusión de los grupos yihadistas. Pretenden mandar un mensaje y que todo el mundo lo vea, tanto fieles de todo el mundo, como «infieles».
Por supuesto, esta destrucción y saqueo no es solamente ideológica, si no que incluye factores económicos. ISIS ha convertido el patrimonio en un botín de guerra mediante el saqueo de antigüedades para financiar el terror. Ejemplos como la destrucción de Palmira (Siria) o los budas de Bamiyán (Afganistán) se combinan con un lucrativo tráfico de piezas arqueológicas. Según la UNESCO, estos grupos obtienen grandes cantidades de dinero de la venta ilegal de antigüedades a Turquía o a Europa. Mientras, la falta de coordinación internacional permite que las antigüedades robadas sigan circulando, incluso en plataformas digitales.
Reshulada de artículo Yago. Todos los que hablan de islamofobia son cómplices de estos atentados contra el patrimonio de la humanidad.