Es una figura que nos ha acompañado a lo largo de casi un siglo. Nacido poco después que el cómic, en tiempos previos a la Segunda Guerra Mundial, el superhéroe se convirtió pronto en un gran medio de propaganda de los Estados Unidos. Vestidos con los colores de la bandera americana, con grandes músculos y mandíbula cuadrada, apaleaban a nazis y japoneses en las páginas de cientos de historietas dirigidas al público infantil, incluso antes de que el país se involucrase en la guerra.
Con la paz llegó también el bajón de ventas, y fueron otros géneros, como el terror, el suspense y el romance, los que tomaron el relevo. Eso sí, no por mucho tiempo, pues con la famosa caza de brujas de McCarthy llegó una censura de lo más estricta: no podían salir fantasmas o vampiros, los personajes no podían cometer crímenes realistas, y ni siquiera una pareja casada podía salir durmiendo en la misma cama. Casi por obligación, los cómics volvieron a los superhéroes.
Fue entonces, en los sesenta, cuando llegó la Era Marvel y los cómics dejaron de ser solo cosa de niños. Con historias cada vez más complejas, empezaron a interesar también a los universitarios. Esta evolución llegó a su culmen en los años ochenta con obras «adultas» como Batman: Year One, de Frank Miller, y Watchmen, de Alan Moore y Dave Gibbons. El propio Moore ha declarado en numerosas ocasiones que se arrepiente de haber colaborado a lo que considera una infantilización de la sociedad, a que adultos hechos y derechos hagan cola en los cines «para entretenerse con personajes y situaciones que se crearon para entretener a niños de doce años».
Y es que, aunque los superhéroes no se paseasen mucho por otras artes durante el siglo XX, esto cambió radicalmente en el XXI por dos razones: el desarrollo de los efectos especiales digitales y el Nuevo Orden producto del 11-S.
Con medios para representar en pantalla lo que antes no se podía y el orgullo nacional herido por el ataque en suelo norteamericano, Hollywood hizo de nuevo del superhéroe un medio de propaganda: Iron Man interviniendo en Afganistán, Batman como agente antiterrorista, Linterna Verde como policía universal… Si el cine de las dos primeras décadas del siglo XXI se caracteriza por algo, es sin duda por la cantidad de películas y la recaudación del género.
Sin embargo, parece que la cosa llega a su fin. La última película de Marvel Studios, The Marvels, ha sido el mayor fracaso de la historia de la compañía. Las recientes series de Disney+, She-Hulk y Ms. Marvel, son canceladas tras solo una temporada. La nueva serie de Daredevil y la próxima película del Capitán América sufren retrasos porque los pases de prueba no convencen a los directivos, y exigen volver a grabarlas casi por completo. Mientras, el universo cinematográfico de DC, que nunca acabó de arrancar, va de fracaso en fracaso, y del llamado Sonyverse —que utiliza personajes de Spiderman sin poder usarlo a él— es mejor no hablar.
Respecto a las ventas de los cómics ocurre algo similar, quizás más acentuado. En 1991, un cómic de la Patrulla-X vendió más de ocho millones y medio de ejemplares —también, hay que decirlo, por una burbuja especulativa que se estaba dando por el auge del coleccionismo—. En 2022, la gran distribuidora de cómic norteamericano, Diamond, dejó de dar las cifras cuando ni uno de los cómics llegaba a vender cien mil unidades. En otras listas de los tebeos más vendidos, como la de The New York Times o la de Amazon, hay que descender muy abajo para encontrar alguna historia de superhéroes, pues el manga y el cómic indie acaparan los primeros puestos.
¿Por qué ocurre esto? Es evidente que la sobreexplotación del género agota a los espectadores y lectores, pero hay bastantes otros factores a tener en cuenta. Por ejemplo, quizás el más invisible, el menos empírico, pero sin duda efectivo, es que simplemente ya no nos creemos que los estadounidenses salven el mundo. Hace ya años que resulta evidente la decadencia del otrora poderoso imperio. Muchas de sus antiguas urbanizaciones de ensueño están en ruinas, sus ciudades las infestan las ratas, y a sus ciudadanos los devora el fentanilo. Mientras otras grandes potencias se muestran como las que van a determinar el curso del mundo las próximas décadas, Estados Unidos se presenta, a imagen y semejanza de su presidente, como un anciano senil y belicista.
Otro factor que habría que tener en cuenta para entender este declive es cómo el mismo éxito de las películas ha cambiado por completo las relaciones que se daban entre los cómics y el cine. Y es que, cuando Disney vio el filón que tenía en Marvel, decidió comprar la compañía para hacerse con todas sus propiedades intelectuales y explotarlas sin miramientos. DC ya era de Warner desde hacía décadas, pero es a partir de entonces cuando las dos transnacionales del entretenimiento convirtieron los cómics en subsidiarios de las películas. Por un lado, cambiaban los personajes para que se parecieran más a las versiones cinematográficas y, por otro, empezaron a utilizar las editoriales como campo de pruebas para ideas que luego no tardaban en llevar a la pantalla. Por supuesto, entre estas pruebas se encontraba adaptarlos a las ideologías de moda, tratando de dirigirse a un público joven y woke al que los superhéroes nunca le interesaron, ya que el lector de cómics tiene una media de 35 años. Y así llevan años destruyendo complejos universos construídos a lo largo de décadas, volviéndolos absolutamente incoherentes.
Por poner solo un ejemplo de los más flagrantes: para dar diversidad a los X-Men originales, desvelaron que el Hombre de Hielo fue siempre un homosexual en el armario… lo que contradice innumerables historias en las que incluso podíamos leer sus bocadillos de pensamiento. Por poner otro ejemplo, el más reciente, también hemos tenido el cambio de pronombre de Loki a «elle». Con estos bandazos, además de no conseguir atrapar al lector y espectador joven, van provocando que los veteranos también abandonen la afición.
Y otro problema, que se suma a los anteriores, es la inflación que produce la nueva situación internacional, y que conlleva una subida inasumible de los precios. En España, Panini ha tenido que cambiar por completo su plan editorial para Marvel 2024, presentado hace solo unos meses. Con la rectificación, elimina las ediciones más lujosas ¡tomos de ochenta euros!), recorta el número de títulos mensuales y crea una línea más barata de cómics de bolsillo. Mientras, ECC, la editorial que lleva DC, empieza a acostumbrarse a tirar de campañas de crowdfunding, hasta para editar historias clásicas de Batman.
Siempre es arriesgado hacer futuribles, pero el provenir no pinta nada bien para los superhéroes. Es probable, claro, que vuelvan a estar de moda en unos años, pero por una razón muy peculiar: si las leyes de derechos de autor no cambian, durante los próximos años van a comenzar a pasar a ser de dominio público: Superman en 2033, Batman en 2034, Capitán América y Wonder Woman en 2036…. Y, a partir de entonces, las grandes compañías no verán ni un duro por lo que se haga con ellos.
Muy buen artículo. Añadiría la creación de personajes sin ningún tipo de interés, como aquel grupo de nuevos superhéroes entre los que se contaba dos «no binaries» llamados Safe Space y Snowflake, y una gorda que parecía Dora la Exploradora con una mochila que emulaba el bolsillo mágico de Doraemon.