Los pasados días 12 y 14 de enero se celebró en el estadio Al-Awwal Park de Ryad, en Arabia Saudí, la última edición de la Supercopa de España de fútbol. Tras una ronda de semifinales donde Real Madrid y Barcelona se clasificaron venciendo a sus respectivos rivales, Atlético de Madrid y Osasuna, el equipo blanco se impuso también en la final a su histórico rival, en un plácido encuentro que terminó con el resultado de 4 goles a 1 y con el árbitro pitando el final del partido tras la finalización del tiempo reglamentario sin añadir ni un solo instante.
Más allá del aspecto meramente deportivo, cabe destacar que nuevamente nos hemos encontrado con una edición deslocalizada de esta competición española, esta vez y como viene siendo ya habitual, en la península arábica. Desde que en el año 2018 por primera vez la Supercopa se disputase fuera de España, en aquella ocasión en Marruecos, todos los años hasta el actual se jugó dicho campeonato en el país saudí con la sola excepción de la edición de 2021, en cuyo caso se disputó en Sevilla y debido a la crisis del Covid-19.
El motivo para deslocalizar la Supercopa esgrimido por parte de la Real Federación Española de Fútbol, de aquellas dirigida por el polémico Luis Rubiales, era darle una vuelta de tuerca a una competición de capa caída para hacerle ganar expectación internacional y, de paso, generar más ingresos. Tras unos inicios polémicos que incluyeron un mediático rifirrafe entre Rubiales y el entonces presidente del Sevilla FC, Pepe Castro, aquella primera edición foránea se disputó en la ciudad de Tánger. Tras esto, la Federación llegó a un acuerdo con Arabia Saudí para alojar las siguientes ediciones hasta el año 2029, quien superó a sus países competidores ofertando la friolera de 40 millones de euros anuales. Este acuerdo únicamente se vería suspendido por la repatriación forzosa de la Supercopa en la edición 2021 como mencionamos anteriormente.
El caso de la Supercopa de España es un episodio más del ya muy avanzado proceso de conversión del fútbol en un negocio más como cualquier otro, pasando por encima de los intereses deportivos, de los propios futbolistas de base, los clubes modestos y los aficionados en general. Los intereses económicos de las instituciones del fútbol han supuesto entregarse a las televisiones de pago, con la consiguiente pérdida paulatina de partidos de emisión en abierto. Hechos como la deslocalización de la Supercopa o el amago de jugar partidos de Liga fuera de España, cuya polémica sacudió el entorno del fútbol, erosionan la relación del deporte con su afición, la cual ve amenazada la posibilidad de ir a ver a su equipo en su estadio mientras ve a través de la televisión — si puede pagarla— cómo las gradas se llenan de turistas y de ciudadanos autóctonos del país que aloja la competición, los cuales acuden a los partidos sin la misma pasión para animar al equipo que la hinchada que le es propia.
El coste de las ofertas de los packs de televisión que incluyen fútbol imposibilitan a muchos el acceso a la visualización del deporte y cada vez son menos los bares que pueden permitírselo, ya que en su caso el precio de la suscripción llega a ser descomunal y a pocos hosteleros les resulta rentable. Ante este panorama, son muchas las personas que optan por llenar su tiempo libre con otro tipo de entretenimiento, dada la saturación de oferta audiovisual por parte de multitud de plataformas.
Además, hay que tener en cuenta que en las ciudades las generaciones más jóvenes tienen cada vez más difícil disponer de espacios para jugar al fútbol, con la urbanización de los espacios libres que antaño existían y las ordenanzas que regulan el uso del espacio público, prohibiendo en no pocas plazas el jugar con balón.
Por su parte, algunos clubes tratan de sacar tajada de la crisis tratando de reinventarse con propuestas como la Superliga Europea, lo cual lejos de ser la solución a este problema, no supone más que un agravamiento del mismo, ya que ahonda en las causas que permiten la pérdida de interés de una gran parte de la ciudadanía con el fútbol.
Poco a poco, lo que fue un auténtico deporte popular en el que el peso de los aficionados era fundamental, se ha convertido irremediablemente en un negocio multinacional con las mismas ramificaciones y lado oscuro que puede tener cualquier otro.