Aunque puede sonar a enfermedad del pasado, el sarampión ha vuelto a estar de actualidad tras multiplicarse los brotes en Europa y en Estados Unidos. En algunos estados norteamericanos, como California o Texas, los hospitales infantiles han tenido que habilitar unidades específicas ante el aumento de ingresos por complicaciones graves.
En ese país se han registrado, en apenas unas semanas, el mismo número de muertes infantiles que en las dos décadas anteriores, lo que ha vuelto a poner en el foco a los movimientos antivacunas y a la desinformación sanitaria en redes sociales.
En España, el sarampión se considera una enfermedad eliminada desde 2016. Sin embargo, a partir de 2023 se ha producido un repunte de casos, siendo 2024 un año récord, según datos del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias (CCAES), dependiente del Ministerio de Sanidad. El presidente de la Asociación de Enfermería y Vacunas (ANENVAC), José Antonio Forcada, manifestó su preocupación: “Nos preocupan los brotes que ya hay en España”.
Forcada recuerda que el sarampión es una de las enfermedades más contagiosas que existen, si no la más. Por cada caso pueden producirse hasta 16 contagios, una cifra muy superior a la de la covid-19. Esto significa que basta un solo niño no inmunizado en un aula o guardería para poner en riesgo a decenas de personas.
Lo alarmante es que afecta principalmente a los niños y puede ser muy grave: los no vacunados tienen un riesgo mucho mayor de sufrir meningitis, encefalitis o incluso fallecimiento. Además, el virus no solo tiene consecuencias inmediatas: puede causar complicaciones neurológicas a largo plazo, como la panencefalitis esclerosante subaguda, una enfermedad mortal que puede aparecer años después de la infección. La vacuna que inmuniza contra el sarampión es la misma que protege frente a las paperas y la rubéola: la triple vírica (SRP). Según Óscar de la Calle, inmunólogo y secretario general de la Sociedad Española de Inmunología (SEI), “es una de las mejores vacunas que existen: extremadamente segura, eficiente y barata”.
Ha sido administrada a cientos de millones de personas, y los efectos secundarios graves son excepcionales y muy inferiores a los derivados de la propia infección natural. En cambio, la tasa de mortalidad del sarampión alcanza los 2 fallecimientos por cada 1.000 casos, aunque en países con menor acceso sanitario la cifra puede ser diez veces mayor. En 2023 se registraron más de 100.000 muertes por sarampión en el mundo, la mayoría en niños menores de cinco años no vacunados o sin la pauta completa, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). El organismo ha alertado de que la caída global en las tasas de vacunación infantil, interrumpida durante la pandemia, está provocando el regreso de enfermedades que ya se daban por controladas.
En su comunicado del 22 de septiembre de 2025, la directora del Departamento de Inmunización, Vacunas y Productos Biológicos de la OMS recordó que las vacunas han salvado más de 150 millones de vidas en los últimos cincuenta años, y advirtió de que “su impacto futuro está cada vez más amenazado por otro tipo de contagio: la desinformación”. La OMS insiste en que la confianza pública en la vacunación es hoy un componente tan crucial para la salud global como la propia distribución de dosis, y que los bulos y teorías conspirativas están poniendo en riesgo décadas de avances sanitarios.
El caso de España resulta especialmente preocupante, ya que históricamente ha mantenido una de las tasas de vacunación más altas del mundo, lo que permitió erradicar enfermedades antes comunes y graves. La introducción de los programas sistemáticos de vacunación infantil en los años 70 fue uno de los mayores logros del sistema sanitario español, reduciendo drásticamente la mortalidad infantil.
Sin embargo, la desconfianza hacia las vacunas refleja una desconfianza creciente hacia la ciencia, paralela al auge de las pseudociencias, la homeopatía y las teorías conspirativas.
Esta tendencia no es exclusiva de España: diversos estudios en Europa señalan un descenso sostenido en la confianza institucional, que se traduce en una menor aceptación de recomendaciones médicas o farmacológicas. Un retroceso como civilización, en palabras de Forcada.
En 2024, la cobertura vacunal frente al sarampión supera aún el 95%, una de las más altas del planeta. Pero entre las diversas tendencias preocupantes que atraviesa el país —desde el apoyo a la ocupación o la tolerancia a la inmigración irregular, hasta la bajada de los niveles educativos o la precarización salarial— también se observa un rechazo creciente hacia la ciencia farmacológica y hacia la autoridad de los expertos. La difusión masiva de bulos sanitarios a través de TikTok, Telegram o X (Twitter) ha facilitado que mensajes simplistas y emocionales tengan más impacto que la evidencia científica.

Personas sin formación alguna en biotecnología o medicina apoyan con firmeza teorías que presentan a las empresas farmacéuticas como laboratorios del mal, dedicados a controlar o destruir a la humanidad, convencidas de que las vacunas contienen microchips, metales pesados o sustancias con fines fantásticos y absurdos.
En esta narrativa distorsionada, la ciencia se convierte en el enemigo y la opinión personal en un dogma inamovible. Los datos no importan: viven en una realidad paralela alimentada por algoritmos que refuerzan sus creencias.
Desde la pandemia de covid-19, el movimiento antivacunas ha crecido en todo el mundo. El confinamiento, la saturación informativa y la desconfianza hacia las instituciones públicas fueron el caldo de cultivo perfecto para que proliferaran los mensajes negacionistas.
No obstante, el negacionismo no es nuevo. Ya en 1998, las tasas de vacunación descendieron drásticamente tras la publicación de un artículo que vinculaba falsamente la vacuna triple vírica con el autismo. Numerosos estudios e investigaciones demostraron su falsedad, y el autor del trabajo fue expulsado del Consejo General de Medicina del Reino Unido por fraude. Aun así, el daño ya estaba hecho: aquel bulo sigue circulando, 25 años después, como si fuera una posibilidad abierta.
Mientras tanto, Rumanía declaró el sarampión epidemia nacional en 2024, con más de 12.000 casos registrados ese año. En Marruecos, desde 2023, se han documentado más de 40.000 casos y alrededor de 150 fallecimientos. Otros países como Austria, Suiza y Reino Unido también han notificado incrementos significativos de casos, especialmente entre adolescentes y adultos jóvenes que no completaron la pauta en su infancia.
Sanidad española advierte que la probabilidad de exposición al virus aumentará si persiste la caída de la inmunidad colectiva.
El sarampión, que debería ser solo un recuerdo histórico, reaparece así como un espejo incómodo: nos recuerda que la ciencia puede vencer a los virus, pero no siempre a la desinformación.
 
				 
                       
                       
                       
                       
                       
								 
								 
								 
															