El Gobierno de Pedro Sánchez ha decidido suspender la adquisición de los aviones de combate furtivos F‑35 fabricados por Lockheed Martin, una operación prevista en el presupuesto de Defensa por valor de 6.250 millones de euros. La medida, revestida de una supuesta apuesta por la «soberanía tecnológica europea», es en realidad otro gesto ideológico que antepone la propaganda antiestadounidense al interés estratégico de España.
Lejos de ser una decisión técnica, el rechazo al F‑35 responde al mismo patrón que guía la política exterior del Ejecutivo: provocar a los aliados naturales de España, debilitar los compromisos con la OTAN y someter nuestras Fuerzas Armadas a las servidumbres de una utopía europea que ni existe ni protege.
Sin aviación embarcada a partir de 2030
La consecuencia más grave será la pérdida total de capacidad de aviación embarcada. Los Harrier AV-8B que operan desde el portaaviones Juan Carlos I serán retirados sin reemplazo, ya que el F‑35B es el único caza de despegue vertical disponible en el mundo. España quedará, por tanto, a merced de otras potencias incluso para defender sus costas.
Apuesta por alternativas inexistentes
El Gobierno ha asegurado que buscará “alternativas europeas” como el Eurofighter o futuros programas como el FCAS o el Tempest, aunque ninguno de ellos está disponible ni se espera antes de 2040. En la práctica, esto equivale a no tener ningún plan real.
La defensa nacional no puede fiarse a proyectos en pañales ni a promesas de colaboración tecnológica con socios que ya desconfían de la fiabilidad de España en los compromisos industriales y presupuestarios.
Una política de defensa subordinada a la ideología
La decisión, celebrada por sectores del Gobierno contrarios a la industria armamentística estadounidense, agrava la tendencia de desarme encubierto y abandono de capacidades estratégicas clave. En lugar de reforzar nuestras Fuerzas Armadas ante un mundo más inestable que nunca, Sánchez prefiere agradar a los lobbies pacifistas, al nacionalismo francés y a su propio relato “progresista” de autonomía europea.
Mientras otros países —como Italia, Reino Unido o Alemania— adquieren F‑35 para adaptarse a la nueva guerra aérea, España se baja del tren tecnológico por postureo ideológico. El resultado: menos defensa, más dependencia y mayor vulnerabilidad.