Bellvitge es hoy noticia por el alarmante incremento de la inseguridad: peleas, agresiones, robos a ancianos… Los vecinos advierten de que las últimas semanas grupos de jóvenes extranjeros han protagonizado numerosas agresiones, robos e incidentes en el barrio.
Ante esta escalada de violencia y la inacción institucional, los vecinos empiezan a plantearse actuar por su cuenta. Grupos de WhatsApp para organizar patrullas disuasorias están cobrando fuerza. Los vecinos advierten de quienes son los supuestos delincuentes difundiendo las siguientes fotos por los grupos de WhatsApp.
Vecinos agredidos, robos con violencia, amenazas, tirones a plena luz del día. Los residentes no exageran: lo cuentan, lo graban, lo comparten. Los chats vecinales se han convertido en auténticas redes de alerta: se identifican zonas de atracos, se describen sujetos sospechosos, se da la voz de alarma.
Hay casos en los que han sido seguidos hasta el portal y asaltados incluso dentro del ascensor. Los delincuentes saben lo que hacen. Y no actúan solos. Según denuncian los vecinos, bandas de hasta 15 jóvenes encapuchados, con rasgos árabes, patrullan las calles buscando a su próxima víctima.
Bellvitage es un barrio de L’Hospitalet de Llobregat, municipio del cinturón de Barcelona con 282.299 habitantes, que presenta un dato que debería alarmar a cualquiera: más del 26% de su población es extranjera, y solo en 2024 aumentó un 8,6%.
La relación entre inmigración ilegal —y también entre ciertas culturas importadas— y el aumento de la delincuencia ya no es una sospecha: es un hecho. Lo confirman los datos, lo demuestran las cifras, lo constatan los barrios. Basta con observar el porcentaje de población en determinadas zonas, el origen de esta, y la evolución explosiva de los delitos.
Hay quienes no lo ven. Tal vez porque viven en barrios ajenos a esta realidad, donde el precio del alquiler actúa como barrera natural. Otros sí lo ven, pero no pueden —o no quieren— decirlo. ¿La razón? El miedo a ser estigmatizados como «fachas», ese insulto automático que algunos lanzan contra todo aquel que se atreve a salirse del discurso oficial. O porque, sencillamente, viven de un sistema que premia el silencio y castiga la disidencia, ese mismo sistema que impulsa una inmigración masiva sin control.
Pero la verdad es tozuda. Y el hecho de que nuestros barrios se están degradando a pasos agigantados es innegable. Especialmente allí donde la presencia de población del norte de África es más alta. Cataluña ya es el aviso de lo que está por venir. El modelo catalán, que desde los años 80 alentó la entrada masiva de inmigración marroquí, se está extendiendo por todo el país como una mancha de aceite: Madrid, Valencia, Sevilla, Ceuta, Melilla… El patrón es el mismo.
Y lo que ocurre en Bellvitge no es una excepción. Es un aviso. Una advertencia.
Si el Estado no puede —o no quiere— proteger a sus ciudadanos, lo que tenemos delante no es un gobierno, es un Estado fallido.