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La americanización de nuestras navidades

Cada año se borran más las tradiciones propias en favor de las de los EE.UU

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Que la sociedad española, al igual que la mayoría de sociedades europeas, está americanizada, es algo que todos sabemos desde hace muchos años. Uno de los ejemplos más claros lo tenemos en las festividades, con la influencia en los hábitos de nuestras propias fiestas o adoptando otras que no están en nuestro calendario. En España, vemos cómo hemos ido asimilando tradiciones que nos son ajenas, también las de otros países (ahí están el Oktoberfest, San Patricio, el Holi de primavera…), pero es Estados Unidos el que sin duda ejerce más influencia sobre nosotros. Olvidamos honrar a nuestros muertos el uno de noviembre en favor de festejar Halloween el día anterior, la maquinaria del capitalismo nos ha hecho absorber el Black Friday que precede al Día de Acción de Gracias, y nuestra forma de celebrar la Navidad ha variado notablemente con la irrupción del modelo yanqui. Podría parecer muy bonito el compartir y celebrar la cultura de otros lugares, y cada cual es muy libre de hacerlo, pero este establecimiento de hábitos que nos vienen de fuera tiene un gran impacto social y cultural en España. En realidad, no hay nada de natural en el proceso en que hemos adoptado muchas de estas costumbres ajenas, movidas por campañas de marketing para estimular una nueva forma de consumismo. En el caso que nos acontece, que es la Navidad, sería interesante abordar algunas de estas cuestiones.

Hoy en día, el nacimiento de Cristo como motivo de celebración ha ido pasando a formar parte de un trasfondo más secundario, aunque esto tampoco tiene por qué ser algo negativo. La Natividad es el escenario de fondo donde la familia se reúne y disfruta de la compañía de los seres queridos, sin importar si uno es creyente, ateo o depositario de cualquier otra fe. Es un momento de solemnidad y celebración, que trae consigo cierta liturgia muy nuestra e implícita en nuestras costumbres. Estas vienen de la mano de la Navidad y forman parte de nuestro arraigo, como poner el nacimiento en casa, pedir el aguinaldo, comer las doce uvas en Nochevieja, llevar a los niños a la cabalgata de los Reyes Magos, comer el roscón en el Día de Reyes… Inherente en nuestras raíces católicas, la celebración de la Navidad es una de nuestras muchas tradiciones basadas en la sensibilidad colectiva, que parte de la familia y se amplifica hacia un sentimiento de comunidad que todos compartimos. Sin embargo, ese sentimiento se está perdiendo por diferentes factores.

La forma de celebrar la Navidad en España no difiere tanto de la de otros países de Europa, salvando las distancias de tradiciones y personajes folclóricos de cada lugar. Sin embargo, si algo compartimos todas las sociedades europeas es la descontextualización que sufre esta festividad por la influencia norteamericana. En España, en concreto, con los años vemos cómo Santa Claus le ha ganado el terreno a los Reyes Magos, el clima familiar y de fraternidad es contaminado por la influencia de los dogmas cosmopolitas, las compras y el despilfarro relegan a un segundo plano a la conversación y la interrelación, y aquellas «piñas familiares», tan apreciadas por nuestros mayores se ven cada vez más afectadas y alienadas bajo esta influencia reemplazante. En la televisión, cada año reproducen una y otra vez las mismas producciones hollywoodienses que, inconscientemente, hemos ya asociado a estas fechas. El desarraigo que esto conlleva, destruye nuestra identidad y los vínculos que nos unen. No es sorprendente que en otros países, como Austria o República Checa, hayan surgido grupos de movilización en contra de la imagen de Santa Claus y de las corporaciones americanas allí asentadas, para favorecer las tradiciones cristianas autóctonas y frenar un poco el desproporcionado consumo de estas fechas.

Para colmo de males, en los últimos años también vienen filtrándose los dogmas de la cultura woke y de la cancelación, que ya han hecho aparición en nuestras fiestas. Ahí tenemos ejemplos como el de las «fiestas anti-reyes» de Cataluña, con conciertos de música marroquí, promovidas por las CUP y apoyadas por entidades islámicas, o la divulgación de guías feministas acerca de cómo manipular (y en algunos casos se habla de «arruinar») las fiestas según sus propias redefiniciones disparatadas. En el punto de mira de la censura woke, parece que siempre está la concepción de la familia tradicional, elemento íntimamente asociado con la Navidad y que siempre es sometido al vilipendio. Es la herencia católica de España la que nos dispensa este sentido de pertenencia y comunidad, empezando por la familia, en contraposición a la esencia individualista del neoliberalismo yanqui. 

Por otro lado, parece que en España aún no hemos superado el estigma del franquismo, utilizado como arma arrojadiza por aquellos que abrazan el americanismo exportado. Bien es sabido que la Navidad era una fecha utilizada por la dictadura franquista, para ofrecer al mundo una imagen idílica del régimen y de la sociedad española, y también como herramienta propagandística de los discursos del caudillo. Sin duda fue una fecha que Franco utilizó con un propósito político, pero esto ha dejado de ser así. Hace casi cincuenta años que se acabó la dictadura y también sus pretensiones hacia las fiestas, y en este aspecto sería muy necesario sacudirnos los complejos que dejó el franquismo. Basta ya de tabúes y de recelos suscitados por el pasado. Muchas personas, en la actualidad, utilizan dicho estigma para justificar sus prejuicios y atacar la relación entre la navidad y su significado familiar y tradicional. Apuestan por un modelo más individualista y despilfarrador, más americano, que desde hace unos años ha dejado la puerta abierta al posmodernismo más abyecto.

En estos días de dogmas, influencias ajenas y complejos absurdos, es más aconsejable no dejarse llevar por la locura generalizada de estos tiempos, ignorar la incitación al derroche inútil del deseo infundado, y rechazar las imposiciones culturales de Estados Unidos. Uno prefiere seguir viviendo la Navidad como lo hicimos desde siempre, rodeados de las personas que queremos y disfrutando de las pequeñas cosas, brindando por que el próximo año todos podamos seguir celebrando las fiestas juntos. Sin doctrinas modernas que solo conllevan a la desunión y aislamiento de todos nosotros, recuperando el entorno familiar y el sentimiento de comunidad que siempre tuvimos. Son estas las costumbres nuestras que deberíamos mantener.

1 COMENTARIO

  1. Brutal el artículo. Más razón que un santo.
    Por suerte en mi familia seguimos con las tradiciones, es la época en la que nos juntamos todos y soy feliz en estas fechas.
    Noto también americanización en el ámbito de la decoración de las casas. 5 años atrás se ponía el arbolito y el belén (cada vez menos) pero ahora paseo por mi barrio gallego y parece que estoy en Delaware con tanta luz y decoración exterior jajajajajjaa.
    Enhorabuena por el artículo y Feliz Navidad!!

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