Cada vez son más numerosas las voces críticas con el modelo migratorio en Europa occidental. Principalmente con la inmigración del norte de África, pues en numerosas ocasiones no muestran voluntad de integración en los principios que han sustentado la civilización occidental. Esto ha generado tensiones cada vez más visibles; en algunas zonas de España, la situación se ha vuelto complicada.
Aunque países como Francia o Suecia viven escenarios particularmente alarmantes, España no está al margen del fenómeno. Cataluña, en especial, se encuentra en una situación crítica. Más allá de las políticas migratorias actuales, hay raíces más profundas que explican el escenario actual. Para comprenderlo, es necesario retroceder hasta mediados de los años noventa, cuando se tomaron decisiones que marcaron un punto de inflexión.
Uno de los nombres clave es el de Àngel Colom. Conocer su figura es fundamental para entender la situación migratoria actual en Cataluña. Desde determinados sectores del nacionalismo catalán se promovió entonces una estrategia demográfica que hoy muestra sus consecuencias.
Àngel Colom fue un dirigente independentista destacado, vinculado a Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), partido del que llegó a ser secretario general. Bajo su liderazgo, ERC endureció su discurso soberanista y se distanció del catalanismo más pragmático de Convergència i Unió (CiU). En 1996, tras enfrentamientos internos, Colom y Pilar Rahola abandonaron ERC y fundaron el Partit per la Independència (PI), un proyecto que fracasó tanto a nivel electoral como social.
Posteriormente, Colom se acercó a Convergència Democràtica de Catalunya (CDC), el partido de Jordi Pujol. Fue allí donde empezó a trabajar en la Fundació Nous Catalans, una entidad vinculada a CDC que buscaba atraer a la inmigración hacia el independentismo. Su papel fue activo y controvertido en el diseño de una política migratoria pensada desde el nacionalismo catalán.
Colom defendía una tesis clara: la inmigración debía integrarse en la cultura catalana, no en la española. En sus propias palabras: “Es preferible un musulmán catalanohablante que un cristiano castellanohablante”. Lo importante no era el origen étnico o religioso, sino que los inmigrantes no reforzaran la identidad española. El objetivo era que aprendieran catalán y se identificaran con los símbolos y valores del nacionalismo catalán.
En 1995, Colom impulsó la creación de la Fundació Nous Catalans para acercar a los nuevos inmigrantes al independentismo. A ojos de muchos, puede parecer un plan absurdo. Pero para él tenía sentido: el futuro de Cataluña como nación pasaba por conquistar a los recién llegados. Así, se promovieron campañas para enseñar catalán en mezquitas, se organizaron actos en barrios con alta presencia de inmigrantes y se visitaron centros religiosos musulmanes con un mensaje claro: “No se puede construir un Estado catalán sin la participación de los catalano-marroquíes”.
Estas ideas encontraron eco en el propio Jordi Pujol, quien manifestó en varias ocasiones su inquietud ante la “escasez de catalanes de verdad”. Le preocupaba que la inmigración interior procedente de otras regiones españolas diluyera la identidad catalana. Para Pujol, era preferible la llegada de marroquíes que de latinoamericanos, porque —según él— estos últimos tenían más dificultades para asimilar el catalanismo. Su esposa, Marta Ferrusola, también expresó sin ambages su visión: “Las ayudas sólo sirven a los inmigrantes que acaban de llegar. Tienen poca cosa, pero lo único que tienen son hijos”.
La llegada de inmigrantes hispanoamericanos en los años noventa reforzó el argumento de Colom: al hablar castellano, no veían necesidad de aprender catalán. En 2003, la Generalitat abrió una delegación en Casablanca, dirigida por Colom. Desde allí se promovió activamente la llegada de jóvenes marroquíes a Cataluña para trabajar y, con suerte, abrazar el independentismo.
Hoy, los efectos de aquella política son evidentes. La inmigración musulmana plantea retos sociales, económicos y culturales que muchos países europeos aún no han logrado gestionar. Francia, Alemania o Suecia han reconocido las dificultades de integrar a comunidades musulmanas con valores profundamente diferentes. En Occidente, a menudo se subestima que el islam no es solo una religión, sino también un sistema político y social, donde la separación entre lo privado, lo público y lo espiritual es difusa o inexistente.
Colom apostó por una inmigración que no tuviera vínculos con la cultura española. Pero lo que no previó fue que estos nuevos ciudadanos tampoco estaban dispuestos a asumir sin más una identidad catalana. Traían consigo su propia visión del mundo, sus creencias, su sistema de valores.
Según el Observatorio Andalusí, vinculado a la Comisión Islámica de España, en 2023 residían en Cataluña unas 617.500 personas de tradición musulmana, lo que representa alrededor del 8,1 % de la población total. El experimento demográfico del nacionalismo catalán ya no es una hipótesis. Es una realidad tangible, cuyos efectos apenas comenzamos a comprender.