14 de agosto de 2025

La Iglesia en defensa del degüello islámico

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En Jumilla (Murcia), el Ayuntamiento ha decidido prohibir que las fiestas musulmanas del Eid al-Fitr y el Eid al-Adha se celebren en espacios deportivos y plazas públicas. La medida, impulsada por Vox y respaldada por el PP, busca evitar que en lugares comunes se lleven a cabo prácticas como el sacrificio ritual de corderos, una tradición que incluye el degüello del animal en plena vía pública.

La decisión ha provocado una reacción inmediata de la Conferencia Episcopal, que ha calificado la medida como «una discriminación que no puede darse en sociedades democráticas». En un giro que no sorprende pero sí desconcierta, la jerarquía católica se alinea con el discurso de Podemos y de buena parte de la izquierda progre, que defienden a capa y espada que estas celebraciones deben tener cabida en la vida pública española.

La coincidencia resulta llamativa: los mismos que durante años han arrinconado las tradiciones católicas en nombre de la laicidad, ahora se convierten en ardientes defensores de que otra religión imponga sus ritos en el espacio común. Y la Iglesia, lejos de defender el poco terreno que le queda, se suma al coro multiculturalista como si fuera una ONG de integración más.

El problema no es la libertad religiosa, que nadie discute. El problema es cuando esa libertad se interpreta como carta blanca para que cualquier práctica cultural, por chocante o ajena que sea a nuestras costumbres, se normalice en plazas, calles y polideportivos. Y aquí la ingenuidad de la jerarquía eclesiástica roza el suicidio: cede terreno simbólico en un momento en el que su propia fe está en retroceso.

Mientras tanto, en la vida real, fuera de los comunicados episcopales y las proclamas de salón, el multiculturalismo genera tensiones visibles. No todo encaja con todo, y no todas las costumbres pueden convivir pacíficamente sin límites claros. Sin embargo, la Iglesia prefiere sumarse a una defensa abstracta de la «inclusión» que, en la práctica, significa blanquear la imposición de ritos y valores ajenos en el espacio común.

Si la Conferencia Episcopal y la izquierda progre creen que su alianza coyuntural en nombre de la «inclusión» fortalecerá la convivencia, quizá deberían mirar a su alrededor. La Iglesia lleva años cediendo terreno por afán de agradar y, si no cambia de rumbo, acabará descubriendo que esa estrategia de gestos amables no ha salvado su relevancia, sino que ha contribuido a cavar su propia tumba.