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La otra cara de la inmigración africana la pérdida de capital humano y su impacto en el subdesarrollo

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Algunos políticos y pensadores, como Nelson Mandela, siempre defendieron que casi peor que el saqueo de las materias primas y recursos de un país es dejar a este sin futuro, haciendo emigrar a su población más joven y con más potencial. Esto es exactamente lo que está ocurriendo con la inmigración en África subsahariana.

 

Hace unas semanas, el presidente Pedro Sánchez anunció en el Congreso de los Diputados, tras su viaje a Mauritania, su intención de acelerar la homologación de títulos académicos para facilitar la contratación de profesionales provenientes de países como Mauritania, Gambia o Senegal. Lo cual es un agravio comparativo sobre la homologación de títulos académicos de países de Hispanoamérica, proceso largo y con unos retrasos importantes. También resulta cuando menos paradójico, ya que muchos titulados españoles deciden emigrar a Europa para mejorar sus posibilidades de encontrar empleo o en mejores condiciones.

 

Pero lo más grave es que la propia ONU reconoce que la emigración de profesionales cualificados de África, conocida como «fuga de cerebros», tiene un impacto significativo en el desarrollo del continente. De los 3,6 millones de africanos que viven en Europa, más de 100.000 son profesionales cualificados: médicos, ingenieros, técnicos, etc. Es especialmente grave en el campo de la sanidad, ya que, en 2022, la Organización Mundial de la Salud (OMS) indica que esto provocaría aún más déficit de sanitarios en áreas donde ya hay una situación muy crítica de escasez de personal. Mientras que en la Europa comunitaria hay 43 médicos y 99 enfermeros por cada 10.000 habitantes, en zonas del África y del Sahel se reduce a solo 3 médicos y 18 enfermeros. Según Naciones Unidas, en la próxima década África necesitará un millón más de profesionales de la salud de los que está generando. Según este mismo informe, la inmigración de estos profesionales cualificados a países más prósperos descapitaliza sectores esenciales para el desarrollo de estas naciones.

 

Es necesario profundizar sobre la realidad africana, sus peculiaridades demográficas, la situación política y reflexionar si realmente favorecer un modelo migratorio sin fronteras es algo solidario o, por el contrario, es una manera de empobrecer aún más al continente, de no contribuir a solucionar los graves problemas sociopolíticos de la región y negar la oportunidad a África de conseguir el papel que se merece en el siglo XXI. Una solidaridad mal entendida, que no deja de ser un expolio más al continente y una continuación de las malas prácticas colonialistas.

 

Si, como se dice popularmente, «juventud, divino tesoro», África es inmensamente rica, ya que se calcula que alrededor del 60% de la población africana tiene hoy menos de 25 años, aunque, en general, los datos de población dejan bastante que desear por la falta de censos fiables. Según la ONU, el crecimiento de la población mundial se estaba ralentizando, pero ocho países sumarán más de la mitad del crecimiento hasta 2050, siendo cinco de ellos países de África: República Democrática del Congo, Nigeria, Tanzania, Egipto y Etiopía.

 

Así, en la actualidad, África tiene más de 1.300 millones de habitantes, lo que lo convierte en el segundo continente más poblado después de Asia. Es, además, el continente más joven del mundo con una edad media en torno a los 20 años, donde siete de cada diez personas tienen menos de 30 años.

 

Este crecimiento de población y su elevado porcentaje de jóvenes, a priori, debería ser un motor de desarrollo, pero debería ser apoyado por los políticos. Solo el crecimiento demográfico no tiene ningún efecto. Según afirma el Banco Africano de Desarrollo, la emigración afecta tanto a aquellos que viajan en pateras como a los jóvenes de las élites en busca de una vida mejor (este es un éxodo silencioso). Pero ambas categorías de migrantes huyen de la pobreza.

 

La falta de empleo será uno de los principales problemas, ya que según para 2035 la población activa aumentaría en 450 millones de personas, mientras que el mercado sólo generaría 100 millones de puestos de trabajo.

 

Otros problemas graves son la concentración de poder en manos de un pequeño grupo de dirigentes, la falta de apertura del mundo laboral, el desajuste entre aprendizaje y acceso al trabajo, las guerras fronterizas, étnicas y tribales, y muchos otros.

 

Esta situación se ve agravada por la alta tasa de dependencia, ya que nacen muchos niños (la tasa de fertilidad es la más alta del mundo), pero a la vez la esperanza de vida en el continente, que es de 64 años, no para de crecer. Esto se traduce en que, aunque haya cada vez más jóvenes, muchos de ellos serán niños y ancianos que tendrán que ser sostenidos por personas en edad de trabajar, que son precisamente los que emigran, dejando a un elevado colectivo de ancianos y niños en situación muy precaria.

 

Los dirigentes africanos, en general, son incapaces de encontrar soluciones a los problemas que aquejan a la juventud en África, debido a que ellos mismos son los primeros causantes de los problemas que aquejan a la juventud. Los principales retos a afrontar son educación avanzada, empleo formal y economía justa y acceso a la política. África ha centrado sus esfuerzos en la escolarización primaria, pero aún solo uno de cada tres niños en África subsahariana continúa mas allá de la primaria, y menos de uno de cada diez va a la universidad.

 

Sin embargo, el desempleo juvenil, a priori, no es un problema.  En la mayoría de los países africanos la tasa de desempleo entre 16 y 24 años es solo 12,4% del total (en España es del 30%). El 90% de la economía africana es informal  y concentra al 70% de los trabajos. Todos estos empleos son precarios, ofrecen poco valor añadido y reinciden en una de las mayores problemáticas del continente:  el 82% de los africanos que trabajan siguen siendo pobres.

 

Otro de los grandes dramas del continente africano es que algunos acuerdos comerciales impiden la industrialización. Costa de Marfil y Ghana, por ejemplo, son dos de los mayores productores de cacao del mundo; dos de cada tres granos de cacao a nivel mundial proceden de esta zona. Sin embargo, sus agricultores solo reciben el 5% de los beneficios de la industria, debido a la política de aranceles que grava con dureza el producto final molido o pasta de cacao, frente a la exportación de grano de cacao.

 

Algo similar ocurre con otras muchas materias primas. En algunos países de gran tradición pesquera, como Senegal, donde ocupa a un 17% de la población, y Mauritania, se enfrentan desde hace cinco años a una grave crisis con motivo de la intervención de las aguas por parte de la Unión Europea y China, dificultando la pesca y llevando a grandes cantidades de población a buscar alternativas económicas a las tradicionales.

 

La presencia de empresas extranjeras es un tema que también preocupa a los jóvenes africanos. El 72% de los encuestados dijo que la influencia extranjera era un problema: «les preocupa que sus países sean explotados por empresas extranjeras, especialmente que sus riquezas minerales naturales sean extraídas y exportadas sin ningún beneficio adicional para la gente».

 

Los economistas del Programa para el Desarrollo de las Naciones Unidas (PNUD) creen que África debe dejar de exportar productos primarios (agricultura, petróleo, gas y metales), sinónimos de la exportación de empleos africanos. Se necesita desarrollar cadenas de valor locales, nacionales y regionales frente al actual incremento de presencia de empresas extranjeras, no solo europeas y estadounidenses, sino también el elevado crecimiento de capital chino.

 

Otro grave problema es el acceso a la política y las relaciones que establece la población con la clase política. Un ejemplo ilustrativo es el del presidente de Uganda, Yoweri Museveni, quien en 2021 fue elegido para su sexto mandato, con una edad próxima a los 80 años, que contrasta con la media de edad del país, que es de 17 años. La gran mayoría de la población de Uganda no ha conocido a otro presidente y hay grandes posibilidades de que su hijo le releve en el cargo. Esto ocurre en el resto de África, ya que la diferencia entre la edad media de sus líderes políticos y la población es de 42 años (la edad promedio de los presidentes africanos es de 66 años), mientras que la media de la OCDE es de 21 años. No hay hueco para la juventud en la política africana.

 

Una gran mayoría de líderes políticos quiere morir en el poder, y el peso de las dinastías políticas es más que evidente. Según una reciente encuesta, un 73% de los jóvenes africanos cree que la clase política no hace lo suficiente para solventar sus problemas la clase política no hace lo suficiente para solventar sus problemas, y un 60% quieren irse porque la corrupción descontrolada amenaza su futuro . Un 55% de los encuestados expresó que África se dirigía en la «dirección equivocada». Quieren sanciones más duras contra los políticos corruptos, incluida la prohibición de presentarse a cargos públicos.

 

Según un informe de la ONU, la migración africana se producía mayoritariamente dentro del propio continente, lo cual puede suponer un factor de crecimiento para África, aunque pueda perjudicar a algunos países africanos. El número de desplazados internos (movilizados dentro de su propio país) y de refugiados (movilizados a terceras naciones) en África, según los datos ofrecidos por Naciones Unidas, superan los treinta millones de personas.  Tanto desplazados como refugiados deben su situación a tres causas mayores: los conflictos armados, las hambrunas y crisis sanitarias, y las catástrofes naturales.

 

La sociedad africana tiene una larga tradición de movimientos de personas por territorios que, antes de la era colonial, no tenían fronteras establecidas. En esta sociedad el concepto de hospitalidad está muy arraigado, por lo que los movimientos entre zonas era algo habitual. El colonialismo no favoreció este proceso, con la creación de países que a veces no reflejaban las realidades culturales, lingüísticas o étnicas.  Además, en los últimos tiempos, algunos políticos africanos han demonizado a los emigrantes para ganarse el favor de sus ciudadanos, invirtiendo radicalmente la situación.

 

Los dirigentes subsaharianos, cada vez con más frecuencia, utilizan el discurso de la etnicidad, la identidad y la invasión de extranjeros para conseguir votos, como ha ocurrido en Sudáfrica, Costa de Marfil y Nigeria. En muchos países no se ha dudado en estigmatizar a los extranjeros y culpabilizarlos de la crisis económica, el desempleo o la criminalidad, e incluso alentar desde las instituciones actitudes violentas contra los inmigrantes. Esto, entre otros factores, ha provocado que los últimos años esta situación se esté reduciendo la migración intraafricana, incrementándose la inmigración hacia fuera del continente con destino a Europa.

 

Ofrecer «inmigración circular», como la menciona Pedro Sánchez, proponer soluciones parche o utilizar esta mano de obra a bajo coste supone una falta de ética. Implica no buscar la raíz del problema ni buscar una solución al problema africano, sino perpetuar estructuras coloniales, defender regímenes corruptos e incluso racistas y proteger los intereses empresariales. Todo ello sin dar oportunidad a África de que se beneficie del tesoro de su juventud, haciendo que los africanos salgan de su continente a contribuir a otras economías del mundo. Como indica el presidente del Banco Africano de Desarrollo, Akinwumi Adesina, «el futuro de la juventud de África no radica en la migración a Europa, sino en una África próspera».

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