La retórica mediática en lo concerniente a Rusia se podría calificar sin exageraciones como histérica. De esta forma se trata de implantar la idea de que la principal amenaza de todo lo bueno y bello de Occidente lo encarna el imperio de Putin y sus ansias de llegar a Lisboa, mientras ese mismo Occidente se da la mano o se deja hacer cosas más obscenas por personajes como Mohammed VI, Bin Salman o Erdogán.
Pero toda esta dinámica se ha agudizado desde la polémica escena de la discusión entre Zelenski y Trump. Desde entonces se emite la imagen de un Trump «prorruso» y un imperialismo que con Biden es maravilloso pero que su sucesor en la Casa Blanca ha pervertido en su búsqueda de la paz en el Este de Europa. Y es que no olvidemos que desde el lejano Maidán, ha sido la OTAN-cuyo Plan Marshall fue la coronación de la sumisión de Europa al nuevo amo yankee- la culpable de transmitirle a Rusia la idea de que el cerco se iba cerrando sobre ella. Obvia decir que esto no justifica la invasión de un estado soberano como el ucraniano, simplemente pretende evidenciar esa visión simplista de que la guerra es debida a una mala noche de borrachera de Putin.
Pero como decimos, los recientes acontecimientos internacionales han hecho surgir en Europa la polémica en torno al impulso militar, y a las promesas de que Ucrania seguirá siendo apoyada en su guerra contra Rusia por los países de la Unión Europea, ante la presión estadounidense de retirar su apoyo logístico y económico. Trump entiende que las empresas imperialistas en medio mundo no son sostenibles dada la situación interna de su país, además de que aunque suene a locura, en su pugna con China podría conseguir que Rusia bien se ponga de perfil, o incluso que colabore para frenar la expansión del país asiático. Lo que si parece descabellado es que la Unión Europea siga con una retórica que a ojos de cualquier europeo no tiene ningún sentido: excluir a Rusia de Europa porque no es lo suficientemente democrática e inclusiva -léase woke-, mientras se tiene tratos con satrapías petroleras varias y se permite la sumisión a Marruecos y Turquía.
Ante esta perspectiva lo primero que salta a la vista es que la Unión no tiene un ejército comunitario, y su constitución sería un proceso de años, aunque se pretendan abreviar los pasos en este camino. El principal problema para Ucrania es el demográfico, ante el cual Rusia la sobrepasa con creces. Ahora bien, si la Unión Europea afirma que una derrota ucraniana sería una amenaza para el resto de Occidente, esta debería estar dispuesta a mandar tropas al conflicto para reforzar los mermados efectivos ucranianos. Giorgia Meloni ya se ha posicionado frontalmente en contra de esta medida, mientras que Keir Starmer parece el más entusiasta al respecto.
Pero no nos podemos olvidar de la situación interna de la mayoría de los países europeos, tales como las bandas de violadores pakistanís protegidos institucionalmente en Reino Unido, la continua cadencia de atentados en Alemania o las zonas de Francia donde el Estado ha tirado la toalla, por no hablar de la guerra abierta y descarnada que se está librando en Suecia.
Así mismo otro de los problemas del ámbito militar europeo es su adecuación a una situación de ausencia de conflictos, con unos estándares de personal y material bajos. De ahí que el rearme se haya planteado con el rimbombante nombre de «Autonomía Estratégica», lo que vendría a ser dejar de depender de proveedores externos de material militar, al mismo tiempo que se incremente exponencialmente la financiación y la producción de material miltiar. Pero aunque la retórica anti-Putin sea la sopa de cada día, no hace falta ser un analista de altos vuelos para darnos cuenta de lo que se pretende con este escenario: las industrias armamentísticas se frotan las manos -especialmente la francesa, al ser de las de mayor envergadura-, al mismo tiempo que la casta política europea desvía la atención de los problemas internos hacia un enemigo externo, una retórica que funcionó a la perfección en la Guerra Fría, y si bien fue perdiendo credibilidad a medida que avanzaba el tiempo, seguirla defendiendo en la actualidad solo evidencia la falta de imaginación para inventar un discurso alternativo que cumpla la misma función.