Cuando Donald Trump asumió la presidencia de Estados Unidos, se empezó a rumorear que podría existir un acuerdo con El Salvador de Nayib Bukele para extraditar a los inmigrantes más peligrosos que se encontrasen en suelo norteamericano, tanto para reducir costes como por la probada solvencia del modelo carcelario salvadoreño. Junto a los archiconocidos integrantes de los cárteles mexicanos y las maras hondureñas, se mencionó el nombre del cártel venezolano Tren de Aragua.
Esta es una organización que ha ido cobrando relevancia en los últimos tiempos, paralelamente a la desintegración y colapso del régimen bolivariano regido por Maduro. Se localiza principalmente en la frontera entre Venezuela y Colombia, y su mayor rédito es debido al tráfico de drogas, pero tampoco le hace ascos al tráfico de personas o al de armas. Así mismo, con el paso del tiempo se han acrecentado los rumores que vinculan a esta organización directamente con el gobierno de Maduro y todo el entramado burocrático que carcome el país caribeño. Sin embargo, aún no existen pruebas fehacientes de una relación directa entre ambos, pero si que resulta sospechoso la permisividad del gobierno de Maduro con las actuaciones de esta banda organizada.
Inicialmente Maduro optó por una estrategia de silenciosa equidistancia con el presidente salvadoreño, ya que este ha descrito una trayectoria ascendente en popularidad e influencia, en contraste con el papel jugado por el venezolano ante el legado de gran prestigio y reconocimiento que heredó de su antecesor Hugo Chávez. Pero la distensión se rompió ante el anuncio de Bukele de acoger con los brazos abiertos-el de sus cárceles inexpugnables, más bien- a aquellos integrantes del Tren de Aragua que Maduro se negaba a recibir, o a aquellos que no se podría garantizar que en Venezuela no iban a ser tratados con laxitud.
Maduro entonces lanzó un órdago contra Bukele acusándolo de criminalizar y reprimir a pobres e inocentes «migrantes», y de violar sistemáticamente los derechos humanos de su población. Además lo instó a enviar de inmediato a los integrantes del cártel hacia su Venezuela natal. La respuesta del salvadoreño no se hizo esperar, y haciendo gala de su consabido arte de la respuesta, le propuso a Maduro canjear a los delincuentes expatriados por una serie de presos políticos antichavistas. De esta manera Bukele evidenciaba el bochorno de las últimas elecciones presidenciales en el país, así como la disparidad de trato a traficantes y delincuentes y a miembros de la oposición democrática al régimen.
Pero esta situación es aún más llamativa debido a la trayectoria política de Bukele, antiguo integrante de un partido de izquierdas como el FMLN, con declaraciones pretéritas defendiendo la gestión de Hugo Chávez. Y es que no deja de ser paradójico como un David ha conseguido ascender y ser apoyado mayoritariamente el joven presidente de un minúsculo país de Centroamérica, con una influencia internacional inconmensurable. Mientras su contraparte Goliath, el presidente de un país con las mayores reservas petroleras del mundo, un clima benigno y un territorio amplísimo y extraordinariamente fértil, se encamina hacia un abismo sin límites, con una población que protagoniza el mayor de los éxodos de nuestro siglo.
Y es que muchos, a raíz de la humillación pública de Bukele, sacaron a relucir las declaraciones de un joven salvadoreño apoyando a Chávez, como para hacer mermar la credibilidad del presidente. Sin embargo lo que evidenciaron estos críticos es la gran capacidad de Nayib Bukele para pensar críticamente y sin dejarse cegar por los dogmas ser capaz de encontrar soluciones a los problemas de su país, incluso de su continente, mediante el epígrafe que da nombre a su partido, Nuevas Ideas