España lidera la siniestralidad laboral en Europa. En 2024, al menos 796 personas murieron en su puesto de trabajo, según el Ministerio de Trabajo. Más de dos muertes al día. No son cifras frías: son vidas truncadas mientras intentaban sobrevivir en un modelo laboral que ha normalizado lo inaceptable.
De esas 796 muertes, 728 fueron hombres: el 91% de las víctimas. Un dato que no protagoniza campañas, ni portadas, ni mensajes oficiales. Mientras otras violencias reciben atención institucional constante, esta tragedia cotidiana permanece ignorada. El feminismo oficial, que se presenta como voz de justicia social, guarda silencio. La hipocresía es evidente.
Durante la última década, la media de fallecimientos ronda los 670 al año. Lejos de mejorar, los datos empeoran. Informes europeos califican la prevención en España como deficiente, mientras las condiciones de seguridad siguen sin ser prioridad ni para gobiernos ni para empresas.
Los sectores más golpeados son los de siempre: construcción, transporte e industria. La minería encabeza la tasa de mortalidad relativa, con casi 28 muertes por cada 100.000 trabajadores. En los márgenes —repartidores, jornaleros, falsos autónomos— la exposición al peligro es constante, aunque apenas se registre.
Andalucía volvió a liderar las cifras en 2024, con más de un centenar de muertos. En los territorios donde abunda el trabajo temporal, mal pagado y sin vigilancia, la muerte forma parte del día a día.
La respuesta institucional, como de costumbre, es la inercia. Mientras se recitan discursos sobre estabilidad y recuperación, la realidad cotidiana se mide en entierros obreros. Hay explotación, abandono y una normalización de la tragedia. No ocupan portadas ni interrumpen la programación. No hay minutos de silencio ni declaraciones solemnes. Son muertes relegadas a la letra pequeña. Muertes obreras asumidas como parte del funcionamiento “normal” de la economía liberal.
España entierra cada año a cientos de trabajadores como si fueran daños colaterales. Pero no lo son. Son la prueba de que este sistema abandona, sin pudor, a quienes con su trabajo levantan el país.