lunes, junio 16, 2025

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Negligencias médicas: el fracaso silenciado de la sanidad pública

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La sanidad es un tema recurrente en la prensa española. El gasto público, las listas de espera, las condiciones laborales del personal médico o el debate sobre la reforma del Estatuto Marco llenan titulares desde distintos enfoques: desde los medios afines al gobierno de turno, que se jactan de tener “la mejor sanidad del mundo” (una afirmación, por cierto, alejada de la realidad), hasta las críticas dirigidas a la gestión autonómica del partido contrario. Se alaba a los profesionales sanitarios, pero también se vierten opiniones que los acusan —injustamente— de enriquecerse a costa de la salud de los pacientes.

Sin embargo, hay un asunto de extrema relevancia que rara vez ocupa portadas: las negligencias médicas. Quizá no interesa políticamente, quizá no hay voluntad de facilitar el acceso a los datos o simplemente no se considera un tema rentable. Pero estas negligencias ocurren, y ocurren cada día.

Según el DRAE, una negligencia es un “descuido”, una falta de cuidado. Que los médicos, como cualquier ser humano, cometan errores resulta comprensible. De hecho, los protocolos y guías clínicas existen justamente para minimizar ese margen de error. No obstante, cuando hablamos de negligencias médicas, el problema va más allá del error individual. Muchas de estas situaciones podrían haberse evitado. No son fruto de una mala praxis puntual, sino de fallos estructurales: de un sistema que carece de medios, de capacidad de respuesta o incluso de profesionales suficientes para garantizar el derecho a la salud.

Según la asociación El Defensor del Paciente, en el año 2024 se registraron en España 14.088 casos de presuntas negligencias médicas. Esto supone 38 casos al día. De estos, 798 resultaron en fallecimiento. Estos casi 800 muertos suponen un aumento de 196 muertes respecto a 2023. El motivo más común de negligencia no es, como podría pensarse, una mala praxis directa del médico; los fallos en el diagnóstico y la pérdida de oportunidad terapéutica se erigen como las principales causas de negligencia. Las altas concedidas antes de lo debido, la atención deficiente o los retrasos de las ambulancias son otros de los múltiples motivos.

Los peritos médicos, generales o especializados, son figuras clave en los juicios por negligencia, ya que deben valorar si la praxis médica ha sido la correcta y si esta ha sido responsable directa o indirectamente de un perjuicio para el paciente. Según P.E., médico neurólogo y perito con más de diez años de experiencia en medicina pericial neurológica, la mayoría de los casos de negligencia no se deben a causas directamente atribuibles a un médico concreto, aunque esto varía según la especialidad. En una cirugía estética, por ejemplo, una negligencia es más probable que se deba al fallo o a la mala praxis del propio médico.

Sin embargo, en la mayoría de los casos, los problemas que derivan de las negligencias se deben al propio sistema sanitario y a su ineficiente gestión más que a los profesionales médicos. Las listas de espera, que alcanzan máximos históricos —en junio de 2024 había 848.340 pacientes en espera, con una demora media de 121 días—, son un buen ejemplo. En muchos casos, un retraso diagnóstico puede tener consecuencias fatales, especialmente cuando una enfermedad, debido a la espera, deja de ser tratable a tiempo.

La Seguridad Social, tan loada por nuestros políticos y por buena parte de la ciudadanía convencida por sus discursos, lleva años disminuyendo progresivamente los recursos invertidos. Que todo en sanidad sea gratuito para todos tiene consecuencias. El incremento de pacientes potenciales no ha venido acompañado de un aumento proporcional de médicos ni de recursos. Aunque hoy haya más hospitales y más camas que hace 20 años, el enorme crecimiento migratorio ha hecho que el número de personas que requieren atención sanitaria aumente sustancialmente. Y eso tiene consecuencias. La falta de recursos materiales y humanos, la sobrecarga en urgencias o la escasez de camas son solo algunas de ellas.

El modelo de trabajo de los médicos, ahora en el centro del debate por la reforma del Estatuto Marco, es también un tema clave. Los médicos son los únicos profesionales que legalmente pueden trabajar 245 horas seguidas, y no pasa nada. Si un camarero o un ingeniero hiciese eso, sindicatos y medios pondrían el grito en el cielo. Pero que un cirujano opere después de llevar 16 horas trabajando no parece alarmar a nadie. Cierto es que este tipo de explotación laboral daría para un artículo aparte, pero aquí nos ocupan las negligencias. Y evidentemente, una persona que lleva 16 o 18 horas de trabajo intenso no puede actuar igual que lo haría en una jornada normal, legal.

Sumamos ahora el dato alarmante del desgaste por falta de descanso: los médicos residentes llegan a pasar hasta 32 horas sin dormir, acumulando guardias interminables tras una jornada laboral normal —un ciclo que, según Bruna Abogados, genera agotamiento extremo cuya “mirada agotada… ojos hinchados… sonrisas borradas” tras una guardia de 24 horas demuestran que «un médico sin dormir es un peligro para el paciente». Además, un estudio citado por Actualidad Médica encontró que:

  • El 18 % de los residentes toma fármacos para evitar el sueño y el 33,7 % lo hace esporádicamente.
  • Más de la mitad no descansan tras la guardia, llegando a prolongar su jornada hasta 32 horas.
  • El 60 % reconoció haber cometido errores por fatiga.
  • El 34,7 % sufrió accidentes de tráfico después de guardias.

También se observó que la capacidad de detección de pólipos disminuye un 4,6 % por cada hora de trabajo continuado, y en tareas complejas el deterioro es claro: los movimientos sacádicos (relacionados con la atención visual) se reducen significativamente tras muchas horas de trabajo, lo que afecta directamente a la precisión médica.

Estas cifras ponen de relieve que el problema no es anecdótico sino estructural: un sistema que sobreexplota a sus profesionales acaba poniendo en riesgo vidas.

Las situaciones de burnout entre el personal médico son claramente crecientes. ¿Sería culpa del médico si en un caso así cometiera un error o no actuase en plenitud de facultades? ¿O sería culpa de un sistema que lo explota? Ustedes, y en su caso los jueces, decidan.

Otro asunto que merece mención es la escasa inversión pública. Lejos del mantra de “tus impuestos van a sanidad y educación”, el gasto sanitario por ciudadano no deja de caer. Y eso, tarde o temprano, provocará un deterioro progresivo del sistema. Y no olvidemos la inversión pública. Lejos del mantra de “tus impuestos van a sanidad y educación”, el gasto sanitario por ciudadano no deja de caer. Y eso, tarde o temprano, provocará un deterioro progresivo del sistema.

Un estudio citado por AbogadosNegligencia.es revela que España tiene actualmente unas 31 camas hospitalarias por cada 10.000 habitantes, muy por debajo de la media europea que ronda las 53 /10 000. Además, para cumplir los estándares comunitarios en enfermería, habría que incrementar la plantilla un 40 %—sin ni siquiera garantizar la calidad óptima de la asistencia—y muchas de estas camas ni siquiera se utilizan eficientemente dada la saturación existente. En la práctica, esto supone que los hospitales operan con recursos muy ajustados, lo que dificulta llevar a cabo un diagnóstico adecuado y un seguimiento adecuado de los pacientes, aumentando el riesgo de negligencia por falta de medios.

Estas carencias estructurales —demasiados pacientes, pocos recursos, guardias eternas, continuidad asistencial insuficiente— no solo generan estrés en los profesionales, sino que comprometen la seguridad del paciente, como han demostrado todas las cifras y testimonios que hemos analizado.

La portavoz de AMYTS, Ángela Hernández, advierte que “la falta de medios influye de manera determinante en el aumento de las negligencias médicas”. Según Hernández, la disminución tanto de recursos materiales como humanos no solo sobrecarga el sistema y al personal sanitario, sino que convierte en “estructural” la posibilidad de cometer errores evitables. Estas carencias estructurales —demasiados pacientes, pocos recursos, guardias interminables, falta de continuidad asistencial— no solo generan estrés entre profesionales, sino que comprometen la seguridad de los pacientes, tal como hemos evidenciado con cifras y testimonios.

En España, las negligencias médicas no son simplemente errores humanos: son el síntoma de un sistema que lleva años degradándose en silencio. Detrás de cada número, de cada “caso aislado”, hay personas que no recibieron atención a tiempo, diagnósticos que nunca llegaron, cirujanos exhaustos operando tras 24 horas sin dormir, familiares que entierran a sus seres queridos sabiendo que podrían haberse salvado.

Mientras tanto, los discursos oficiales siguen ensalzando “la joya de la corona” del Estado del Bienestar, mientras miles de sanitarios advierten de forma clara: sin medios suficientes, sin tiempo, sin descanso, la sanidad pública no es segura. Y las consecuencias de ese deterioro no son abstractas: son muertes, secuelas, vidas rotas.

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