Aunque quizás no les suene si solo siguen los medios generalistas, la pasada Nochebuena en Nigeria se produjeron una serie de ataques de islamistas fulani en unas 20 comunidades cristianas en el estado de Plateau, en el centro del país. Las cifras que se conocen hacen referencia a unas 162 personas fallecidas (entre las cuales habría niños de muy corta edad), pero junto a las mismas se han estimado unas 500 heridas, por lo que se prevé que la cifra de fallecidos aumente. El día posterior a Navidad también se reportó una emboscada yihadista en la región de Beni, concretamente en la carretera Iringti-Awisha, dejando un saldo de 5 muertos.
Si bien el país que abraza el delta del Níger se asocia en nuestra imaginación al oscurantista grupo yihadista Boko Haram (traducido como «la educación occidental es pecado», especialmente si las beneficiadas de la misma son féminas), existen otros actores igual de feroces en sus ataques, como la delegación local del Estado Islámico, o los fulani ya mencionados. Esta etnia de pastores nómadas proviene del norte del país -zona desértica-, y es de tradición musulmana. Si estos cuentan unos 20 millones de habitantes, la población cristiana es de unos 98 millones de habitantes -sobre un total de 200 millones-, se sitúan sobre todo en el sur, siendo minoritaria en el centro y norte -en cuyos estados rige la Sharía desde 1999.
De nuevo estamos ante la reproducción de uno de los principales leit motiv de conflictos en el continente africano, la eterna pugna entre ganaderos y agricultores. En el caso nigeriano la zona de disputa se centra en el centro del país por ser la región más propicia para la agricultura, mientras que en el sur se encuentran los grandes pozos petroleros del país. Pero en este conflicto debemos tener en cuenta que a inicios del siglo XIX ya se instauró un terrible Imperio islamista en la región, del cual los cristianos no guardan un grato recuerdo.
A este factor étnico-religioso, se suman las disparidades internas del país, principalmente la que sigue las coordenadas norte-sur. Estas mismas divisiones fueron las que provocaron la contienda civil, conocida historiográficamente como Guerra de Biafra (1967-1970), provocada por el intento de independencia de la región del sureste. En la actualidad, ante la progresiva desertización del norte, los grupos septentrionales se están desplazando al sur, en cuyos bosques se suelen emboscar y atacar a los agricultores cristianos, siendo las mujeres las que más sufren esta lacra. Un método habitual es el secuestro y violación de niñas, lo que obliga a consumar el matrimonio de las cautivas bajo la rigidez de la legislación islámica.
Pero regresando al panorama de los cristianos en el país, en 2022 se registró la cifra de 28 sacerdotes cristianos secuestrados, siendo asesinados 3 de ellos. En este año que hemos dejado, según Truth Nigeria, habrían sido asesinados unos 2.500 cristianos. Pero los datos más preocupantes son aportados por fuentes próximas al Vaticano, indicando que en los últimos 14 años habrían sido asesinados 52.250 cristianos. Conforme se profundiza en la cuestión mayor es la firmeza de la hipótesis de lo que está sucediendo es una limpieza étnica en toda regla.
La Iglesia católica, encabezada por el Papa Francisco, parece no ser capaz de articular una respuesta contundente contra estos hechos, más allá de ciertas acciones simbólicas, como ciertas invitaciones a contar sus experiencias como víctimas de Boko Haram. La respuesta apostólica se ha articulado alrededor de la denominada «Ayuda a la Iglesia necesitada» (Aiuto alla Chiesa che Soffre). Según esta misma institución los países más peligrosos para practicar la fe cristiana serían Nigeria, Arabia Saudí, Eritrea, Afganistán y Corea del Norte. Como ya indicamos al principio de la nota, en los grandes medios occidentales cuando puntualmente se hace referencia a estos hechos, se suele omitir la religión de las víctimas, dando a entender que este no es un factor determinante en las agresiones, siendo el mismo modus operandi que se utiliza con la nacionalidad de los responsables de delitos graves en Occidente.
Por el otro lado tenemos al estado nigeriano, liderado por el musulmán Bola Tinubu, cuya posición sobre el conflicto se mueve entre la inoperancia y la simpatía a causa de limpiar la mitad del país de cristianos. Así mismo, la postura del gobierno suele ir en la senda de la negación de la existencia de la persecución religiosa. Por todos estos motivos los cristianos hablan de agenda oculta para sustituirlos, y por qué por lo tanto contaría con la connivencia de las estructuras estatales. De cara al futuro, no debemos olvidar que la riqueza del país está en el sur, aunque el poder político esté en el norte. Por todo esto cada vez es más patente la posibilidad de una posible futura división del país, como recientemente ha sucedido en el también africano Sudán-aunque para los sudaneses del sur la guerra tiene pocos visos de acabarse-.
Para concluir, es cierto que la máxima del cristianismo es poner la otra mejilla, como dijo San Pablo en Romanos 12:20-21, «Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber. Actuando así, harás que se avergüence de su conducta ». Pero ante la falta de efecto de estas medidas, quizás es hora de reaccionar, de lo que los cristianos también han dado sobradas muestras de hacerlo con ímpetu y gallardía.