sábado, diciembre 21, 2024

¿Qué fueron los «buses verdes» sirios?

Nos remontaremos al pasado 2020 donde el gobierno Sirio decidió pactar con los grupos yihadistas y concederles un territorio en el nor-oeste del país, incluso fletando millares de autobuses para trasladarlos

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Si bien la ola de primaveras árabes ya tienen más de 13 años, la guerra en Siria cuenta con varias fases. En este caso nos remontaremos a la previa a la reciente ofensiva de los yihadistas del norte que han hecho desmoronarse de forma bochornosa al régimen de Bashar Al-Assad.

Citar todos los actores que habrían intervenido en la guerra llevaría a un artículo con múltiples ediciones. Vamos a destacar, principalmente en el norte a Turquía, el proyecto neo-otomanista liderada por Erdogán. Erdogan podría ser un perro de presa de los Hermanos Musulmanes que en Europa se ve como gran estadista e islamista moderado -un oxímoron en toda regla-. Por el otro lado tenemos al león de Damasco, ese gatito que cogió un vuelo en cuanto vio que la cosa se ponía fea. Al-Assad era el instrumento de Rusia; sus bases eran fundamentales para acceder a los mares cálidos y para el envío de material y tropas a África. Tras su caída se rumorea que se podría estar buscando un emplazamiento de esas bases en Sudán.

Nos remontamos a 2020, último momento álgido en el plano bélico sirio. El gobierno gracias a Hezbollá por tierra y a los rusos por el aire, fue capaz de controlar por lo menos dos terceras partes del país. Con este status quo Damasco, a instancias del Kremlin, creyó que era el momento de negociar. Y en esa negociación se mantendría la presencia de tropas estadounidenses en el nor-este, las SDF kurdas, alternadas con diferentes reductor del ISIS. Y curiosamente uno de los señeros representantes del Baazismo, produjo a su hijo bastardo en Gadafi -aunque este por lo menos tuvo la decencia de morir con las botas en su país-; pero no solo aprovechó para arrinconar al islamismo y liquidarlo, si no que le ofreció un territorio en la frontera al amparo de Turquía. Y es que el traslado de islamistas hasta el territorio de Idlib se hizo con todas las garantías procesuales, solo les faltó ponerle una alfombra roja y dedicarles unos sonetos.

Y  eso es lo que fueron los miles de autobuses verdes que salieron de la Siria recuperada por Assad tras años de pugna. El verde es el color del Islam, el color de Al-Qaeda. Y es que los medios de comunicación tienen el bolsillo tan hambriento como la memoria reducida. No paramos de ver titulares donde se pretende blanquear a los hijos de Bin Laden, de Al-Nusra, a los autores del 11S y el 11M patrio.

Con posterioridad al desfile de los islamistas hubo conversaciones de Assad con Erdogán en pro de resolver la «cuestión kurda». Así mismo se conoce que aunque Assad fuese un ferviente antisemita, nunca se decidió atacar con sus escasos medios a Tel Aviv, aunque no se puede negar que fue una base de operaciones para el abastecimiento del «Eje de la resistencia». Y no se descarta tampoco que este Eje se cansara de su tibieza ante el «pequeño Satán», y esto precipitase su caída.

Más allá de los intrincados juegos geopolíticos que definen el conflicto sirio, los autobuses verdes se han convertido en un crudo recordatorio de que intentar mediar con el islamismo no es solo una táctica ingenua, sino una apuesta peligrosa. Este movimiento, lejos de ser una solución, demuestra cómo el islamismo radical tiene una asombrosa capacidad de adaptarse, reorganizarse y retomar su agenda yihadista con fuerza renovada. Cada concesión no hace más que prolongar su amenaza y perpetuar un ciclo de violencia que los actores internacionales parecen incapaces de romper.

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