La cultura de la cancelación y la corrección «a toro pasado» es algo que este humilde redactor ha decidido tomar, desde hace ya algún tiempo, con sentido del humor. No hay otra forma de tratar este asunto ya que, en caso contrario, uno estaría transitando por la proverbial calle de la amargura de personas resentidas, ofendidos, censura militante e interpretaciones malintencionadas. Siempre habrá alguien empeñado en sacar punta a algo a cualquier precio más allá del sentido común, y siempre encontrará una excusa grotesca y desprovista de toda lógica con la que justificar sus malas artes. Por tanto, no queda más remedio que aguardar, con el sarcasmo bien engrasado como arma, qué nuevo sinsentido agravia a los lastimeros amantes de la prohibición y del revisionismo incongruente de la historia.
Hay que tener humor para encarar los reproches de estos jueces autoerigidos de la moral, movidos por las modas, el despotismo y el ánimo de recibir una palmadita en la espalda. Si nos centramos en el cine dirigido a la infancia de este «mundo al revés», ahora en detrimento de la inocencia de los más pequeños, lo adecuado en pantalla para los niños es la degeneración, el autodesprecio y la falta de identidad, la transexualidad, la hipersexualización desmedida o una jerga ininteligible con exceso de pronombres mal escritos, mientras que los clásicos entrañables de siempre son de lo más tóxico y cancerígeno para ellos.
Hoy le toca a «Mary Poppins» desfilar por el paredón de lo políticamente correcto, aquel entrañable musical inglés de la niñera bondadosa que abre las puertas de su mundo mágico a unos niños pequeños. Una película llena de enseñanzas éticas, que Mary Poppins nos muestra a través de su interrelacción con los dos hermanos, como mantener una actitud asertiva y positiva ante la vida, el valor de la familia y la importancia de pasar tiempo juntos, el orden y las buenas costumbres, el poder de la imaginación cuando eres pequeño, o que los niños deben ser tratados con respeto y comprensión, además de una gran crítica hacia la avaricia y las conductas mezquinas. También los oportunistas de turno, siempre dispuestos a tergiversar las cosas en beneficio de sus intereses, se ofuscan en delirantes lecturas feministas del personaje y en retorcer el mensaje de la película, pero, para desgracia de sus desvaríos, lo único que hay es un ensalzamiento de los buenos hábitos, de la familia y del respeto por la infancia. Mala suerte, señores, prueben mejor fortuna con el último residuo maloliente producido por Marvel y, de paso, mantengan alejados a los clásicos de sus enfermizas figuraciones.
Sin embargo, como nunca llueve a gusto de la putrefacción woke, descontentos con no lograr sacar un talante feminista y empoderado de la señorita Poppins para ponerlo a su servicio, ahora ha dejado de ser una película para todos los públicos. La resolución es firme, ahora es una repulsiva muestra de la discriminación «típica de aquella época». La polémica se ha desatado al reparar en que el personaje del almirante Bloom, durante el metraje, utiliza dos veces la palabra «hottentot» para definir a las personas negras. A nivel histórico, «hottentot» (supuestamente, un equivalente coloquial de «tartamudo») era la expresión despectiva con que los colonos holandeses se referían a la tribu Khoikhoi en el sur de África. Para entender mejor el contexto de la polémica, en una de las dos ocasiones en que el almirante Bloom usa la palabra de la discordia, al contemplar el rostro ennegrecido de los deshollinadores, grita «¡estamos siendo atacados por los hottentot!».
Sesenta años después de su estreno y sin que nadie haya mostrado jamás descontento alguno con el film, los lobbies de la corrección política deciden ejercer presión desde la red, empujando a la BBFC (Junta Británica De Clasificación Cinematográfica) a realizar una investigación sobre el supuesto racismo de «Mary Poppins» (tan demencial como se lee). Las redes sociales dictan sentencia, y para aplacar la controversia generada por la horda de quejosos de turno, la junta elevó la clasificación de la película de «U» (para todos los públicos) a «PG» (menores acompañados). El órgano de calificación reconoció que «Mary Poppins tiene un contexto histórico» que explica la inserción del vocablo, pero la relectura moral está más preocupada en «la posibilidad de exponer a los niños a un lenguaje o comportamiento discriminatorio que puedan encontrar angustiante o repetir sin darse cuenta».
De nuevo vemos como otro título dirigido para los más pequeños es sometido al trémulo bisturí de la cultura de la cancelación. El revisionismo woke parece haberla tomado especialmente con los títulos dirigidos a los más pequeños, sobre todo si se trata de los «clásicos de siempre». Así vemos como Dumbo era difamada porque los cuervos «ofendían» a los afroamericanos al hablar y cantar como ellos, a Peter Pan por referirse a los nativos americanos como «pieles rojas», a Los aristogatos por un gato que ofrece una imagen estereotipada de los asiáticos… y así las majaderías se suceden en una lista sin fin, que incluye a Blancanieves, La cenicienta, Bambi o El libro de la selva por diferentes motivos, a cada cuál más aberrante e insólito. Estamos convencidos de que estas películas son terriblemente dañinas para los niños, mientras que las nuevas producciones infantiles inoculadas de ideología de género, fanatismo globalista, perversión de la sexualidad, cupos raciales y discriminación positiva son una influencia sanísima.
Lejos del enfado, resulta más bien penoso y risible ver este intento de afrentar una película como Mary Poppins, ya que solo sus buenos valores y su noble mensaje pone en evidencia la locura de estos grupúsculos de presión, y que sus quejas carecen de base alguna. A nadie le importa más que a ellos mismos una dichosa palabra coloquial caída en desuso, que ni siquiera conocerían si no hubiesen visto la película. Esto, aunque parezca simple bagatela, es otro reflejo más de esa moda revisionista de suprimir elementos de la historia como si nunca hubieran existido, pero historia no hay más que una, no puede ser editada y corregida por el capricho de unos pocos, porque eso tiene un nombre: falsificación.
Cada creación y sus particularidades son hijas de su tiempo, y no hay nada más necio que juzgar el pasado con la mirada actual, y más aún aplicar una censura retrospectiva para borrar lo que no le gusta a un puñado de insatisfechos. La historia debe ser mostrada con objetividad en todo su espectro, para ser comprendida y aplicar a nuestra actualidad las lecciones que nos muestra el pasado. Lo contrario sería negar la experiencia y ensayo anteriores a las nuevas generaciones. Por lo demás, solo queda despedir este artículo recordando las palabras de Alexis De Tocqueville, «cuando uno camina hacia el futuro sin la luz del pasado, camina entre tinieblas», de las que deberían tomar nota esas personas obsesionadas en «quemar puentes» y alterar el pasado según les conviene.
A ver cuando le toca el turno a Pipi Calzaslargas, icono de la libertad feminista pero que realmente está mantenida por un papá aristócrata, millonario y ausente. Ja, ja