El martes 18 de marzo saltaba la noticia de la reanudación de los bombardeos masivos por parte de Israel sobre la franja de Gaza, lo que en la práctica suponía el fin del alto el fuego acordado previamente.
Esta acción bélica venía encuadrada en las negociaciones entre Israel y Hamás con respecto a la devolución de rehenes secuestrados por los islamistas el fatídico 7 de octubre. Este finado alto el fuego constaba de tres partes, provocando así una progresiva entrega de rehenes por ambas partes, y la concatenación de las mismas eran automáticas. En las últimas semanas ya se habían aireado las fuertes discrepancias entre ambas partes. Por un lado Hamás se negaba a seguir entregando a rehenes, que actualmente rondarán la cincuentena, aunque se desconoce con seguridad si todos están vivos. Y es que estos ciudadanos israelís privados de libertad son el seguro de vida del propio grupo yihadista, ya que si los llegase a entregar en su totalidad, nada impediría que Israel redujese la franja de Gaza a escombros.
Pero por la parte hebrea también se han reportado tensiones en el gabinete respecto a la negociación con Hamás, ya que la cuestión de los rehenes siempre ha sido instrumental, ya que el objetivo final sería la anexión –total o parcial- de Gaza en si. A esto se suman las particularidades políticas de Netanyahu, y es que ante las múltiples acusaciones de corrupción que lo asolan la guerra le brinda el escenario perfecto de inmunidad legal que lo protege de ser juzgado y condenado.
De esta forma vemos como no existe ningún tipo de interés por parte de ninguna de las dos partes para la negociación, y si se llegó a un alto el fuego solo se debió al agotamiento militar de Hamás, así como el gran debilitamiento del Eje de la Resistencia. El único actor que parece respaldar a los islamistas son los hutties yemenís, pero no debemos olvidar que también son el más lejano y el más precario a nivel interno, ya que la población yemení llega años sufriendo una crisis humanitaria a todos los niveles, además de que al no poder articular una amenaza real más allá de puntuales lanzamiento de misiles es lo que hace que Israel tampoco considere a los montañosos fundamentalistas como una amenaza real, y Hamás como unos aliados simplemente retóricos.
De esta forma el escenario que se nos presenta es claramente favorable para Israel, y es que cada vez se vislumbra más que el plan más plausible es la limpieza étnica de la franja, con el desplazamiento total de los palestinos a otro país árabe. Pero volvemos a repetir que Jordania ya los expulsó y Egipto ni por muy endeudado que se encuentre los podría acoger. Las posibilidades más plausibles, Siria o Marruecos, también son alto improbables. El primero es un estado fallido con gran inestabilidad, aunque cuente con una nueva gobernanza islamista suní. Y el segundo porque por muy lacayo de Israel que sea aceptarlo supondría un alzamiento de la población que pondría en serio peligro a la monarquía alauí. Pero solo el tiempo nos dirá, ese mismo tiempo que cada vez confirma con más fuerza el refranero popular que dice: «quien con islamistas se duerme, exiliado de su tierra se levanta».