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Sudáfrica: un genocidio con ecos del Zimbawe de Mugabe

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Sudáfrica: un genocidio con ecos del Zimbawe de Mugabe
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Sudáfrica cuenta con cierto eco en los medios internacionales. En su día se puso el foco sobre la figura de Nelson Mandela, aunque al mismo tiempo el conocido como «efecto Mandela» también evidencia el olvido al que es relegada una figura que deja de ser interesante para los propios medios. Posteriormente, fue el país más meridional del continente el que vio coronarse mundialmente por primera vez a nuestro país, con ese gol de Iniesta que marcó una época justo en el momento más oscuro de la crisis económica que estaba atravesando España.

Pero por lo que fue conocido sobre todo este país fue por el denominado «apartheid», un brutal sistema de separación por color de piel que se mantuvo en pie hasta los años 90, y que llevó a Sudáfrica a ser el paria internacional por excelencia. Con posterioridad a la caída de la segregación, siempre ha existido la crítica de que no existió una justicia total para los responsables de abusos en aquella época, plasmado en películas como Zulu. Si bien debería considerarse que, con mayor o menor fortuna, el país decidió zanjar ese asunto para mirar al futuro. Sin embargo, con el paso del tiempo, parece que el país, lejos de caminar hacia un futuro de desarrollo e igualdad al margen del color de la piel, se ha quedado estancado en el pasado, buscando una revancha constante que, sea como fuere, nunca podrá borrar la existencia de los abusos del pasado. Si a esto le sumamos la corrupción galopante del todopoderoso Congreso Nacional Africano de Ramaphosa, ya tenemos el cóctel completo de populismo y odio racial por excelencia.

Y aunque se ha corrido un tupido velo al respecto, la reciente encerrona que protagonizó Trump, evidenciando a Ramaphosa por el asesinato masivo de sudafricanos blancos en Sudáfrica, ha reabierto el debate sobre el tema. El mandatario africano trató de defenderse de las acusaciones indicando tanto que los grupos extremistas que gritaban «¡muerte a los bóers!» no forman parte del gobierno —aunque, como es evidente, la llamada al genocidio blanco tampoco es censurada por el ejecutivo— e indicando que la mayoría de la violencia es sufrida por negros, lo cual es lógico ya que son la mayoría de la población. Esto indicaría, asimismo, que los zulús tienen una forma de comportarse un tanto arisca y no muy propensa al diálogo.

Pero lo que no fue capaz de rebatir fue la evidencia de que, tras los crímenes contra blancos, está la cuestión de la tierra, y que las masas negras ansían el desalojo de esos blancos para acceder a esas mismas tierras, mientras el gobierno hace guiños a esta posibilidad o mira hacia otro lado cuando se produce un desalojo violento, para que la población siga viendo al enemigo en el hombre blanco, cuando los gobernantes del país son los negros que se impusieron tras la caída del apartheid.

Y es que, por mucho que los medios trataron de poner a Trump como un seguidor del Ku Klux Klan, la historia siempre viene a nuestro rescate en este tipo de temas. Y es que, si bien los medios presentaron el tema sudafricano como si unos pobres e inocentes negros ambicionaran la tierra de los malvados blancos, la realidad es mucho más compleja. Al noreste de Sudáfrica se encuentra el país que evidenció los peligros que supone el revanchismo racial, con especiales implicaciones en el ámbito agrario. Estamos hablando de Zimbabue. Este país, en el pasado, era conocido como el granero de África, por la fertilidad y riqueza de sus tierras, que, al igual que en Sudáfrica, eran posesión mayoritaria de los blancos. Pues bien, en los años 2000 se realizó una reforma agraria que arrebató por completo la tierra a los blancos y permitió innumerables abusos de los negros sobre estos colonos expropiados.

Pero los nuevos colonos carecían tanto de los conocimientos como de la experiencia para mantener los altos rendimientos agrícolas del pasado. Por lo tanto, se calcula que en la actualidad la producción agraria del país es la mitad con respecto al momento anterior a la reforma agraria racista. De esta forma, el país debe importar alimentos del extranjero y su situación económica es ruinosa. Así se evidencia la sinrazón del racismo anti-blanco, ya que lo lógico sería que, si se realizase una reforma agraria para distribuir más equitativamente la tierra, los blancos deberían servir como instructores de los métodos más eficientes para cultivarlas, no como simples chivos expiatorios de los despóticos, corruptos e ineficaces gobiernos posindependencia.

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