En estos últimos años la ideología woke ha ido extendiendo sus tentáculos por todos los ámbitos de la cultura. Y, cuando Disney se hizo con la editorial Marvel, era solo cuestión de tiempo que contagiase también a los innumerables personajes que son propiedad intelectual de la compañía. La última noticia al respecto, que ha revolucionado las redes, es que uno de los Hombres-X, Morph, se vuelve «una Persona No Binaria-X» en la nueva serie de dibujos animados. Serie que, por cierto, es continuación de la de 1992… y llamándose X-Men’97, podemos deducir que está ambientada en ese año.
La primera pregunta que surge es: ¿cuántas personas autopercibidas como de género no binario había entonces? ¿Es que acaso sabía alguién qué diablos era eso? Por supuesto, una legión de social justice warriors ha salido a dar la cara por la multinacional del entretenimiento, asegurando que los X-Men siempre han sido woke y que, si criticas este cambio, es porque no has leído un cómic en tu vida. Para refutar esto se hace necesario echar la vista atrás, para ver las cosas con un poco de perspectiva.
Stan Lee y Jack Kirby crearon a los X-Men en 1963. La diferencia con respecto a otros superhéroes era que estos no eran dioses, extraterrestres, y ni siquiera los había mutado un accidente insólito. Los miembros de la Patrulla-X eran mutantes, nacidos con un gen que les otorgaba poderes únicos. La humanidad no estaba preparada para ellos, y por eso ocultaban sus identidades… mientras protegían a aquellos que les odiaban y les temían. Su objetivo «político» es simplemente vivir en paz con los humanos, dejar de sufrir discriminación.
Mientras, al otro lado se encuentra Magneto, muy pronto ayudado por su «Hermandad de Mutantes Diabólicos». Ellos se definen como Homo superior, una especie nueva que está destinada a acabar con la humanidad y sustituirla como cúspide de la evolución. Con este argumento racista (o, técnicamente, especista) usan sus poderes para hacerse con el dominio del mundo. Una de sus primeras ofensivas es la toma de un pequeño país, convirtiéndose a sus habitantes sapiens en sus súbditos.
Salvando las evidentes distancias, a menudo se compara la lucha entre Xavier y Magneto con la diferencia que existía esos mismos años entre Martin Luther King y Malcolm X (aunque Stan Lee declaró que nunca fue su intención). Uno de ellos buscaba la igualdad a través de medios pacíficos y pecando de soñador, mientras que el otro justificaba la violencia y defendía políticas (como mínimo) separatistas. Y aquí está el quid de la cuestión: los X-Men no serían, extrapolando esta analogía al presente, los que irían con una pancarta de Mutant Lives Matter; serían aquellos a los que otros mutantes cancelarían, a los que llamarían traidores, porque se presentarían a la manifestación con una de All Lives Matter.
La inversión que se ha dado entre lo que se consideraba progresismo en el siglo XX y lo que se considera ahora es, de hecho, datable en los cómics del superequipo. Cuando el guionista Matt Fraction, una de las puntas de lanza del wokismo en el cómic norteamericano, se hizo con las riendas de Uncanny X-Men en 2009, el cambio que dieron los mutantes fue radical. Cíclope, ahora el líder, hace suyas las políticas separatistas, funda una nación mutante (una nación étnica) y acepta la pérdida de muertes humanas como un posible daño colateral de la secesión. Xavier se le opone, y el ahora líder le responde: «¡Tú tenías un sueño! Yo tengo un plan».
El cambio es tan radical que el mismo Fraction es perfectamente consciente de que le está dando un vuelco a todo, y cuando hace que, en esta isla, Magneto se presenta ante Cíclope, el supervillano lo hace para arrodillarse, presentarle sus respetos y jurarle lealtad (Uncanny X-Men #516). Es aquí cuando «el sueño de Xavier» muere, porque el falso progresismo woke lo mata. Ya no hay posibilidad de igualdad, ni de tolerancia; solo hay dos bandos enfrentados por su diferencia genética.
Volviendo al presente, es posible que los defensores de que conviertan a un personaje en no binario para la nueva serie animada (repetimos, una serie ambientada en 1997) acusen a los demás de no haber leído cómics porque son precisamente ellos los que solo han leído historias publicadas estos últimos años. Seguramente también hay entre ellos lectores veteranos, pero que no se han dado cuenta de lo que ocurre; son como la rana que se va hirviendo en la olla sin notarlo.
Pero es que, si hacemos la analogía de estos nuevos movimientos que surgen y los llevamos a los propios mutantes, ¿qué pensaría la Patrulla-X si se presenta ante ellos un humano corriente, pidiendo unirse a ellos porque «se siente» mutante? ¿Y si otro les dice que no es «ni mutante ni no-mutante, porque esa clasificación es un constructo social y en realidad todo el mundo tiene pequeñas mutaciones»?
Aquello de que la política es «cabalgar contradicciones» se convierte en una absoluta odisea cuando se intenta hacer desde el sinsentido woke.