Uno de los países más extensos del sur del continente africano, en una región privilegiada a nivel geográfico, pero que no ha gozado de la mejor de las fortunas en cuanto al devenir de la historia sociopolítica. Nos estamos refiriendo a lo que hoy se conoce como la República Democrática del Congo.
La entrada de este país en la historia contemporánea es bastante desafortunada, siendo una rara avis colonial, ya que este país formaba parte del patrimonio personal del monarca belga. Pero la historia que hoy nos compete se desarrolla en un tiempo más próximo en el tiempo. Atrás quedaba ya la guerra fría y sus ecos en África, representado en la figura del líder panafricanista Lumumba, una figura tan patética como su homólogo Mugabe. Y es que el conflicto al que hoy nos referiremos es una de tantas muestras de que como el panafricanismo, todas esas estrañas mezcolanzas ideológicas que en su día se presentaron como el futuro de la humanidad, no bastaron para ocultar lo oscuro y macabro de lo que se pretendía idealizar como la «africanidad», así como lo espúreo de los líderes que realizaron la descolonización.
A Lumumba lo sucedió uno de sus supuesto seguidores, Mobutu se convirtió asó timonel favorito del imperialismo occidental en contraposición al imperialismo soviético durante la Guerra Fría. Pero con la caída de la URSS este se convirtió en un socio incómodo para los imperialistas, lo que hizo muy apetecible el enorme y vastísimo pastel congoleño, un pastel que no constaba de chocolate y nata, si no de cantidades indecentes de oro, diamantes y otros materiales mineros tan raros como preciados, como lo es el coltán. Por lo tanto en oposición al régimen surgió en el Este del Congo una figura llamada a ser clave en el futuro del mismo. En la temprana fecha de 1967 Laurent Desiré Kabila fundó el Partido Revolucionario del Pueblo, y a sus paralelas Fuerzas Armadas Populares.
Kabila se presentó en sociedad como un maoísta admirador del legado panafricanista y nacionalista de Lumumba. Este es el contexto en el que se dio la archiconocida visita del Che a las selvas congoleñas, junto con 200 hombres. Que incluso un intrépido aventurerista como el «Chancho» se viese espantado por lo poco ideológico y atrasado de la lucha guerrillera en el país dice mucho del contexto de la misma, y presagiaría el tipo de conflictividad tribal y salvaje que se daría en el futuro en el país.
Como indicamos, el fin de la Guerra Fría debilitó la posición de Mobutu. Este fue el momento escogido para que los vecinos orientales del Congo, Ruanda y Uganda, decidieran pasar a la ofensiva, no pensando en la liberación de la tiranía a los congoleños, si no solamente en coger su parte del pastel del riquísimo Este del país con el que hacían frontera. Por lo tanto, esta región ya convulsa desde el genocidio ruandés de 1994 (aunque en el Este congoleño ya se había producido una revuelta de los tutsi en 1981), que provocó el exilio de los hutus al Este del país, se ve envuelta en la Primera Guerra del Congo (1996-1997), en la que vencerá un Kabila apoyado por Uganda y Ruanda, además de por una Angola prosoviética deseosa de destruir a los opositores del UNITA que Mobutu auspiciaba amigablemente. El despótico Mobutu acabará derrocado y exiliado en Marruecos.
Pero lejos de acabar aquí el conflicto, resulta que la Alianza de Fuerzas Democráticas para la Liberación del Congo -AFDLC- que habían aupado a Kabila son demasiado heterogéneas, a lo que se suma que este personaje no era tan sumisa a los vecinos del oriente como estos creían. En 1998 se dará inicio así a lo que ha llegado a llamarse como la Gran Guerra Africana, o guerra del coltán, pero que sería la Segunda guerra del Congo. Esta se producirá a raíz de la expulsión del nuevo líder de los ugandeses y ruandeses del país, además de la orden de expulsar a los tutsi (recordemos, los líderes de Ruanda) de la Fuerzas Armadas, lo que provocará una insurrección en el Este del país-llegando a tomar Goma-, sirviendo de excusa perfecta para la intervención de Museveni -Ruanda- y Kagame -Uganda- con pretensiones de llegar a Kinshasa y derrocar al díscolo Kabila.
Pero estos dos países custodios de los Grandes Lagos no contaban con la entrada en el conflicto de Zimbaue -si señor, el Fidel Castro cubano disparando contra otros hermanos africanos-, Angola y Namibia, a los que se le sumaron los rezagados Sudán y Chat-este último como un títere a todas luces de Francia-. Esta solidaridad de la Comunidad del África Austral fue lo que evitó que desde el Este se avanzase la capital, y lo que además «internacionalizó» el conflicto.
Este galimatías de países, sumados a varias etnias irreconciliables –como los lenda y los hema- hizo que el conflicto se recrudeciese, a lo que vino a sumarse las desaveniendas entre Ruanda y Uganda. De esta forma el Congo se convirtió en un campo de guerra para que los diferentes países y etnias se cobrasen sus deudas pendientes, ya que el comercio ilícito de un si fin de materiales preciosos costeaba todas las milicias y material bélico que se quisiese. Finalmente Kabila morirá en estrañas circunstancias 2001, y su hijo tomará la senda negociadora para en 2002 llegar a los acuerdos de Pretoria, que certificarían la salida de todas las potencias extranjeras de la RDC, sin embargo sus milicias afines eran imposibles de localizar y desarmar, por lo que fue una retirada parcial.
Todo esto nos lleva a los sucesos recientes, a la toma de la ciudad de Goma por parte de un movimiento de tutsis bautizado como 23 de Marzo, claramente alineado con Ruanda, el país principalmente exportador de materiales preciosos como de tierras raras, aunque curiosamente no cuente en su país con ninguna reserva conocida de los mismos. De esta forma vemos dos bloques contrapuestos, el del África Austral, que sería liderado por la decadente Sudáfrica, con grabes problemas económicos, pero sobre todo unas tensiones raciales que solo vaticinan un futuro genocidio-lo que parejo a su política anti-israelí ha provocado que cada vez sea visto con mayor recelo por Washington-, mientras que el resto de países del África Oriental, de fuertes vínculos con Estados Unidos y el ámbito occidental, liderada por la diminuta pero poderosa Ruanda.
Finalmente me gustaría centrarme en este país. Se suele afirmar que por la culpabilidad occidental sobre lo ocurrido en 1994 se riega al país de ayudas y se mira hacia otro lado cuando hace cosas «feas», lo cual es en parte cierto. Pero no nos debemos olvidar que los principales socios comerciales y militares de Ruanda son Emiratos Árabes Unidos –principal extractor de oro y acaparador de productos agrícolas-, la India o Turquía. Y es que tras la ofensiva sobre Goma del M23, muchos congoleños reaccionaron quemando embajadas francesas en la capital de la República Democrática del Congo. Y es que el anticolonialismo de los años 60 y 70 ya no sirve para explicar lo que ocurre en África, al igual que tampoco sirve para entender lo que sucedió en Ruanda en 1994. Y es que no puedo asegurar que no se produzca un enfrentamiento a gran escala entre el bloque liderado por Ruanda y el contrario liderado por Sudáfrica, pero sí que el reguero de muertes y expolio no cesará hasta que África deje de pedir explicaciones a lo pretérito y pida cuentas a sus líderes actuales, a esos comandantes de la descolonización, debiendo abandonar así esa idealización de la «africanidad» y ese nacionalismo entreguista al primer colonialista chino o ruso que pase, debiendo articular un horizonte de progreso de verdad que rechace muchas de las dinámicas tribales y brutales que aún hoy lastran al rico y maltratado continente.