Estamos asistiendo a los mejores años, dentro del mundo literario, del fenómeno de la autopublicación. Para quienes no estén muy al día dentro de este universo, lo definiremos rápidamente como la opción de publicar obras literarias -aunque también otros tipo de arte, fanzines, etc.- totalmente a cargo del propio autor sin mediación de una editorial.
Pese a que últimamente empieza a ser algo muy conocido, la autopublicación realmente no se trata de un fenómeno nuevo. En las décadas previas a la eclosión de las nuevas tecnologías, internet y las redes sociales, también existía autopublicación. Autores reconocidos como Charles Dickens, Margaret Atwood o Federico Moccia, entre muchos otros, comenzaron probando éxito fuera del mercado editorial. En unos casos por las malas condiciones ofrecidas por los sellos editoriales y en otros directamente porque éstos desecharon obras que después alcanzarían fama mundial. Con estos ejemplos podemos comprobar que, además del hecho de que tener detrás una editorial no es garantía de éxito, el no tenerlo tampoco significa que una obra no pueda ser de calidad. Hace no demasiados años autopublicar significaba meterse en un lío de tres palmos de narices: implicaba buscar una imprenta, sacar un determinado número de copias y luego lanzarse a venderlas bajo riesgo de que se quedasen acumulando polvo en un desván. Como en muchos casos ocurría.
A día de hoy, publicar una obra en el mercado editorial tradicional otorga una serie de ventajas que hay que reconocer. En primer lugar, esas cosas llamadas editoriales las cuales no dejan de ser empresas privadas, conciben al autor y su libro como un producto en el que van a invertir esperando un retorno lo suficientemente suculento como para apostar por él. De modo que quien consigue publicar con ellos sabe que va a tener una maquinaria que en condiciones normales va a trabajar seriamente el diseño, la maquetación y el márketing de distribución de su obra. Y que va a intentar que esa obra esté en las librerías. Hasta ahí todo es fabuloso y seguramente una razón suficiente como para que cualquier autor desee que ésa sea la forma de publicación de su obra. Aunque eso suponga en la mayoría de los casos aceptar condiciones pésimas en cuanto a porcentaje de ganancia en ventas o cesión de derechos. Pero aun así, una buena parte de los autores lo verá como un mal menor si el día del libro va a ver su obra en la vitrina de las mejores librerías o stands. Pero hay un problema añadido, y es un problema gordo: la dificultad de pasar ese filtro editorial. Y no nos referimos al filtro de calidad, que como pudimos ver unas líneas atrás deja mucho que desear en cuanto a criterio, sino a que como empresa privada, la editorial buscará reducir riesgos y eso le llevará a apostar por autores que no sean noveles y si es posible que gocen de un cierto reconocimiento. Por no hablar del archiconocido hecho, tanto en este mundillo como en mucho otros, de que quien tiene contactos parte con ventaja frente a quien no dispone de ellos. De este modo, quien acaba de publicar su primera obra y no conoce a nadie en el mundo editorial, lo tiene francamente difícil para hacerse un hueco.
Existen también otro tipo de editoriales que ofrecen un sistema de coedición. Esto significa que ofrecen condiciones económicas mejores para el autor que las editoriales tradicionales a cambio de que el autor participe en los gastos de inversión, lo cual no todo el mundo está en condiciones de aceptar. En algunos casos, se da una práctica de dudosa ética consistente en que editoriales supuestamente tradicionales aparentan estar interesadas por la obra propuesta por un autor, al que le convencen de sus grandes posibilidades, y responden presentando un contrato de coedición. Y también existen las editoriales de autopublicación, las cuales ofrecen packs completos que suelen incluir revisión ortotipográfica y de estilo, el diseño y maquetación de la obra, su markéting, etc. con un importante desembolso también por parte del autor. Las valoraciones de los autores que han decidido contratar este tipo de sistemas editoriales varían mucho según la empresa contratada y el autor, por lo que podemos concluir que a la hora de optar por este tipo de servicios conviene ir con pies de plomo y analizar hasta el último detalle cada opción.
En este contexto editorial desolador se abre paso cada vez con más fuerza la autopublicación más auténtica. Aquella en la que el autor se busca la vida desde el momento que escribe el primer carácter de su obra hasta el instante en que el primer lector tiene un ejemplar en sus manos. Quien haya pasado por esto lo sabrá, y quien no, podrá hacerse una idea leyendo estas líneas: una vez concluida la escritura de la novela, queda muchísimo trabajo
por delante. La elaboración de una acertada sinopsis así como de una portada suficientemente atractiva son esenciales para que la obra se acerque a su público objetivo. La maquetación interior de la obra puede llegar a convertirse en una pesadilla si no se disponen de buenas plantillas o de unos mínimos conocimientos. Por lo tanto, conviene aprender algo de diseño o el autor puede verse abocado a conseguir el favor de alguien de su entorno que disponga de dichos conocimientos o incluso a contratar esos servicios. Muchos optan por contratar revisiones o diseños ante la falta de tiempo o energía, y aquí entra en juego otra parte del asunto de la que se suele hablar poco: la aparición como setas de servicios de diseño, revisión y maquetación por parte de pequeñas empresas o particulares, a menudo en negro, que se ofrecen para ello. Basta con hacer una simple búsqueda en X, la antigua Twitter, para ver la gran cantidad de oferta que hay en dichos ámbitos.
Si con todo ese trabajo de redacción de la obra, revisión ortotipográfica y de estilo, diseño de la portada, elaboración de la sinopsis y maquetación creemos que al fin veremos salir a la luz la obra, no es del todo cierto, ya que es recomendable disponer de un ISBN y entregar un determinado número de copias en el depósito legal si deseamos hacer las cosas bien. Con todo esto estaríamos ya en disposición de vender nuestra obra y realizar la presentación de la misma. Aquí tocará convencer a una librería para que acepte albergar la presentación de una obra autopublicada -no todas lo hacen-, buscar un local público tipo biblioteca o centro cívico – seguramente toque pagar una tasa y quizá no admitan vender libros en el lugar- o buscar emplazamientos alternativos, lo cual si no se dispone de contactos puede ser francamente complicado. Y finalmente, tras todo ésto, un autor completamente desconocido tendrá que realizar una buena campaña de difusión con todos los medios a su alcance e imaginación para hacer llegar su obra a sus lectores. Tendrá que elaborar o encargar diseños, videos, publicaciones en redes sociales variadas y convertirse en un auténtico machaca si quiere que su obra no quede en el olvido entre una oferta literaria estratosférica.
Con todo ésto no se pretende disuadir a nadie de optar por la autopublicación, si no presentar una imagen lo más cercana posible a la realidad. Publicar es un trabajo y como tal no es sencillo ni un regalo. Lo esperado es que a nadie le caiga del cielo que se le popularice una obra a su nombre. No obstante, el número de obras autopublicadas crece como la espuma año tras año debido a la proliferación de plataformas digitales que ofrecen todas las facilidades para que el autor pueda sacar adelante su obra -especialmente Amazon- con inversión inicial de cero euros a cambio de porcentajes de ganancias, la facilidad de difusión de las nuevas tecnologías y redes sociales, la irrupción del libro electrónico y las plataformas digitales. Todo ello ha provocado un auténtico boom de este formato, dando lugar incluso a que algunos títulos se conviertan en éxitos de ventas.
Pese a todo, la reciente irrupción de las inteligencias artificiales se ha convertido en un auténtico reto para los autores y plataformas de autopublicación, ya que los intentos de fraude están a la orden del día afectando el normal funcionamiento de las mencionadas plataformas e incluso a editoriales y publicaciones literarias, las cuales ya se están viendo obligadas a adoptar medidas para detectar la falsificación. No obstante, las IA están todavía muy lejos de aportar la frescura, calidad y originalidad de la mente humana a un texto, y existen serias dudas de que eso sea posible de conseguir.
En definitiva: la autopublicación da señales de que ha llegado para quedarse y puede ser una oportunidad para hacer frente a un viciado y anquilosado mercado editorial que como es de esperar se rige bajo los parámetro de un cortoplacista interés empresarial. Todavía es pronto para sacar conclusiones, pero en los próximos años veremos si se trata de un fenómeno temporal o marcará una nueva época en el mundo literario.
Como autor autopulicado, suscribo todo lo dicho aquí.