A Netanyahu no le ha bastado con asediar Gaza para tapar su corrupción ni sus métodos cada vez más autoritarios en Israel. El pasado 13 de junio, con el respaldo de Estados Unidos, lanzó un ataque por sorpresa contra Irán: doscientos aviones israelíes bombardearon seis ciudades, incluidas Teherán y Natanz. Murieron al menos veinte altos mandos, entre ellos el jefe del Estado Mayor iraní, y decenas de personas más.
Israel justificó la ofensiva asegurando que Irán estaba a punto de obtener armas nucleares. Sin embargo, días antes, la propia Casa Blanca había reconocido que Teherán no tenía capacidad ofensiva. De hecho, Irán estaba cerca de cerrar un acuerdo para aliviar las sanciones internacionales. La agresión israelí no solo interrumpió ese proceso: lo dinamitó.
La Carta de Naciones Unidas es clara: ningún país puede atacar a otro salvo en caso de legítima defensa o con mandato del Consejo de Seguridad. Nada de eso ocurrió por parte de Israel que actuó, una vez más, al margen del derecho internacional.
La paradoja es evidente: Israel que posee armas nucleares no declaradas y nunca supervisadas, se niega a que Irán pueda tener un programa nuclear, ya que lo que busca Netanyahu, no es equilibrio ni desarme mutuo sino exclusividad atómica y sumisión regional.
Irán respondió de forma inmediata. Lanzó cientos de misiles y drones contra territorio israelí y bases estadounidenses en Irak y Siria. Washington contestó con bombardeos sobre instalaciones nucleares en Irán. Aunque no hay cifras oficiales completas, se habla de decenas de muertos en ambos lados, incluidos civiles.
Netanyahu sueña con un cambio de régimen en Irán. Ha hecho un llamamiento a la población iraní para que se rebele contra los ayatolás, pero ese gesto revela más ingenuidad que estrategia. La oposición interna apenas tiene fuerza: está fragmentada, reprimida y muchos de sus líderes más influyentes viven en el extranjero. Además, no hay que olvidar que las agresiones externas, lejos de provocar revueltas, suelen reforzar al poder en nombre de la defensa nacional.
La guerra también le sirve en casa. Netanyahu lidia con juicios abiertos, malestar social y el desgaste del 7 de octubre, con la cuestión de los rehenes aún sin cerrar. Tras años golpeando a Hamás y Hezbolá sin lograr desactivarlos, su gran apuesta ahora es Irán. Una jugada de alto riesgo. Por su lado, el régimen teocrático iraní ha invocado el artículo 51 de la Carta de la ONU, que ampara el derecho a la legítima defensa.
El 23 de junio llegó una tregua: Irán cesó el fuego primero; Israel, doce horas después. La situación actual es que mientras los gobiernos calculan daños y ventajas, millones de personas, lejos de los despachos, solo buscan un lugar donde no caigan las bombas.