El pasado sábado 5 de julio se celebró el gran desfile del Orgullo LGTBI en Madrid, punto final a los desfiles, campañas arcoíris y euforia institucional.Pero lo que queda no es la celebración, sino el silencio. Las agresiones homófobas no solo no cesan, sino que se multiplican. Y lo más inquietante: la inmensa mayoría de los atacantes no responden al perfil que los medios y el discurso oficial esperan.
En Alicante, un menor marroquí de 14 años agredió brutalmente a un joven gay, rompiéndole la nariz mientras lo insultaba. En Madrid, un hombre cubano fue detenido tras golpear sin provocación a dos personas en el metro, motivado por su orientación sexual. Pero el caso más simbólico ocurrió en Lavapiés, frente a una mezquita: un hombre de origen bengalí persiguió a un vecino, lo insultó repetidamente al grito de <<maricón>> y lo golpeó con una zapatilla. La agresión fue calificada como homófoba.
¿Dónde están las campañas? ¿Dónde las condenas institucionales? ¿Dónde las manifestaciones de repulsa? La respuesta es incómoda: cuando el agresor no es español, sea de origen islámico o simplemente extranjero, se impone el silencio.
En el clima político actual, denunciar esto supone arriesgarse a ser acusado de racismo. Por eso la clase política y mediática repite sin matices una fórmula hueca asumida desde el discurso oficial del activismo institucional: <<violencia estructural>> y <<odio sin rostro>>. Pero los hechos son tozudos. Y todo apunta a que, en muchas ciudades europeas, el verdadero peligro para los homosexuales es el islamismo.
La paradoja alcanza a los defensores del multiculturalismo. Hace no mucho, un concejal del PSOE fue insultado y llamado <<maricón>> en un kebab de Murcia por varios empleados del local, de origen islámico. La escena lo dice todo: quienes durante años defendieron una idea de convivencia sin fricciones comienzan a comprobar que no todas las culturas son compatibles con los valores europeos.
Al mismo tiempo, crece entre muchos homosexuales un rechazo cada vez más profundo hacia el Orgullo LGTBI y el aparato político que lo sostiene. No se sienten representados en la hipersexualización, la depravación convertida en espectáculo, la estética de carnaval ni en una politización que transforma la orientación sexual en una bandera de combate ideológico. Lo que muchos reclaman, como la mayoría de los heterosexuales de clase trabajadora, es algo mucho más vital: una vivienda accesible, un trabajo digno y mayor seguridad.
El relato dominante, en vez de ofrecer soluciones, se atrinchera en la negación. Porque admitir que la inmensa mayoría de la homofobia es importada obligaría a cuestionar no solo la política migratoria, sino también las ideas que la han sostenido. Ideas que, hoy, se desmoronan bajo el peso de su propia incoherencia.