Soy un vecino de la Comarca de la Valdería, en León. Mi pueblo es Pinilla de la Valdería, pero durante el incendio y el fuego de ese día infernal estuve en mi otro pueblo, San Félix de la Valdería junto a mi familia apagándolo.
Lo que aquí se narra pretende dar visibilidad a las acciones que, para defender sus pueblos, emprendieron sus habitantes ante la falta de ayuda exterior. El objetivo, defender su pasado y el patrimonio natural y cultural.
Esta es la historia de lo que vivimos en la pedanía de San Félix de la Valdería, perteneciente al Ayuntamiento de Castrocalbón, en la provincia de León. Una historia de tantas que pretende rendir homenaje a todos los pueblos que defendieron con gallardía y sin ayuda su “patria chica”
Por la mañana subimos a la sierra desde donde el fuego se acercaba cada vez más al pueblo. Parecía que durante la noche el trabajo que se realizó para controlarlo había dado sus frutos, pero las rachas de viento durante el día y el calor sofocante no hicieron sino reavivar las llamas. En un momento vimos cómo el fuego que teníamos enfrente avanzaba con cada soplo de viento, pero eso no fue lo peor. El fuego que avanzaba desde y hacia Felechares de la Valdería y el que avanzaba desde y hacia Calzada de la Valdería nos cercaba a derecha e izquierda. Fue en ese momento que nos dimos cuenta de que no podíamos contener el fuego en el monte porque entre los tres fuegos íbamos a quedar cercados. Entonces bajamos al pueblo.
Los vecinos nos reunimos en la finca donde un agricultor y ganadero tenía sus vacas. Dejamos a sus vacas libres pero controladas para que el fuego no las alcanzara, afortunadamente ninguna murió calcinada. Mi suegro nos dijo a todos “que se os meta en la cabeza que estas alpacas no pueden arder”, refiriéndose al gran montón que allí había para alimentar al ganado. Así pues, nos organizamos. Mi suegro bajó a por su tractor en el que tenía una bomba para regar. Mi cuñado y yo bajamos en el todoterreno de otro vecino para coger unos tubos de acero para regar y utilizarlos junto a la bomba del tractor.
Volvimos a subir y vimos un helicóptero cargando agua en la laguna que hay al lado de donde nosotros nos encontrábamos. Creímos que venía ayuda, que descargaría el agua y lucharía junto a nosotros contra las llamas. La esperanza se esfumó cuando contemplamos cómo el helicóptero se alejó sin descargar ni una sola gota.
Ya de vuelta a la realidad, el ganadero pasaba por la tierra con los arados mientras nosotros íbamos detrás de él con máquinas de sulfatar cargadas de agua enfriando el terreno. El fuego se acercaba cada vez más y más, el viento fuerte hacía que avanzara a una velocidad increíble. Mientras estábamos tratando de controlar el fuego en la finca subió una patrulla de la Guardia Civil que nos ayudó con bateadoras y nos dio mascarillas FP2, fue la única ayuda que acudió. Mi mujer habló con ellos y le dijeron: “haced lo que podáis que estará bien hecho porque nadie va a venir a ayudaros, estáis solos”. No hay palabras para describir lo que sentimos al escucharlos, pues constatamos que nos habían abandonado.
El viento arreció, el ganadero seguía con su tractor haciendo rápidas pasadas y echando la tierra que podía al fuego, pero no era suficiente. Las alpacas prendieron por la parte de arriba. El fuego había cruzado el camino de bajada que estaba envuelto en llamas. Mi suegra nos dijo a mis cuñados y a mí: “subid al coche ya”. Descargamos las máquinas de sulfatar en el maletero y nos metimos dentro del vehículo, un Fiat Uno. Ella, al volante, cruzó con el coche entre las llamas y el humo sin apenas ver nada de lo que tenía por delante, un acto de valor digno de una escena de película americana. Mi mujer bajó con otro vecino y mi suegro fue de los últimos en bajar pues había dejado pasar a la pareja de la Guardia Civil antes que él y se cayó a la cuneta con el tractor. El tiempo de espera no fue mucho, pero sí muy angustioso.
Una vez bajamos al pueblo nos organizamos y pensamos en los diferentes frentes a los que teníamos que atender. Fuimos a la zona de los pajares, la entrada a San Félix desde Felechares, donde mi suegro tiene los remolques, las máquinas de recoger patatas y varios aperos más de labranza.
Una vez allí movimos los dos remolques de mi suegro a pulso. Hubo un momento en que mi mujer se puso a gritar: uno de sus hermanos se había caído al entrar el remolque a una cuneta. Él estaba bien y pudimos sacar el remolque. En ese momento pasó un helicóptero con la sirena encendida. Nos apartamos de su trayectoria, pero no realizó descarga alguna. Al rato, el helicóptero volvió a pasar con la sirena encendida y en esta ocasión descargó una cantidad ínfima de agua, quizá porque cargase poca, quisiese deshacerse de ella y cargar en condiciones.
Una vez movimos los remolques, hubo que sacar la maquinaria del pajar. Uno de mis cuñados llegó con el tractor y el otro pasó por delante de él, rápidamente, con el Fiat. El que conducía el tractor se puso nervioso y clavó la bilda del tractor en una casa sin ninguna consecuencia. Se sacaron las máquinas y se pusieron a salvo.
El fuego había avanzado por detrás del pueblo, hacia el río y hacia la zona del caño donde se hacen las fiestas, por detrás de las eras. Allí viven unos vecinos con su hijo y, a pesar de ser mayores, también ayudaron a controlar el fuego. Sacaron una manguera y comenzaron a apagar las llamas que se aproximaban a su casa. El fuego atacó el pueblo por otras dos zonas, ya eran tres frentes abiertos a la vez, de los cuales uno se había divido en dos: cuatro en total.
Pero volvamos a los pajares, donde yo estuve, junto con más vecinos, prácticamente toda la tarde. Era un frente muy importante, ya que si se quemaba algún pajar o montón de leña el fuego podría propagarse de manera descontrolada por el pueblo. Aquí nos acompañó un vecino de Castrocalbón, que estuvo con nosotros todo el día hasta que se tuvo que marchar pues no sabía nada de su padre ni de su pueblo. Pudimos controlar el fuego hasta que el viento volvió a azotarnos con fuerza: se reavivaron focos y las llamas corrieron velozmente hacia nosotros. El fuego pasó al huerto de al lado y mi suegro se metió dentro con la manguera (una manguera para regar un huerto sin más presión que la que se hace al meter un dedo) hasta que lo apagó. Después yo cogí la manguera y junto a mis cuñados, pudimos controlar que el fuego no llegara a la leña. Tras ello estuvimos refrescando la zona un buen rato.
Teniendo esa zona controlada nos movimos hasta los demás frentes, donde nuestra ayuda era necesaria para contener ahí las llamas y después cogí una máquina de sulfatar y comencé a refrigerar el suelo. El viento se había calmado. Como ya era tarde, alrededor de las 19:00 o 20:00 horas, y no habíamos comido en todo el día, mi suegra me llamó para ir a merendar. El vecino de Castrocalbón se fue a su pueblo sin saber que también había sufrido los estragos del incendio.
Una vez en casa yo me quité el mono amarillo reflectante que me había puesto para luchar contra el incendio. Aún había cobertura y wifi en casa. Mi madre me había mandado una foto de nuestra gata, Dori, con un comentario que ponía “os quiero papis, tened cuidado”. Ya tenía ganas de llorar sin saber por qué y cuando vi la fotografía rompí a hacerlo. Una vez repuesto bebí un Aquarius y llamé a mi madre para decirle que estábamos bien pero que nadie vino ni vendría a ayudarnos.
Mientras apagábamos las llamas pasaban coches de medio ambiente, bomberos de la UME y nadie se paró ni siquiera a preguntar qué tal estábamos o si necesitábamos algo. Comprendo que les destinen a otros focos, pero hubiera sido un detalle. Solamente un coche de Cruz Roja se paró a darnos agua.
Nos dimos una pequeña ducha y comimos, la verdad que nos sentó bien a todos, ya que sabíamos que no se puede pelear con el estómago vacío ni muertos de cansancio. Además, la noche prometía ser movida.
Cuando terminamos de cenar un vecino nos pidió ayuda, pues de su caseta, cerca de unas tierras de maíces, salía mucho humo. Nos acercamos hasta allí con las máquinas de sulfatar y el tractor con los tubos de regar. Una vez allí hicimos un invento y fabricamos una manguera empalmando una tubería de plástico a tubos de regar. Con ella apagamos y refrigeramos la caseta. Mi mujer y yo fuimos con máquinas de sulfatar a apagar pequeños focos de incendio y refrescar la tierra.
Tras la caseta nos fuimos donde otro vecino tenía la leña y un cobertizo para refrescar y apagar la leña quemada y ver si el cobertizo tenía salvación; la tuvo.
Posteriormente fuimos al molino, por la entrada desde Calzada de la Valdería. Allí pudimos conectar una manguera y atacar el fuego con ella y las máquinas de sulfatar. Yo me fui junto a mis cuñados, mi suegro, mi mujer y otro vecino a un terreno cercano al pueblo, apagando rescoldos y enfriando las fuentes de calor. Volvimos a la zona del molino y allí estuvimos apagando el fuego durante la noche.
En ese momento pasó un camión de bomberos de la Junta de Castilla y León que paró mi mujer. Les pidió ayuda y ellos, que iban pasados de hora y se dirigían a base accedieron a ello comunicándolo. Nos ayudaron con la extinción del incendio del río y comprobaron el estado general del pueblo. Nos dieron la enhorabuena por el trabajo realizado diciéndonos: “no sabéis el trabajo que habéis hecho aquí, es increíble, sentiros orgullosos”. Conversando con ellos nos comentaron que la coordinación no había sido buena: les tuvieron de un lado a otro y, en un momento del día, se fueron a las Médulas, pero no a apagar el fuego, sino a hacerse fotos con todos los gerifaltes. Si los medios son insuficientes y además los convocas para hacerse una sesión de fotos y no hacer su trabajo, entonces ¿de qué sirven?
Tras apagar los incendios de la noche, recorrer San Félix y comprobar que, aparentemente, no había más focos activos, nos retiramos a intentar descansar. Cenamos unas pizzas de horno a las 03:00 horas del miércoles 13 de agosto, nos dimos una ducha y tratamos de dormir. Dormimos poco y mal.
De todo esto saco dos lecciones. La primera es que tengo una familia increíble y unos buenos vecinos. Es un honor y un orgullo formar parte de ella. Mis suegros y cuñados tienen un valor incalculable, una capacidad de trabajo, y unos principios más necesarios que nunca en nuestra sociedad. Y de mi mujer puedo decir que me he enamorado aún más de ella: ¡Qué fuerte es! ¡Qué vitalidad tiene! ¡Verla con una mochila a la espalda todo el día, sin quejarse, luchando junto a los demás! las palabras se quedan cortas.
La segunda lección es la siguiente: unas quince personas sin medios, preparación ni conocimientos pudimos evitar que este incendio quemara nuestro pueblo porque teníamos un objetivo común, si nos unimos podemos hacer cualquier cosa que nos propongamos. Es mucho más lo que nos une que lo que nos separa, dejémonos de rencillas, enfoquémonos en lo que tenemos en común y tendremos un futuro brillante. Aprendamos esta segunda lección y apliquémosla como país. Esta vez ha pasado en la Valdería, mañana te puede pasar a ti y te encontrarás solo, sin ayuda.
Daniel Aldonza.