El <<milagro liberal>> pierde brillo. Tras casi dos años de gobierno, Javier Milei presume de haber controlado la inflación, pero el precio ha sido una economía real cada vez más frágil: pérdida masiva de empleos, industria paralizada, desplome del consumo, pensiones congeladas y una dependencia creciente del Fondo Monetario Internacional.
El kirchnerismo de Cristina Fernández y los posteriores gobiernos de Mauricio Macri —del cual hoy varios exfuncionarios forman parte del Ejecutivo de Milei— dejaron tras de sí una economía devastada: altos niveles de pobreza, precariedad laboral, inflación desbocada y una moneda en caída libre. Durante los mandatos de Cristina Fernández, el país se hundió entre corrupción, manipulación estadística, especulación financiera y una estructura productiva cada vez más débil, dependiente de las exportaciones primarias y del endeudamiento externo. El discurso progre del kirchnerismo y el liberalismo del macrismo acabaron convergiendo en un mismo resultado: una Argentina empobrecida, con salarios estancados y un Estado sin capacidad transformadora.
Milei heredó ese país exhausto, pero en lugar de reconstruirlo, lo sometió a un ajuste que ha multiplicado sus heridas.
La inflación cayó del 25,5 % mensual registrado en diciembre de 2023 a menos del 2 % en julio y agosto de 2025. El dato interanual bajó al 33,6 %. Sin embargo, esta reducción no se logró gracias a la productividad o la inversión, sino a una reducción drástica del poder adquisitivo de los salarios y las jubilaciones, acompañada de un fuerte recorte del gasto público. El propio INDEC reconoce que la pobreza ronda el 31,6 % y la indigencia el 6,9 %, mientras que la Universidad Católica Argentina advierte que el poder adquisitivo de las familias sigue cayendo y la desigualdad se profundiza.
En el plano externo, el Fondo Monetario Internacional vuelve a ocupar un lugar central. En julio, el organismo aprobó la primera revisión del nuevo acuerdo y liberó un desembolso adicional de 2.000 millones de dólares, tras los 12.000 millones de abril. A comienzos de octubre, las reservas netas rondaban los 1.400 millones de dólares, mientras que las reservas líquidas superaban los 20.000 millones, según datos del Banco Central. La fragilidad cambiaria obliga al Gobierno a intervenir constantemente para evitar una nueva crisis del peso.
El Gobierno presenta estos resultados como señales de éxito: menos inflación, disciplina fiscal y <<confianza de los mercados>>. Pero detrás de esas cifras se extiende un paisaje de recesión social: el salario real continúa cayendo, la industria se vacía, el consumo se hunde y las pensiones pierden poder adquisitivo. La bajada de la inflación se consigue, sí, pero a costa de un empobrecimiento generalizado.
Milei prometió terminar con la decadencia argentina. Dos años después, lo que avanza no es una nueva prosperidad, sino una economía estabilizada sobre las ruinas del tejido social y productivo. Argentina no se está recuperando: se está adaptando al ajuste. Y, como tantas veces en su historia, el coste lo pagan los mismos.