Donald Trump ha anunciado que quiere entregar un cheque de 2.000 dólares a la mayoría de estadounidenses (excepto a las rentas más altas) financiado íntegramente con los aranceles. Y más allá del personaje, la idea tiene sentido: los aranceles son una herramienta legítima y útil cuando se utilizan para proteger industria, empleo y soberanía económica.
La lógica es directa, ya que si un país impone aranceles, recauda dinero, y ese dinero puede destinarse a apoyar a las familias y a reforzar su economía interna. No es ninguna extravagancia., es política industrial básica, aunque durante décadas nos hayan repetido desde el mantra neoliberal que los aranceles son <<malos por definición>>.
De hecho, resulta casi irónico ver a Trump presentar esto como un descubrimiento propio cuando hace unos meses, en El Enclave, analizamos exactamente esta idea: usar la recaudación arancelaria para proteger empleo, sostener sectores estratégicos y, si es necesario, devolver parte de esa recaudación a la ciudadanía. Así que, dicho con suavidad: Trump nos ha copiado la propuesta.
Los aranceles cumplen funciones esenciales: frenan la competencia basada en salarios ínfimos y condiciones ambientales más laxas, sostienen sectores que serían arrasados sin defensa y equilibran relaciones comerciales que llevaban años descompensadas. Y sí: generan ingresos públicos, ingresos que pueden usarse para mejorar la vida de la población.
Además, cuando la recaudación total de los aranceles se devuelve a la población en forma de ayudas, transferencias o cheques como el que plantea Trump, el argumento clásico de que <<los aranceles los paga el consumidor>> deja de tener sentido. Si el Estado recauda por proteger su mercado y esos recursos vuelven a las familias, no hay pérdida neta para el ciudadano, lo que hay es redistribución.
Lo que sí merece matiz es cómo se cuenta, ya que Trump lo vende como si el dinero viniera del exterior, como si lo estuvieran pagando <<otros países>>. Sin embargo, la recaudación procede del propio consumo interno y eso no invalida la medida, pues simplemente significa que es redistribución interna financiada con política industrial, no un ingreso milagroso que cae del cielo.
En un mundo marcado por competencia desigual, deslocalización y pérdida de capacidad productiva, que un país como Estados Unidos utilice aranceles para recaudar y destinar esos recursos a su población no es un truco, es una política económica sensata y coherente con la defensa de la industria nacional.