Aunque recientemente el nombre del país que cierra de forma meridional el continente africano solo sale en los medios por su propuesta de una simbólica -al igual que propagandística e inútil- reclamación contra Israel en Naciones Unidas, resulta que en este país están sucediendo hechos bastante más trascendentales a nivel interno. Reservaremos otra ocasión para hablar sobre los recurrentes conflictos interétnicos que sacuden el país, aproximándolo cada vez más a lo que ya en su día sufrió Zimbabue.
En este mismo medio ya escribimos sobre la poco conocida Operación Dudula. Pero, al parecer, no sólo preocupan los flujos migratorios hacia Sudáfrica al reducido grupo de personas que conforman este movimiento –con proyección de convertirse en partido político–. Recientemente se ha dado a conocer que el partido del gobierno, el Congreso Nacional Africano, está planteando que el país que vio nacer a Nelson Mandela abandone la Convención sobre el Estatuto de Refugiados, creado por las Naciones Unidas en 1951.
Hacia Sudáfrica confluyen enormes flujos migratorios desde los pobres e inestables países vecinos del mismo. Ya, en la primera década de los 2000, Naciones Unidas obligó a Sudáfrica a otorgar el estatus de refugiado a todo inmigrante proveniente del destruido país vecino de Zimbabue (azotado por aquellos años por una gran inflación, un desempleo de casi el 80% y, para más inri, por una monumental epidemia de cólera). Esto hizo que el número de personas procedentes de este país y residentes en Sudáfrica aumentase hasta el nada desdeñable número de un millón y medio de personas. Y es que Sudáfrica –miembro de los BRICS- es uno de los países más prósperos de África, pero esto no quiere decir que su economía pueda absorber de forma absoluta a todas las personas que arriban a él.
Esta noticia, de escasa incidencia en los medios, nos remite al contexto general de los flujos migratorios en nuestros tiempos, y de cómo los Estados de todo el globo tratan de reaccionar ante los mismos. No hace tanto tiempo que se daba a conocer que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos impedía a Reino Unido realizar deportaciones hacia Ruanda –pequeño país enclavado en el centro de la África meridional–, a pesar de existir un acuerdo previo con el pequeño Estado. Pero de formalizarse la salida sudafricana de la Convención, se probaría como cada vez más que el discurso buenista y moralista, que defiende la importación masiva de personas, no resulta realista ante las consecuencias de esos ingentes flujos migratorios. Es cierto que en Occidente este discurso se camufla mejor ante el subterfugio del pasado colonial del mismo y el racismo social que imperó en el –más que lejano- siglo XIX. Pero tanto con las pioneras medidas de los países nórdicos, como por el caso sudafricano o la reciente decisión de Pakistán de realizar deportaciones masivas de los afganos en su territorio, todo apunta en un cambio de paradigma a nivel global.