En EspaƱa estamos ya acostumbrados a que las pelĆculas estadounidenses dominen la taquilla nacional. Los mejores resultados de los Ćŗltimos aƱos llegaron en 2020, quizĆ”s por la situaciĆ³n excepcional de la pandemia y el estado de alarma. Tres pelĆculas espaƱolas entraron en el Top 10 de las mĆ”s taquilleras del paĆs. Pero este 2023, si la cosa no cambia, ni siquiera tendremos una producciĆ³n nacional en este podio. Mientras que la muy ideologizada Barbie consigue el primer puesto con mĆ”s de cinco millones de espectadores y de treinta millones de euros, no encontramos ninguna pelĆcula espaƱola hasta descender al undĆ©cimo puesto con Campeonex, que no llega ni a una tercera parte de la recaudaciĆ³n de la primera.
Las diez pelĆculas con mĆ”s Ć©xito son todas norteamericanas (si bien una es en coproducciĆ³n con China). Y no es, aunque nos lo parezca en este lado del mundo, por ser Estados Unidos el paĆs que mĆ”s pelĆculas estrena del mundo. La India y China producen mĆ”s largometrajes todos los aƱos, y JapĆ³n y Corea del Sur tampoco andan muy lejos. Sin embargo, a diferencia de estos paĆses, que ejercen polĆticas activas para proteger la industria cultural nacional y sacan provecho de su tradiciĆ³n cultural, la hegemonĆa del cine yanqui en EspaƱa es abrumadora, y por tanto tambiĆ©n su influencia ideolĆ³gica.
Las medidas tomadas supuestamente para proteger la industria cinematogrĆ”fica espaƱola de esta invasiĆ³n cultural son bastante discutibles. Por ejemplo, si echamos un vistazo a quĆ© empresas aprovechan las deducciones fiscales que trae rodar en EspaƱa, una de las grandes apuestas culturales del gobierno de Pedro SĆ”nchez, el 85% de las producciones que acceden a ellas son extranjeras (60,1 millones de euros para estas, y 10,5 para las espaƱolas).
En otro tipo de ayudas, como las de fomento a la proyecciĆ³n en salas, las subvenciones se reservan para aquellas salas en las que una de cada cuatro pelĆculas sea europea. La Ćŗnica prioridad para el cine espaƱol, respecto al de otros paĆses de la UE, es que cuentan como dos las que estĆ”n grabadas en castellano u otra lengua cooficial en EspaƱa, independientemente de que sean producciones nacionales o no .
Y respecto a las plataformas de streaming, que poco a poco van arrebatando producciones y mercado a los cines, la Ley Audiovisual va por el mismo camino: solo decreta que el treinta por ciento del catĆ”logo estĆ© dedicado a producciones europeas, y de estas se reserva solo la mitad para obras en castellano o lenguas cooficiales. Es decir, solo el 15% deben ser obras europeas en lenguas espaƱolas, y, como en el anterior caso, ni siquiera necesitan ser producciones nacionales (pues obligar a esto romperĆa con las leyes comunitarias de Ā«libre competenciaĀ»).
AsĆ, si el cine espaƱol fracasa de esta manera frente al estadounidense, incluso dentro de nuestras fronteras, no es por una especie de suerte o talento natural de los norteamericanos que hace que las pelĆculas de Hollywood sean mejores, sino por una serie de polĆticas que perjudican a las nuestras. Otros escĆ”ndalos del cine espaƱol implican la gestiĆ³n de las subvenciones, en las que priman las cuotas de gĆ©nero al rendimiento en taquilla. En general, nos encontramos tres trabas a nuestro cine: En primer lugar, una polĆtica comunitaria que no permite dar prioridad al cine nacional frente al extranjero. A esto le sigue una polĆtica estatal anĆ”loga a la de la turistificaciĆ³n, que busca convertir los paisajes espaƱoles en escenarios de producciones extranjeras. Finalmente una polĆtica al respecto de los canales en streaming, probablemente el verdadero futuro del cine, que no solo es excesivamente permisiva con sus deberes impositivos (como ya se sabe desde hace aƱos), sino que tampoco pide casi nada a cambio de permitirles ofrecer sus servicios.
De todas maneras, el cine es solo un buen ejemplo de cĆ³mo nos estamos dejando arrastrar a un autĆ©ntico proceso de sustituciĆ³n cultural. PodrĆamos analizar de la misma forma otras muchas expresiones artĆsticas e incluso acadĆ©micas, y mostrar que la polĆtica pone en todas ellas los intereses de la industria extranjera por encima del fomento de la cultura propia. Si sacamos el cine a colaciĆ³n es porque resulta el mĆ”s llamativo, o por lo menos el mĆ”s evidente, en el que se ve con prĆstina claridad cĆ³mo la cultura norteamericana se va infiltrando para convertir EspaƱa en un pequeƱo Estados Unidos de marca blanca. Cosa que no se debe, como acabamos de mostrar, a una suerte de selecciĆ³n natural que harĆa superiores los productos yanquis, sino a que las polĆticas existentes lo facilitan, especialmente desde que durante la dictadura comenzĆ³ un proceso de vender EspaƱa a los intereses atlantistas. Y aunque el proceso puede parecer lento, no hay que ser ni mucho menos un anciano para haber visto el continuo desvanecimiento de las fiestas, tradiciones y rasgos propios de la cultura nacional en favor de una homogeneizaciĆ³n con la que nos diluimos en la cultura dominante. Un millennial ha podido contemplar a lo largo de su vida, por poner unos pocos ejemplos, la sustituciĆ³n de los Reyes Magos por PapĆ” Noel, el extraordinario aumento de la popularidad de Halloween (fiesta que nos era absolutamente ajena), o la importancia que se da actualmente a las ceremonias de graduaciĆ³n en casi todas las etapas de la educaciĆ³nā¦ Todos estos son cambios que no podrĆan explicarse de ninguna manera si no es, respectivamente, por la influencia de las pelĆculas norteamericanas de Navidad, las de terror y las comedias adolescentes, entre otros vectores culturales. Y es que los audiovisuales son un ejemplo clarĆsimo de cĆ³mo se conforma nuestra ideologĆa, nuestra visiĆ³n de cĆ³mo es y cĆ³mo debe ser el mundo.
Por supuesto, si al elemento cinematogrĆ”fico unimos la sinergia que se produce al darse el mismo fenĆ³meno con la moda, la mĆŗsica, la literatura o incluso con las revistas de investigaciĆ³n cientĆfica, o los modelos de partido y campaƱa electoral, tenemos una sociedad que pierde por completo sus raĆces, no ya sĆ³lo en elementos que (desde una perspectiva ingenua) podrĆan considerarse meramente estĆ©ticos, como pueda ser celebrar una u otra fiesta, sino que hay otros de gran profundidad y repercusiĆ³n social. A fuerza de repeticiĆ³n de historias en las que solo los deseos individuales y el Ć©xito importan (Ā«cumplir el sueƱo americanoĀ»), y los lazos tan importantes como la familia son obstĆ”culos para su cumplimiento, nos vuelven mĆ”s egoĆstas, y mĆ”s consumistas. Incluso nos hacen pensar aquello, tan norteamericano, de que cada uno tiene su verdad, y por ello todo vale para satisfacer nuestras apetencias. Un nihilismo en el que lo Ćŗnico sagrado que queda son las necesidades que podemos satisfacer comprando.