El 26 de marzo volvieron las protestas de agricultores y ganaderos a Bruselas, continuando la lucha por defender los intereses del sector primario, tan degradado por las políticas de la Unión Europea.
Coincidiendo con la reunión de los ministros de agricultura de la UE, unos 250 tractores, según fuentes de la policía belga, se manifestaron a las puertas de las instituciones europeas. Durante la jornada se arrojaron estiércol y remolachas frente a los controles policiales. Como en otras ocasiones, la policía acabó empleando agua a presión y gases lacrimógenos contra los manifestantes, hubo un detenido en el transcurso de las protestas.
Tras lo ocurrido, la ministra del Interior Annelies Verlinden hizo hincapié en que los culpables de los altercados serán procesados, marcando una línea de actuación dirigida a ignorar y reprimir las protestas del campo.
Mientras la UE se centra simplemente en intentar mitigar el problema con minúsculas cesiones en materia de burocracia –que a pesar de todo sigue siendo excesiva y una traba para los trabajadores del campo–, los agricultores y los ganaderos en Bélgica y en toda la Unión planean seguir reivindicando unas condiciones de vida dignas en el campo.
El problema agrario hunde sus raíces en varias cuestiones. Los acuerdos de libre comercio, como el más reciente con Mercosur (Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay) y detonante del conflicto, hace que productos más baratos producidos fuera de la UE, en países como Marruecos, Sudáfrica o Ucrania supongan una dura competencia frente a las producciones nacionales.
Este problema se ve agravado por el abandono de los gobiernos y la ausencia de medidas proteccionistas que defiendan las producciones nacionales, que sí cumplen con una serie de requisitos medioambientales y de calidad que productos foráneos no cumplen. La excesiva burocracia y las medidas que limitan la producción son un lastre.
A su vez, existe un abuso por parte de los intermediarios en la venta final de la producción agropecuaria, comprando a precios bajos y vendiendo a precios altos, dificultando así la viabilidad de las explotaciones agrícolas y ganaderas, que ven aumentar los costes de producción y disminuir las ganancias. Esta descompensación producida por el alza de precios se da especialmente en los combustibles, de ahí la participación de los transportistas en muchas protestas.