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Cuando uno escucha Frente Popular se imagina a gente aguerrida, con las cosas claras y las manos duras, militando por principios, dispuestos a dejarse la salud y la vida por la causa, y, sobre todo, patriotas.

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Quizás es por deformación profesional, pero uno cuando escucha un nombre ya acuñado en el pasado no puede evitar que en su cabeza emerjan determinadas imágenes que se asocian a esos mismos vocablos. Quizás sea pecar de simplismo, pero uno cuando escucha Robespierre, se imagina a un hombre decimonónico poniéndose a cuestas la Revolución francesa y siendo absorbida por esta. O cuando escucha Napoleón, se imagina a un sardo de pequeña estatura que estuvo en lo más alto y luego cayó hondo para resurgir fugazmente. Escuchar de Gaulle nos remite a un gabacho grandullón en traje militar, un oportunista que representó la parte menos luminosa de la Francia resistente, que tristemente fue la que se impuso tras la guerra. Asimismo, escuchar Foulcault nos remite a la imagen de un calvo liberal y degenerado.

Pero hay otras palabras, que aunque tienen también traducción patria, nos remiten a otro tipo de ideas. Cuando uno escucha Frente Popular –en paralelo a «partisanos» o «la resistencia»– se imagina a gente aguerrida, con las cosas claras y las manos duras, militando por principios, dispuestos a dejarse la salud y la vida por la causa, y, sobre todo, patriotas, hasta la médula.

La noticia de que se va a reeditar un Frente Popular francés puede sonar a esa misma reminiscencia del pasado, pero si nos acercamos a ver quién lo compone la sorpresa es mayúscula. Resultan ser feministas, a las cuales seguramente les escupirían en la cara las vendedoras de pescado que protagonizaron los albores de lo que sería Revolución francesa. Resultan ser ecologistas, culpando al consumo de los trabajadores de los estragos capitalistas, una retórica muy poco asimilable a la de dedicar la vida porque su país se convirtiese en un país próspero y desarrollado hasta su máximo potencial, tan caro a los integrantes del verdadero Frente Popular. Resultan ser trotskistas, por lo tanto aduladores de uno de los mayores traidores a las causas populares que ha parido la historia. Resultan estar en contra de la biología, y es que dudo mucho que alguien que se internase en la resistencia francesa tuviese ni siquiera una mínima duda de a qué sexo pertenecía. Y, para más inri, como colofón, son… ¡antipatriotas!, cuando si algo ha caracterizado al pueblo francés es precisamente ese apego a la idea nacional –es cierto que en puntos rozando el chovinismo, pero esa no es la discusión ante la cual nos encontramos–, y los integrantes del Frente Popular dudo mucho que estuviesen a favor de que su país se convirtiese en un estercolero de nihilismo y consumismo, y es que muchos de ellos en su día dieron su vida ¡echando a los alemanes de su país!, que al igual que ellos eran europeos y su entrelazamiento cultural era muy fuerte.

Destrucción de la Columna Vendôme en tiempos de la Comuna de París. Fuente: Wikimedia

Es más, tanto que les gusta citar la historia, deberían estudiarla un poco más: incluso en los primeros tiempos de lo que luego sería el movimiento revolucionario francés y mundial, y a pesar de que empuñaban la bandera roja –confundidos por el simbolismo nihilista que en aquellos tiempos representaba la tricolor– los comuneros parisinos fueron los más intrépidos en la defensa de su patria ante los invasores prusianos, entregada por su Estado Mayor con el fin de reprimir aquella joven protesta obrera y popular. Ya en esos tiempos se vio lo íntimamente ligada que estaba la defensa de la patria con el progreso del pueblo.

Retomando el hilo, y como contraste a esta amalgama de burócratas y seres deconstruidos que pretenden reconstruir algo de tan glorioso recuerdo, citaré solo alguno de los fragmentos de lo que fue el himno de la resistencia antifascista francesa –Le chant des partisans–, para que ustedes mismos juzguen y encuentren los paralelismos que crean convenientes. Estos son: «Salgan de la paja los rifles, la ametralladora, las granadas», «Nosotros somos los que rompemos los barrotes de la cárcel para nuestros hermanos», «Aquí, verás, caminamos y matamos, morimos», «Mañana la sangre negra se secará bajo el sol en las carreteras». En fin, poco más que añadir al respecto, sigo pensando que los hippies se han confundido de nombre para su esperpento político.

Y es que este que les escribe es un apasionado, un loco, un friki de la historia, y sin ese amor y devoción por la ciencia de Clío no concibo que uno pueda ser historiador. Pero a la par, uno debe saber que la historia tiene sus fases, y estas terminan. Y es curioso como los mayores iletrados en historia son los más propensos a quedarse atrapados en ella. Lo vuelvo a repetir por si alguien aún no se ha enterado: no vivimos en 1945, el III Reich ha caído, el capitalismo ha encontrado otras formas de mantenerse en liza, el fascismo ya no existe en Europa, al igual que el comunismo en el mundo. Y aunque suene repetitivo, desde que se escribió La dialéctica de la Ilustración el capitalismo en Occidente ha pugnado por mudar de piel, por virar su estrategia del derechismo ultramontano de antaño al superizquierdismo cosmopolita y degenerado de nuestros días. Luego vino Orientalismo de Edward Said a poner la puntilla, pero sobre ello hablaremos en otro momento.

Cuando escribimos sobre Palestina ya lo apuntamos, pero es que la Ley del compromismo progre cada vez se confirma con mayor vigor: el nivel de compromiso político de un progre es directamente proporcional a la lejanía que su causa remita, bien sea geográfica o cronológica. Y es que esta izquierda, a pesar de su obsesión con lo que ellos creen que es la Historia, no aprende de las lecciones de la «revolución» de Jomeini, donde fueron fagocitados por esos mismos islamistas con los que en la actualidad bregan en las calles hombro con hombro contra un «fascismo» al que empujan a los trabajadores mediante su nihilismo decadente. Ante esta patético escenario, que se sirve de lo más glorioso y noble para justificar lo más espurio, no cabe anclarse en el pasado y resucitar Frentes Populares, sino erigir por toda Europa Frentes Patrióticos, que nos permitan aliarnos con «enemigos» de antaño, siempre todos juntos contra todo aquello que pretenda destruir lo que somos, lo que nuestros antepasados con tanto sudor y esfuerzo nos dejaron.

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