lunes, septiembre 30, 2024

Nuestra democracia de «d» minúscula

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Me he echado al monte. He levantado una partida entre los riscos agrestes de las serranías castellanas. Estoy alzado. Y es que mi próximo coche será un diesel, seguiré diciendo piropos y requiebros, cederé el paso a las señoras y -por si esto fuera poco- todavía seguiré apartando sus sillas y abriendo sus puertas. Soy un señoro y un machirulo sin complejos. Estoy lanzado y alzado. Continuaré celebrando el 2 de mayo, votando al Frente Obrero y no creyendo en la reconciliación en Cataluña, ni en los cupos femeninos ni en la limpieza de la PSOE. No creo en nada de lo que se proclama desde arriba y pienso -fuera de toda broma- que esta situación es insostenible. Ahora nos salen con lo del Plan de Regeneración de la Democracia como si no se hubieran enterado -lo saben de sobra, pero nos toman por tardos- de la circunstancia de que esta democracia ya no puede regenerarse y del hecho de que -por mucho que hagamos o digamos- estamos hasta arriba de basura de una manera irremediable. Citando al Gran Bardo no es que algo huela a podrido en Dinamarca: es que es la misma Dinamarca la que está podrida.

Mucho hemos discutido desde siempre a cuenta de la efectividad real de nuestra Democracia. Sobre si era cierto aquello tan lincolniano del gobierno del pueblo y para el pueblo. Somos muchos los que creemos que España -al igual que el resto de Europa Occidental- no es más que una mera democracia formal al servicio de las oligarquías: un mero enunciado de derechos que necesitan ser urgente y radicalmente garantizados y profundizados. Sin embargo, Pedro Sánchez ha puesto fin a este debate apasionante tanto por medio de sus actitudes personales como a través de sus actuaciones de gobierno: el proyecto personal del Presidente se está ocupando de destruir -también- el débil armazón que soporta el Régimen de 1.978.

Esta tendencia general se ha venido subrayando en España a raíz de las burdas -por indisimuladas- iniciativas del gobierno personalista de Sánchez. Estas iniciativas están erosionando los pilares fundamentales de la propia democracia formal y de su normal funcionamiento. Imagino que Pedro Sánchez debe saber que las bases de todo modelo político democrático se asientan sobre tres principios básicos: la igualdad ante la ley, la independencia del poder judicial y la libertad de expresión. Y estas bases elementales de nuestra libertad están saltando por los aires al ritmo de la música que -mes tras mes- nos impone la orquesta siniestra del Maestro Sánchez.

¿Qué usos democráticos de gobierno pueden ser aquellos que excluyen del ámbito del Derecho Penal las actuaciones delictivas desarrolladas por los ciudadanos de una determinada ideología?, ¿qué democracia ampara un desigual trato fiscal de las personas en función de su lugar de nacimiento?, ¿qué gobierno del pueblo y para el pueblo puede avalar el señalamiento de Jueces que investigan una presumible comisión de delito?, ¿qué salud democrática justifica cualquier limitación a la libertad de expresión sin haber pasado antes por un proceso judicial?, ¿qué porquería es esta de la máquina del fango?, ¿qué formas democráticas favorecen la colocación de correligionarios al frente de instituciones básicas para el control del Gobierno?, ¿en nombre de qué estabilidad el Gobierno pierde constantemente votaciones en el Congreso?, ¿nos merecemos esto? ¿Cuándo y cómo va a terminar todo este circo? Democracia a la española con «d» minúscula.

Por todo esto vale la pena iniciar nuestra cabalgada y desencadenar la furia y el hierro de España. Porque echarse al monte no solo es una postura individual: porque echándonos al monte junto a otros muchos estamos iniciando la era del renacimiento para esta vieja nación nuestra. Unos tiempos nuevos en los que -sobre las sombras del presente- brille otra vez esta Gran Esperanza por la que venimos dando nuestra vida desde que tenemos uso de razón.

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