Ayudas sin control: el espejo roto del asistencialismo
El nuevo Govern balear ha destapado un escándalo que huele a podrido: 2,4 millones de euros en ayudas sociales cobradas “sin control” durante el mandato de Francina Armengol. La auditoría interna habla de expedientes sin verificar, beneficiarios sin residencia en Baleares e incluso personas sin documentación válida recibiendo dinero público. Un sistema diseñado para amparar a los más vulnerables se convirtió, en la práctica, en un coladero.
Pero más allá del dato —que ya es grave— lo preocupante es el patrón. Cada vez que un gobierno multiplica las subvenciones sin reforzar los controles, lo que florece no es la justicia social, sino la clientela política. El asistencialismo sin responsabilidad termina convirtiéndose en una herramienta de poder, en una forma encubierta de comprar voluntades con dinero ajeno.
Durante años se nos vendió la idea de que más ayudas equivalen a más progreso, cuando en realidad lo que se consolidó fue una burocracia complaciente y opaca, incapaz de distinguir entre necesidad y oportunismo. Y lo peor: mientras se despilfarraban millones, muchos ciudadanos realmente necesitados quedaban atrapados en el laberinto administrativo.
Este caso balear no es una anécdota, sino el reflejo de un modelo extendido: la sustitución de la política social por la política de subsidios. Un modelo que anestesia al individuo, perpetúa la dependencia y transforma al Estado en una agencia de reparto sin criterio ni moral.
Quizás haya llegado el momento de recordar una verdad incómoda: la justicia no consiste en dar dinero, sino en garantizar dignidad, mérito y trabajo. Lo demás —como demuestra este nuevo escándalo— es puro maquillaje ideológico sostenido por el dinero de todos.
