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La banca sin intereses: así funciona la banca islámica y su avance en Europa

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Mientras los grandes bancos europeos ajustan tipos, regulaciones y balances en un entorno de incertidumbre, un modelo financiero crece con fuerza desde Oriente Medio hasta las capitales europeas: la banca islámica. Este sistema, basado en los principios de la Sharía (ley islámica), prohíbe el cobro de intereses y promueve prácticas éticas, transparentes y sostenibles. Aunque ajena a los esquemas financieros tradicionales, ya mueve miles de millones de dólares a escala global y gana presencia incluso en países no musulmanes como Reino Unido, Alemania, Francia… y España.

Una banca sin intereses

A diferencia de la banca convencional, los bancos islámicos no cobran intereses (riba), considerados ilícitos. En su lugar, operan bajo contratos de participación en beneficios y pérdidas. Modelos como la Murabaha (venta con margen pactado), la Mudaraba (sociedad de inversión), la Musharaka (sociedad con riesgo compartido) o la Ijara (alquiler con opción de compra), permiten a las entidades obtener beneficios sin recurrir a la especulación.

Además, la banca islámica no puede financiar negocios que vulneren principios religiosos, como el alcohol, el juego, la pornografía o la especulación bursátil. Todos los productos deben estar respaldados por activos tangibles, lo que reduce el riesgo sistémico y ha blindado a muchas de estas entidades durante las crisis financieras recientes.

Supervisión religiosa, no regulatoria

El marco de funcionamiento de estos bancos no se somete a una regulación única, sino que depende de la escuela jurídica islámica que sigan y del país donde operen. Cada entidad cuenta con un «comité de supervisión de la Sharía«, formado por expertos religiosos que revisan y validan productos, operaciones e incluso nombramientos, aunque no formen parte del consejo de administración. En muchos casos, los directivos con voto son exclusivamente musulmanes, aunque suelen incluir consejeros independientes locales.

Este modelo religioso de gobernanza opera en paralelo a la regulación financiera convencional y, en no pocas ocasiones, escapa a los mecanismos tradicionales de auditoría. Aun así, cuenta con un notable respaldo político en varios países y su expansión continúa.

Presencia internacional y sombras

Bancos como Al Rajhi Bank (Arabia Saudita), Kuwait Finance House, Dubai Islamic Bank, Qatar Islamic Bank o el National Commercial Bank gestionan activos por valor de decenas de miles de millones de dólares. También se han creado fondos cotizados (ETFs) y vehículos de inversión islámicos en países como Malasia, líder mundial del sector.

Sin embargo, la opacidad y la vinculación de algunos fondos con actividades caritativas poco auditables —como las aportaciones voluntarias (zakat)— generan dudas en servicios de inteligencia occidentales. Al Rajhi, por ejemplo, fue señalado en informes de EE. UU. por presuntas conexiones indirectas con la financiación de grupos extremistas como Al-Qaeda, aunque sin consecuencias judiciales concretas.

España: discreta implantación

En nuestro país, la banca islámica opera desde hace una década, de forma limitada pero creciente. El banco Aresbank, propiedad del Libyan Foreign Bank, ha iniciado una línea de servicios islámicos centrados en comercio exterior y depósitos conforme a la Sharía. Por su parte, la cooperativa barcelonesa CoopHalal, fundada en 2014, se convirtió en la primera entidad española dedicada exclusivamente a las finanzas islámicas. A través de su “Fondo Zakat Solidario”, financian actividades culturales, caritativas y licencias de taxi, aunque desde 2019 no ha trascendido información financiera actualizada.

Indirectamente, también están presentes en grandes bancos como BBVA o Santander a través de fondos de inversión gestionados por firmas como BlackRock, que mantiene importantes vínculos con capitales del Golfo.

Un mercado en expansión

El mercado financiero islámico en el Reino Unido, considerado uno de los más desarrollados fuera del mundo musulmán, alcanzará en 2025 un volumen estimado de 7.730 millones de dólares, con previsión de crecimiento anual del 3,12% hasta los 9.020 millones en 2030. Esta expansión se apoya en un entorno regulatorio favorable y en la creciente demanda de productos financieros compatibles con el islam.

La escena es compleja: un sistema financiero que no responde a las reglas occidentales, pero que crece silenciosamente entre Londres, Dubái y Barcelona. Y aunque sus principios se presentan como éticos y estables, la falta de control independiente plantea interrogantes sobre la transparencia y la compatibilidad con los modelos democráticos.

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