La izquierda española ha dejado de existir como fuerza transformadora. Lo que antes era un movimiento centrado en la lucha de clases y la emancipación de los oprimidos, ahora se ha convertido en una caricatura de sí misma, atrapada en el pantano de las políticas identitarias y el servillismo hacia una agenda globalista que nada tiene que ver con los intereses de la clase trabajadora. Las «izquierdas» actuales, desde el PSOE hasta Sumar y Podemos, han traicionado cualquier rastro de política que merezca llamarse revolucionaria.
Las leyes feministas impulsadas por los actuales gobiernos de izquierda no son más que un barniz progresista que oculta la ausencia de medidas económicas reales para las mujeres trabajadoras. ¿Qué sentido tiene promulgar leyes que buscan igualdad en el lenguaje mientras las mujeres siguen explotadas en trabajos precarizados? La izquierda ha reducido el feminismo a una cuestión de cuotas y lenguaje inclusivo, ignorando que el verdadero problemas radica en un sistema capitalista que beneficia a una élite, mientras hombres y mujeres de clase obrera sufren por igual.
Es más, la polémica Ley del «Solo sí es sí» ha demostrado ser un desastre legislativo, generando vacíos legales que han beneficiado a agresores sexuales. ¿Dónde está el análisis crítico de los resultados de estas políticas? En lugar de asumir responsabilidades, la izquierda woke prefiere culpabilizar a los jueces o al «machismo estructural», como si el problema no estuviera en su propia incompetencia.
En cuanto a la inmigración, los partidos de izquierda han optado por una postura absolutamente acrítica y dogmática. Defienden una inmigración sin controles bajo la bandera de los derechos humanos, pero olvidan deliberadamente que son los trabajadores españoles quienes pagan las consecuencias de esta política desastrosa. El aumento de la inmigración irregular por la frontera sur de Canarias o Ceuta ha desbordado los sistemas de atención social, generando tensiones en barrios obreros donde la convivencia se hace cada vez más difícil.
¿Por qué no se habla de la explotación laboral que sufren muchos inmigrantes a manos de empresarios sin escrúpulos o, por qué muchos de los medios de comunicación no mencionan la nacionalidad de un extranjero cuando comete un delito? Porque la izquierda ya no tiene interés en criticar al capital ni defender a la ciudadanía. Prefiere señalar como fascista a cualquiera que se atreva a cuestionar su discurso buenista, mientras abandona a su suerte a las comunidades que enfrentan las peores consecuencias de su política migratoria.
La reciente legislación LGTBI es otro ejemplo del desvarío identitario de la izquierda. Aunque se presenta como un gran avance, estas leyes no afectan en lo más mínimo a los verdaderos problemas que enfrenta la mayoría de la población: el desempleo, la precariedad y la falta de vivienda. ¿En qué beneficia a un joven trans de clase obrera que su cambio de sexo quede registrado legalmente si sigue sin encontrar trabajo digno?
Este tipo de medidas solo sirven para generar titulares y reforzar la imagen de una izquierda que, en la práctica, no tiene nada que ofrecer. Mientras tanto, el tejido social se fragmenta cada vez más, con leyes que imponen una agenda ideológica sin construir espacios donde todos puedan convivir y prosperar.
Las reformas laborales llevadas a cabo por el gobierno también son prueba de su incapacidad para resolver los problemas estructurales de la economía española. Aunque el Ejecutivo se jacta de haber reducido la temporalidad, lo cierto es que ha sido a costa de disfrazar los contratos temporales como fijos discontinuos. Esto no es más que un maquillaje estadístico que no mejora las condiciones de vida de los trabajadores.
La izquierda, antaño abanderada de la lucha sindical, ahora prefiere centrarse en debates irrelevantes mientras miles de familias obreras apenas llegan a fin de mes. ¿Por qué no se discute sobre la redistribución de la riqueza o sobre la nacionalización de sectores estratégicos? Porque eso implicaría enfrentarse al verdadero poder, y esta izquierda cobarde no está dispuesta a hacerlo.
Los partidos de izquierda en España han perdido su rumbo y, lo que es peor, han perdido su utilidad para la clase trabajadora. Mientras se obsesionan con las políticas identitarias y las modas progresistas dictadas por organismos internacionales, han abandonado las demandas históricas del movimiento obrero. Si no recuperan su compromiso con la lucha de clases y dejan de ser el brazo político de las élites globalistas, la izquierda española estará condenada a la irrelevancia. Y quizá eso es exactamente lo que merecen.