Lo único que en estos momentos podemos sacar como algo positivo tras unos hechos de tales magnitudes es la respuesta del pueblo español para ayudar a sus compatriotas ante la falta de respuesta por parte de los políticos. Los voluntarios han cogido sus semanas de vacaciones, días libres o el poco dinero de que disponen, para viajar a Valencia a echar una mano, durmiendo apenas una hora, caminando más de tres horas al día para llegar a las zonas afectadas y dejándose la piel para solucionar la problemática lo antes posible.
Nosotros juntamos un grupo de 20 personas provenientes de distintas zonas de CLM, y nos dispusimos a trabajar 5 días en las zonas más afectadas. Lo primero, era la rara sensación que recorría el cuerpo al cruzar el pequeño trecho que separaba una ciudad aparentemente normal de un barrio o pueblo devastado. Tras más de una hora de caminata cargados con palas, rastrillos o capachos, entrabas en una zona post apocalíptica, separada por una autovía, en el caso de pueblos como Paiporta o Picanya, o un puente, como en el barrio de la Torre.
El olor, que difícil será de olvidar para cualquier persona que estuviera allí, cada vez iba aumentando más su potencia, y el lodo, que se componía de una mezcla de gasoil, basura y restos orgánicos, iba poco a poco cubriéndote las botas. De camino, la gente no paraba de ofrecerte cualquier material que te pudiera ayudar en las tareas, todos nos poníamos una buena cara y saludábamos a aquellos que regresaban o animábamos aquellos que iban. El sentimiento colectivo será algo que jamás se nos olvide, pero evidentemente, lo más chocante era aquello que veías nada más entrar en las zonas de la riada.
Esas zonas que apenas hace dos semanas lucían con su belleza mediterránea, se encontraban completamente destrozadas y se asemejaban a un paisaje de post guerra. Era asombroso ver como escaseaba la maquinaria y los vecinos con un simple rastrillo intentaban arrastrar el lodo de sus calles que cubría sus botas. Las personas mayores te reclamaban en cada portal para que les despejaras el camino y pudieran ir a por comida y medicinas, los niños empujaban el barro con un cepillo para ayudar a sus padres y los agricultores que habían traído su maquinaria, no daban abasto arrastrando coches que obstaculizaban los accesos.
Todo el mundo se preguntaba dónde estaban los servicios de emergencia con la maquinaria que necesitaban. La gente se enfurecía al ver a los dos médicos de Cruz Roja que iban completamente limpios y veían muy de vez en cuando, ya que en los medios se hablaba de las millonarias donaciones de las que disponían. Nada más cruzar las vías de Paiporta, una señora mayor con su perro, se nos acercó con una herida en el brazo pidiéndonos ayuda, puesto que no encontraba a quien se la curara. Gracias a Dios, una voluntaria nuestra que estudiaba enfermería, le limpió la herida y se la cubrió, mientras su perro al lado no paraba de tiritar del pánico.
La organización del voluntariado era caótica, los de Protección Civil lo mismo te mandaban a un sitio y cuando llegabas allí, te mandaban a otro. Otros voluntarios se dedicaban a empujar el lodo hacia los extremos de la calle y al día siguiente, otros voluntarios lo volvían a apilar en el centro, por lo que la tarea no avanzaba. Los que ya llevábamos unos días allí y habíamos aprendido más o menos las tareas, reorganizábamos a la gente, acumulábamos el lodo, buscábamos cualquier material en la basura que actuara como rejilla y vaciábamos los capachos en las alcantarillas. De este modo la tarea era más efectiva pero en algunos casos ya era tarde puesto que las alcantarillas estaban completamente llenas de basura y barro.
Otro caso eran los garajes o las casas con poca ventilación, en los cuales 20 o 30 personas formábamos cadenas para ir acumulando el agua hacia la rampa, llenar capachos y vaciar el agua en la calle. Los olores eran muy potentes, y la mezcla de la oscuridad con las motas de la karcher creaban un clima, que en el cual, cuando llevabas más de dos horas y volvías a salir afuera, el mareo te colapsaba, pero por decirlo de alguna forma, todos funcionábamos en modo automático, y ni siquiera lo pensabas.
Dentro de un garaje tuve la suerte de estar encerrado con dos militares, y en el transcurso de la conversación, me empezaron a comentar la impotencia que sufrían al no ser mandados a las zonas rápidamente. Me comentaron que ellos ya estaban organizados en grupos de whatsapp, para ir mandando ayuda en sus días de permiso aunque sus mandos los tuvieran ahí parados. Los militares y policías de paisano eran fáciles de identificar, gente en buena forma física y que tomaban la iniciativa de las tareas. Nadie nos podíamos explicar por qué no estaban ahí desde el minuto uno.
Día a día, terminabas tus tareas, hacías la vuelta con los pies llenos de callos y te ibas a dormir recordando las crudas conversaciones que habías tenido con los vecinos o alguna situación en la que los bomberos te habían pedido que te fueras ante la presencia de algún cadáver. Te contaban historias de cuando se vieron con el agua al cuello, de cómo veían a sus paisanos ser arrastrados por la riada, de cómo han perdido sus negocios y casas o de cómo han pasado días andando entre cadáveres.
Nadie entendíamos como tantos días después, las familias estaban durmiendo en colegios o pabellones y repitiendo las tareas de limpieza que les hacían no desconectar ni un minuto de la tragedia. Aunque algunos vecinos los veías con la cabeza recta y de buen humor, a muchos de ellos les podías notar el trastorno de estrés post traumático, y no paraban de repetirse cuando hablaban contigo. Es difícil entender como las autoridades les han dejado a su suerte en estos momentos, mientras vemos como a otros lumpens se les trata de lujo sin dar un palo al agua.
Un lema se ha expandido entre la gente en estos días “Solo el pueblo salva al pueblo”, y tras dos semanas, los que hemos estado allí lo hemos podido comprobar. Esta situación no será cosa de días, sino más bien de meses de trabajo, y aunque mucha gente no lo quiera politizar, debemos exigir a esta clase política que se reciban las ayudas y se mande toda la maquinaria y material necesarios para volver a reconstruir las zonas afectadas, y no pase como en el volcán de la palma. Y ya no es solo eso, debemos exigirles que esta situación no se vuelva a dar y se actúe de la forma adecuada la siguiente vez que se produzca un desastre de estas características.