He de reconocer que no sabía mucho sobre el euro digital. Más allá de las breves menciones en los telediarios —que suelen ser escasas— o de las loas y críticas de algunos youtubers, no tenía una base sólida para opinar. No sabía exactamente qué era, qué objetivo perseguía ni para qué serviría.
¿Qué es el euro digital? ¿Tiene algo que ver con las criptomonedas? ¿Es simplemente una nueva forma de pago digital? ¿O se trata de un sistema que permitirá rastrear todos nuestros movimientos bancarios? Son muchas las preguntas que, probablemente, muchos de nosotros nos hacemos ante un proyecto que pocos comprendemos del todo.
Lo primero que hay que saber es qué es el euro digital. Según explica la web del Banco Central Europeo (BCE), el euro digital es una forma digital de dinero de banco central para uso minorista, emitido por el BCE. Esta misma institución lo define como una forma digital de efectivo, es decir, un medio de pago electrónico emitido por el propio BCE; una forma de dinero público digital. Para comprender todo esto, primero hay que saber qué se entiende por dinero público y dinero privado. El dinero privado es el creado por los bancos comerciales; en esta categoría se incluyen los depósitos bancarios o los préstamos. Los pagos con tarjeta o en línea serían transferencias de dinero privado. El dinero público, en cambio, es el dinero emitido por el BCE y respaldado por esta institución.
A día de hoy, en Europa, el dinero lo crea el BCE. Este organismo emite monedas y billetes, y también crea otro tipo de dinero: las reservas bancarias, que son accesibles únicamente para los bancos comerciales y se utilizan para sus operaciones entre ellos y con el propio BCE. Tanto los billetes como las reservas son pasivos del banco central y, por tanto, se consideran dinero público. Sin embargo, en el momento en que ese dinero entra en el circuito económico —por ejemplo, cuando se deposita efectivo en una cuenta bancaria o cuando se realiza un pago en un comercio—, se convierte en dinero privado. Dicho de otro modo, el dinero público solo lo es mientras permanece en forma de efectivo o de reserva bancaria dentro del BCE. Una vez entra en el sistema bancario privado, deja de ser público y el BCE pierde el control directo sobre ese dinero. Comprender este flujo es esencial para entender lo que supondrá el euro digital si finalmente se establece.
Si finalmente se instaurara el euro digital, su funcionamiento sería relativamente sencillo para el ciudadano. Solo requeriría abrir, en un banco convencional o en Correos, lo que se ha denominado un «monedero digital». En este monedero, los ciudadanos podrían ingresar euros desde su cuenta bancaria o depositar efectivo para convertirlo en euros digitales. A partir de ahí, podrían realizar pagos mediante el monedero digital o con un dispositivo móvil, incluso sin conexión a Internet. Según el Banco Central Europeo, el uso básico del euro digital será gratuito, estará disponible para todos los ciudadanos y empresas de la zona euro, y no será necesario tener una cuenta bancaria vinculada.
Según fuentes oficiales, el proyecto sería una alternativa sencilla y económica al actual panorama de pagos fragmentado. Por ejemplo, los comerciantes podrían beneficiarse de comisiones de conversión más bajas, y además podrían recibir pagos de forma inmediata y sin costes adicionales. Los intermediarios, como los bancos, desempeñarían un papel fundamental, especialmente en la distribución: serían el punto de contacto con los particulares y prestarían los servicios al usuario final. Según el BCE, los bancos privados podrían beneficiarse del euro digital, ya que este facilitaría la ampliación de su base de clientes. Se aduce también que, con el euro digital, los pagos serían inmediatos y los comerciantes recibirían el dinero al instante.
Los problemas que ha planteado el proyecto no son pocos. El principal recelo que produce es el relativo a la privacidad. Pero la Comisión Europea y el Banco Central lo tienen claro: el euro digital está diseñado para garantizar un nivel de privacidad similar al del efectivo, tanto en el envío de dinero como en el pago. En los casos en que un pago se realizase sin conexión, solo el ordenante y el beneficiario conocerían los datos de la transacción; en los pagos online se aplicaría un nivel de privacidad en el que ni el Eurosistema (BCE y bancos centrales nacionales) podría vincular directamente la operación con personas concretas.
En términos prácticos, el euro digital implicaría que, en vez de tener tu dinero en una cuenta privada, lo tendrías en una especie de cuenta digital controlada por el Banco Central Europeo. Economistas y expertos han advertido de la posible facilidad que esto supondría para la pérdida de privacidad. Aunque se promete el anonimato, el BCE puede registrar las transacciones. En el momento inicial no se prevé que lo haga, pero se implanta un sistema que posibilita que esto sea técnicamente posible. El sistema estaría preparado para hacerlo si el gobierno lo decidiera. El efectivo es anónimo. El euro digital, podría no serlo.
Más allá de los argumentos oficiales, el euro digital podría ser también una herramienta de control más amplio sobre el comportamiento económico de los ciudadanos. Al estar diseñado sobre una infraestructura completamente digital, permitiría (si así se decidiera políticamente en el futuro) una trazabilidad casi total del dinero, algo imposible con el efectivo. Esta capacidad técnica abre la puerta a usos como la detección de fraude o la evasión fiscal, pero también a un control de hábitos de consumo o decisiones individuales. Además, el euro digital facilitaría la implementación de medidas de política económicas como limitar el uso del dinero a determinados productos, establecer bonificaciones por gasto en sectores concretos o incluso aplicar caducidad al saldo disponible para estimular el consumo. Podría también imponer sanciones a ciertos tipos de consumo privados.
Aunque la implantación del euro digital aún no ha sido aprobada oficialmente, su evolución sugiere que podría convertirse en una realidad en los próximos años. En una primera fase, su uso sería voluntario y con un alcance limitado, centrado en funciones básicas como el pago entre particulares o en comercios. Sin embargo, su diseño técnico permitiría, llegado el caso, introducir funcionalidades adicionales como la trazabilidad de las transacciones o la programación de determinadas condiciones de uso. Esto abriría la puerta a nuevas formas de gestión económica desde las instituciones públicas, como restricciones temporales o límites de gasto. En ese sentido, el euro digital podría incorporar capacidades que no existen en el efectivo ni en los actuales medios de pago privados, lo que plantea nuevos desafíos en términos de gobernanza, protección de datos y equilibrio entre funcionalidad y privacidad.